PODER
IMAGINARSE
Joaquín
Córdova Rivas
Se
imaginan morenas, chaparritas, regordetas y fuertes, de cabellos negros, lacios
y peinados en trenzas que se enroscan alrededor de su cabeza sujetadas con
amplios moños lucidores; de vestimenta amplia y muy colorida, resistente a las
inclemencias del tiempo, abrigadora sin perder su esencia; y a la imaginación
le siguió la representación, pero primero es eso: imaginarse. Salirse de la
envoltura corporal y transformarse en trapo y bordados, de esos que cuentan
historias y se envuelven de esperanzas al tiempo que se aferran a un presente
que las ningunea, que las discrimina, que en el mejor de los casos las
invisibiliza y en el peor las reprime y las explota.
Ha
sido un batallar de muchos años de esas mujeres del pueblo originario ñhañhu
que decidieron salir de sus comunidades a ofrecer, ante las carencias
generacionales, lo mejor que tenían: ellas mismas. Su persistencia es la que
les ha ganado esa presencia en un imaginario colectivo que ahora las devora para
convertirlas en moda pasajera, que somete su arte folclórico a un desgaste
brutal que las obliga a querer adaptarse a un mercado que solo mira por sí
mismo. Y aparecen las muñecas de piel clara o de plano blanca, de cabelleras
rubias o pelirrojas, nada más alejado de ese origen que las singulariza y las
vuelve resistentes a la comercialización en masa o la producción en serie. Lo
peor es que sean los gobiernos quienes propicien eso, en lugar de cobijarlas,
de entrar a la difusión de su cosmovisión y cultura, de potencializar esas
significaciones y encontrar formas diferentes de vivir y pensar.
Algo
parecido sucede con nuestra identidad nacional, se pierden los símbolos para
convertirse en simples mercaderías que hay que tirar después de las fiestas
patrias, además hechos en serie y en China, ni siquiera nuestras banderitas son
de producción nacional. Ese llamado a la Independencia desde un pueblito del
centro del país, inspirado en tertulias literarias donde se leían
colectivamente los libros que contenían ideas diferentes a las imperantes, esos
textos que fueron inútilmente prohibidos, que se buscaban obsesivamente en los
puntos fronterizos —principalmente marítimos— para ser requisados y destruidos.
Porque los libros tienen eso, despiertan la imaginación y hacen que sus
lectores quieran vivir en otros mundos que se antojan posibles y necesarios.
La
coyuntura histórica fue simultánea para la mayoría de nuestros países
colonizados por españoles y portugueses, por eso no es casual que fuera a
inicios de los 1800 que muchos busquen independizarse de unas metrópolis
monárquicas profundamente corruptas, discriminadoras y explotadoras. Por el
lado español, su otrora poderosa armada está diezmada por las guerras con otros
países europeos, el mismo país está invadido por las tropas francesas y solo
queda responder con el cambio político representado por las Cortes de Cádiz,
instaladas 9 días después de iniciada la revolución mexicana de independencia,
seguida por la Constitución promulgada el 19 de marzo de 1812 que da lugar a
procesos electorales cuyos resultados fueron anulados parcial o totalmente
porque la copiosa votación que elegía a criollos y algunos indígenas en los
recién formados ayuntamientos, más de mil según señalan algunos historiadores.
Pero
lo que nos interesa señalar es el poder de despertar la imaginación de esos
textos, muchos inspirados en la revolución francesa, que, aunque circularon
clandestinamente, fueron recibidos y procesados por una intelectualidad criolla
que buscaba ser reconocida en su lugar de origen. Es decir, la independencia no
se peleó únicamente en los campos de batalla a sangre y fuego, la principal
lucha estuvo en la creación de un imaginario colectivo diferente y posible por
deseable.
Esa
batalla por la imaginación está presente en nuestros días. El autollamado
gobierno de la cuarta transformación se apropió del discurso del cambio, de la
lucha contra la corrupción con todos los valores morales y éticos que eso
implica y dejó en la vaciedad ideológica a una oposición que se percibe como
revanchista y convenenciera. Parafraseando a algunos analistas, la corriente
ideológica representada por el lopezobradorismo les ganó el presente y les
impide disputar un futuro que está en construcción, dejándoles solo un pasado
vergonzante de donde no pueden salir.
Imaginarnos
como un país menos desigual, más justo y equitativo, menos corrupto y más
seguro, con oportunidades de desarrollo para todos, con instituciones públicas
eficientes que garanticen una vida digna, en resumen: un futuro posible que sea
disfrutable. Por eso votamos hace poquito más de un año.
Vamos
a ver cómo se avanza en la reconstrucción de esos símbolos de la presentada
como primera transformación —la independencia—, que se rebase el estrecho
límite del jolgorio para recuperar esa historia que al oficializarse perdió su
esencia emancipadora para convertirse en un simple echar desmadre, como dicen
hasta nuestros tiernos escolapios.
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