domingo, 22 de julio de 2018

LAS RESISTENCIAS

Joaquín Córdova Rivas Los cambios generan resistencias, vencerlas tendrá que generar nuevos equilibrios, pero mientras, la incertidumbre de algunos quiere convertirse en el pánico de muchos. Eso pasa cuando nos creemos el discurso de que estamos donde estamos no por méritos propios, sino porque alguien nos hace el favor de ponernos allí. Y sí ocurre en algunos casos, pero son los menos, los de los que sin saber nada o poco se valen de sus “influencias” para ocupar un lugar que no les corresponde, para ganar un sueldo que no se merecen, para gozar de una vida que no les toca. Pero la mayoría no tiene porque sentirse así, romper con esa visión que subordina, que produce miedos sin sentido no es fácil, y sin embargo lo estamos haciendo. El tamaño real del miedo está en ese 1.8 por ciento de altos funcionarios de la burocracia federal que ganan más que el tope de ingresos que se propone. Está en ese pequeño, pero todavía poderoso grupo de empresarios, capos de la delincuencia, disque líderes sociales y religiosos que sienten en riesgo sus lujos y prebendas. Ese minúsculo porcentaje intentará crear el pánico e incrementar la resistencia a los cambios. Más de treinta millones de votos es un buen capital político para comenzar los cambios, aunque el lenguaje financiero simplifica en exceso lo que socialmente significa. Otra comparación que busca encontrarle sentido a los resultados del primero de julio, del exrector de la UNAM Juan Ramón de la Fuente es que “votar fue terapéutico” para muchos que nos sentimos agraviados por una casta política insensible, depredadora y muy corrupta, que atenta directamente contra nuestra seguridad individual y colectiva, que nos roba el presente y vuelve imposible un futuro digno. Las resistencias están en todas partes y se expresan crudamente en diferentes momentos, allí está el “partido oficial” que no acierta a hacer un buen diagnóstico porque se lastima a esa “mafia en el poder” que quiere seguir gobernando. Pero aprovechando la frase de Stendhal — «Jesús Reyes Heroles veía en el PRI un punto de apoyo para el Estado porque seguía prevaleciendo como una base real de poder. Lo que resiste apoya, solía decir (hace poco más de 180 años, Stendhal formuló la idea del siguiente modo: “On ne s’appuie que sur ce qui résiste” –Uno no se apoya sino sobre lo que resiste–). Arnaldo Córdova. El nuevo viejo PRI. http://www.jornada.com.mx/2013/03/10/opinion/012a1pol—, resignificada por el último ideólogo del PRI, nos convendría a todos, no solo a ellos, recordar algo del pasado reciente, de apenas el año de 1972 cuando todavía no se disfrazaban las cosas con el lenguaje intelectualoide y neoliberal: «Junto a los viejos cacicazgos hay un nuevo caciquismo: aquel en que se da perfectamente clara la simbiosis entre poder político y poder económico. Si, como antes dijimos, en todo cacicazgo hay algo de económico y algo de político, en el nuevo cacicazgo la simbiosis se ve claramente: dos poderes, el económico y el político alimentándose entre sí, apoyándose uno en el otro. Es la modernización y el perfeccionamiento del viejo cacicazgo. El primitivismo, lo rudimentario ya no se da en esta nueva forma política; ella no se funda en el aislamiento ni en la ajada libreta donde figuran los deudores; maneja el crédito en grande y discrimina, al otorgarlo, de acuerdo con propósitos políticos; emplea el dinero en publicidad, en buscar apoyos, comprar o seducir influencias, aprovechando y fomentando la corrupción; ofreciendo créditos baratos a líderes o funcionarios, a dirigentes o militantes, negándoselos a los adversarios y otorgándoselos a los que pueden conseguir votos. [...] Tenemos que luchar, y así lo estamos haciendo, simultáneamente contra el viejo y bronco cacicazgo tradicional y contra el nuevo cacicazgo, el de la mezcolanza poder político-poder económico, A los compañeros les decimos que tan malos como los presta-nombres de inversionistas