sábado, 20 de marzo de 2010

LOS TIRANOS Y LA LIBERTAD

Los tiranos y los déspotas, [dice Kant], prometen felicidad a la gente sólo si permanecen en un estado de subordinación. El despotismo es paternalista, proporciona, como mínimo a sus sujetos, las necesidades elementales de la vida. Vivir bajo la capa protectora del padrinazgo, es cómodo mientras que el camino de la libertad es difícil. […] En el momento en que empezamos a preguntarnos si los tiranos pueden cumplir sus promesas, si es o no razonable sacrificar las libertades a cambio de la satisfacción de ciertas necesidades urgentes, si tenemos que posponer o no nuestras ansias de libertad hasta que tengamos cubiertas ciertas necesidades, voluntaria o involuntariamente estamos preparando el camino para que la tiranía nos someta. Felicidad y Libertad en la filosofía política de Kant. Ágnes Heller.

Citar un ensayo como el anterior no es usual, se parte de la creencia de que el lector promedio evitará meterse en temas “espesos”. Pero no hay nada más espeso que nuestra realidad mexicana y como muestras allí están los botones que aparecen cotidianamente en los medios de comunicación.
Por ejemplo: la guerra contra el crimen organizado se está perdiendo en todos los frentes abiertos, se equivocó la estrategia y la única que ha mostrado efectividad no se quiere implementar. Hasta nuestro convenenciero vecino del norte tuvo que reconocer, después de la muerte de su personal ligado al consulado en Ciudad Juárez, que la presencia del ejército en las calles de esa ciudad había sido un error. Afortunadamente no ha habido voces que expresen, abiertamente, la posibilidad de de suspender las garantías individuales con el pretexto de implantar el orden, aunque en los hechos la violación de tales garantías se está volviendo común. Por eso son importantes los ciudadanos, principalmente mujeres, que habiendo “perdido” algún familiar en manos de cualquiera de los bandos que se enfrentan no sólo en los lugares públicos sino también dentro de los hogares, centros de trabajo, escuelas y demás; se siguen manifestando por el respeto a un estado de derecho vulnerado pero que sigue vigente.
En un texto anterior escribimos que la única manera de distinguir a los buenos de los malos en este tipo de “guerra”, es que los buenos respetan los derechos humanos y se conducen dentro del marco legal, los malos no. Por tanto, para saber si esa guerra se está ganando es necesario que la legalidad se extienda e impida las actividades que se salen de ella. Quizás esa visión sea simplista, pero es lo básico para ubicarnos en medio de tanto desastre y desesperación.
Hace 122 años el Congreso del Estado de Chihuahua decidió cambiarle el nombre a la Villa Paso del Norte por el de Ciudad Juárez en homenaje al Benemérito de las Américas, Don Benito Juárez García, ya que allí se refugió a la instauración del Imperio de Maximiliano apoyado por los conservadores. No puede haber nada más paradójico que sea en esa ciudad donde se vulnere con tal gravedad ese valor de libertad tan defendido por los liberales.
Comencé con Kant y terminé con Juárez, ahora hay que buscar la forma de relacionarlos, no en lo personal porque les separan más de 100 años de distancia, pero quizás, sí en las ideas. Ágnes Heller escribe que Kant “descubrió el inmenso poder político de ideas orientadas hacia el futuro en la vida moderna y la centralidad de la idea de libertad entre ellas. Quiere asegurar también el uso «legal» de este impresionante poder de la imaginación colectiva”. La historia “oficial” nos ha enseñado la terquedad de un Juárez que cargaba con una presidencia, más simbólica y legal que real, en su carruaje, pero no se nos dijo que mucha de esa persistencia pudiera tener como origen esa imaginación colectiva que se detonara en las Leyes de Reforma, un paréntesis histórico significativo en un país ansioso de superar los agravios de una clase política y religiosa que sólo ve por sus intereses, a costa de lo que sea.
Regresemos a la interpretación que hace la filósofa húngara de su colega alemán: “Los tres principios de libertad en que se apoya toda república y para siempre son los siguientes: la libertad de todos los hombres como miembros de la sociedad, la igualdad de las personas como sujetos, y la independencia de cada miembro de la comunidad como ciudadano. […] Los tres principios son fundacionales. No contienen una constitución sino que todas las constituciones de cualquier república deben fundarse en ellos independientemente de sus diferencias”. En este contexto, el que la Ciudad de México reconozca la legalidad de los derechos de las personas, respetando su libertad de elegir cómo relacionarse, independientemente de su sexo o preferencia, es una bocanada de aire puro en un ambiente contaminado por prejuicios disfrazados de buenas intenciones.
Abusando de las citas podemos terminar con esta que no tiene desperdicio: “nadie debe hacer (o estar en posición de hacer) feliz a otra persona en contra de su voluntad” por la simple razón de que la felicidad no se puede imponer, tiene que ser una elección en ejercicio de la libertad.