extranjeros son los prestanombres políticos, los testaferros del cacique. Tan perjudicial como el cacique es el que se deja caciquear y al hacerlo rebaja la investidura que ostenta. [...] Es la hidra con las siete cabezas que renacen a medida que se cortan y en que es imposible cortar las siete de tajo. Por lo consiguiente, cuando exhortamos a luchar contra el caciquismo, exhortamos a una lucha permanente, a acabar con los cacicazgos y a evitar que vuelvan a surgir. Siendo una anomalía política, tiene la resistencia de los monstruos. [...] Reiteramos: no queremos luchar con el viento, con el aire; lo que resiste apoya. Requerimos una sana resistencia que nos apoye en el avance político de México.» Discurso pronunciado por el presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional, en el Teatro “Morelos” de la ciudad de Aguascalientes, el día 6 de diciembre de 1972. Jesús Reyes Heroles https://es.wikisource.org/wiki/Discurso_de_Jes%C3%BAs_Reyes_Heroles_ante_los_miembros_del_Partido_Revolucionario_Institucional En esas estamos, la urgencia por proponer los cambios es para ganarle espacio a las resistencias y a los que se dan por resentidos sin serlo. A instalar una “normalidad” donde se pierda el miedo a hacer las cosas de manera diferente, a no pelear por los privilegios ajenos sino por la defensa de los derechos propios y colectivos. A mirar al otro como aliado y no como falso enemigo. No va a ser fácil, porque esa “hidra de siete cabezas” como metafóricamente la llamaba ese dirigente nacional del PRI, quiere sobrevivir más que los dinosaurios.

50 AÑOS

Joaquín Córdova Rivas Tuvieron que pasar 50 años. Algunos ya no lo contábamos, como toda utopía parecía inalcanzable, pero no lo era. Ni era utopía porque se logró y, por tanto, tampoco era imposible de lograr. Ya lo decían los viejos sabios como Eduardo Galeano: «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.» Y caminamos como esa generación que parecía no tenía de donde agarrarse, demasiado joven para el 68 mexicano, para los movimientos de masas de los ferrocarrileros, de los médicos, de los sin tierra. Demasiado ajenos e incrédulos de ese socialismo irreal que se derrumbaría en el 89 con el muro de Berlín. A veces demasiado pasmados para enfrentar ese neoliberalismo que declaraba unilateralmente el fin de las ideologías y de la historia y que se instalara en nuestro país, de la mano de los tecnócratas educados en las universidades anglosajonas, en un extraño amasiato con ese priismo que se presumía eterno y que gobernara más de 70 años de forma ininterrumpida. La sacudida estudiantil del 68, sofocada por los francotiradores, las tanquetas y bayonetas del 2 de octubre, quedó frustrada; le siguió una larga travesía por el desierto de la represión política ya visualizada por uno de los líderes magisteriales de la UNAM Heberto Castillo, quien urgiría en la formación de un partido político que diera cauce a las demandas de ese movimiento y las integrara con las sindicales, obreras y campesinas, que tampoco habían tenido buen fin por presentarse desarticuladas ante un gobierno y su partido que se veía monolítico y disciplinado hasta la ignominia. Algunos, en la desesperación y buscando una salida, optaron por la vía armada, no tardaron en aparecer grupos guerrilleros rurales y urbanos contra los cuales se libró una “guerra sucia” que implicó espionaje, radicalización inducida, desapariciones forzadas y asesinatos, en lugar de su detención legal y posterior enjuiciamiento. Un seguimiento pormenorizado se puede consultar en el libro: Las armas de la utopía. La tercera ola de los movimientos guerrilleros en México de Hugo Esteve Díaz. Pero no es difícil recordar a Genaro Vásquez, a Lucio Cabañas, a la Liga Comunista 23 de septiembre y otros Para colmo, el PRI mutó y produjo tres engendros más: el “nuevo PRI” con su corrupción desvergonzada y sus aventajados alumnos, el panismo fox-calderonista y el perredismo chucho-mancerista. Ni para donde hacerse. Aún así aparecieron destellos organizativos, antes del 68, sin registro legal, ya existía el Partido Comunista Mexicano que atrajera a intelectuales importantes, pintores, muralistas fotógrafos, teatreros, novelistas, científicos, quienes aparecieran después en diversos intentos sindicales y se encontraran en las cárceles clandestinas del régimen y otros en el exilio. Muchos de ellos ya no alcanzaron a vivir la euforia morenista. Como reacción a la escalada de violencia que se veía venir aparecieron el Partido Mexicano de los Trabajadores cuya inicial convocatoria fuera redactada por Carlos Fuentes y firmada por Heberto Castillo, Luis Villoro, Demetrio Vallejo y Octavio Paz; y un falso clon armado desde las cavernas de la secretaría de gobernación, el PST inicialmente PFCRN, escuela política de los chuchos perredistas —Jesús Ortega, Jesús Zambrano, Carlos Navarrete, y su maestro y mentor Rafael Aguilar Talamantes—. Cuesta trabajo seguirles la pista a esas demandas estudiantiles que posteriormente se ampliaran por el apoyo casi espontáneo de profesores universitarios, de obreros, de organizaciones vecinales urbanas y de intelectuales importantes. Algunos ven una derrota casi inmediata, porque le siguió la represión abierta, la consolidación del PRI y la aparición de los tecnócratas, de esa “primera generación de norteamericanos nacidos en México”, como metáfora amarga de la influencia que el neoliberalismo promovido por los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, tenían en nuestros funcionarios financieros educados en las universidades de nuestro vecino del norte. Vendrían las falsas alternancias, el miedo a romper o la complicidad con una corrupción e impunidad sistemáticas, con los falsos paradigmas de que es buena la concentración de la riqueza porque después, de manera “natural”, se filtraría al resto de la sociedad, cosa que nunca ocurre. La escalada del crimen organizado, el golpeteo permanente contra los derechos laborales, contra la propiedad colectiva de la tierra, contra el respeto a los recursos naturales, el despojo de bosques, de tierras consideradas sagradas por nuestros pueblos originarios, el desmantelamiento de las instituciones públicas que hacen realidad el derecho a la educación, a la salud, a la vivienda, al trabajo, a una vida y jubilación dignas. Todo iría desapareciendo en esa “no ideología” como se presentó el neoliberalismo rapaz y depredador. Pero vinieron las victorias casi milimétricas que fueron ganado las conciencias y cuestionando ese orden desigual e injusto: los movimientos feministas, por el reconocimiento a la diversidad, por lo derechos humanos que fueron escalando por “generaciones”, el zapatismo indígena del EZLN, finalmente se tuvo que reconocer que no todos cabíamos en los partidos tradicionales y se abrió, acotada, la posibilidad del registro a otras fuerzas políticas. Como consecuencia de esa pluralidad no reconocida aparece la corriente democrática del PRI y un candidato presidencial que perdiera en unas elecciones más que cuestionadas. La izquierda política tuvo que evolucionar, deshacerse de dogmas y avanzar teóricamente, su zigzagueante desarrollo, con retrocesos importantes, se vio en la convergencia que formara al Partido Mexicano Socialista primero, seguido por el Partido de la Revolución Democrática que cayera bajo el influjo de la partidocracia y la firma incongruente de un disque Pacto por México, hasta llegar al actual Movimiento de Regeneración Nacional que pudo concentrar el enojo, el hastío, la inconformidad con una casta política insensible que practica el despojo de todo lo que ambiciona sin límite alguno, y convertirla en un movimiento electoral pacífico fundado en la esperanza de que las cosas pueden y deben cambiar. Quizás el 68 mexicano y los movimientos sociales anteriores se hayan expresado de alguna manera 50 años después, ojalá esa energía contenida sirva para transformar este país.

LA RUPTURA

Joaquín Córdova Rivas El componente principal que desestabiliza a este país no es el enojo —que lo hay y mucho—, sino el agravio. Como señalan los economistas serios, esos que todavía se dan el lujo de ver las cifras desde la perspectiva de las mayorías y no desde las del empresariado avaricioso o del funcionario de escritorio de la secretaría de hacienda, si el crecimiento del PIB en los últimos años —que ya acumulan la decena— es de un promedio de 2.2 por ciento, el del salario en general ha sido del 1.2, y el del mínimo, ese que dicen que nadie gana, aunque ese “nadie” sean casi 8 millones de mexicanos, apenas incrementa 0.3 por ciento. La ruptura es evidente y cerrar los ojos no la desaparece. No hay comunicación entre los ciudadanos y la casta política, no hay una representatividad real de los gobernantes, se sienten completamente ajenos a su electorado, no hay legitimidad en sus cuestionados pactos y reformas. La distancia entre unos y otros es cada vez mayor. Lo anterior se muestra con toda su crudeza en el agravio diario a los miles o tal vez millones de ciudadanos que viven en zonas “controladas” por alguna banda o cártel de crimen organizado, con sus múltiples tentáculos que abarcan casi cualquier actividad económica. La agresión continua contra los derechos laborales mientras se protegen y crecen los privilegios de los poderosos de siempre. La ofensa de saber, directa o indirectamente, de las múltiples corrupciones que impactan directamente en nuestra calidad y expectativa de vida. Del conocimiento de las impunidades descaradas seguidas de la fabricación de culpables, de ciudadanos comunes y corrientes que estuvieron en el lugar y momento inadecuado para convertirse, de la noche a la mañana y por obra de la “magia judicial” en peligrosos delincuentes responsables de crímenes que a ninguna autoridad le importa esclarecer. El ultraje permanente de la inseguridad, de los feminicidios, de los asesinatos de periodistas y candidatos, de los crímenes de odio contra quienes se salen del molde de una “normalidad” impuesta por quienes aspiran a controlarlo todo: la apariencia, el comportamiento, la forma de pensar, la forma de vivir y de amar, porque le temen a la diversidad en cualquiera de sus manifestaciones. Quizás sea que somos muy aguantadores o que preferimos esperar las coyunturas legales, pacíficas, legítimas para expresar nuestra inconformidad, pero ya tardamos demasiado porque los daños pueden volverse irreparables en un plazo razonable. Como sea, soportamos hasta el proceso electoral, si este también se cierra la paciencia puede que no tenga un plazo más, que la desesperación elija manifestarse de otras formas y en otros ámbitos. Vale la pena aclarar que este texto, por necesidades de edición e impresión, se escribe días antes del primero de julio, antes de esa jornada electoral que se adivina tensa porque los poderes fácticos insisten en crearse una realidad alterna, ajena y lejana a la cotidianidad de la mayoría que buscará escapar al ilusorio paraíso de un país descontrolado, injusto, inequitativo, violento en muchas ciudades y regiones. Esos poderes que solo respetan el voto y la voluntad de la mayoría cuando les conviene, cuando la crean a su imagen y semejanza. Coincidentemente celebramos el número mil de este semanario, en el intento de dar cuenta de esas exigencias ciudadanas, de contribuir a explicar desde puntos de vista alternos lo que nos sucede, lo que sentimos, lo que pensamos. Se trata de contribuir a las necesidades de una ciudadanía ávida de opiniones sustentadas en teorías e investigaciones recientes, agarradas hasta con las uñas de las pocas certezas que nos quedan. En esas estamos, entre el agravio propio y el miedo inyectado por las cúpulas de todo tipo, entre la indignación que nos tiene que mover y el miedo que paraliza, entre la necesidad urgente de cambio y el miedo a perder lo que ya perdimos, entre arriesgarnos a pelear por buscar algo diferente y el miedo a perder los privilegios que no tenemos —que nunca hemos tenido— porque otros se los quedaron. Ojalá que el proceso electoral sea esa vía de expresión y de esperanza, de cambio paulatino pero seguro, del escape de la violencia que nos atrapa y no nos deja vivir en paz. Mientras, seguimos arando, cada quien en su parcela, cada quien con su dignidad como fuerza para seguir a donde se pueda.