sábado, 9 de abril de 2016

COSITAS MALAS

A nuestra clase política no le importa nada que no sea cómo incrementar sus riquezas y privilegios. No le importa el daño que hace a los demás. No le importa quedar exhibida en los medios de comunicación —cuando tal cosa llega a suceder, porque ellos son los dueños— o en las redes sociales. Total, no pasa nada. Hasta que algo comienza a suceder. El día que se escribe este texto se cumple un año y medio de los crímenes contra los normalistas de Ayotzinapa y nuestro gobierno persiste en su estrategia: no entregar resultados, enredar todo para que no se entienda, desprestigiar a las víctimas y a los organismos independientes que dan seguimiento al caso, mentir descaradamente utilizando sus múltiples voceros oficiosos en las televisoras, estaciones de radio, prensa escrita y hasta con hackers especializados en espiar a rivales políticos y alterar resultados electorales. Y mencionamos Ayotzinapa porque allí tomó velocidad la indignación, pero puede ser San Fernando y sus fosas clandestinas, o Tlatlaya y su falsa justicia, o Apatzingán y los ejecutados, o los innumerables secuestros, desapariciones, violaciones, extorciones, o la legitimación social de la violencia a través de videos de música de banda, de acoso a quienes denuncian —allí están los casos de Daphne y Noel como amarga muestra de nuestra cotidianidad vergonzante—, los Panamá Papers y la exhibición internacional de la corrupción desmedida, hasta los porkys de la costa de oro y muchos más que se esconden en las influencias de sus papis y en las faldas de sus mamis. Todo esto no es casual, la imposición “democrática” del neoliberalismo requiere de corrupción e impunidad, pero en nuestro caso mexicano se han superado los límites para tener una imagen interna y externa mínimamente creíble. Y viene la amenaza: “El momento de discusiones abiertas en torno a corrupción, demandas por transparencia y especialmente rendición de cuentas ha llegado. […] Hemos sido (en Estados Unidos) demasiado complacientes en nuestra defensa de las democracias, sin examinar la fuerza y la transparencia de las instituciones que la sostienen. […] Lo que ha cambiado es que la gente en la región ya no está dispuesta a tolerar la corrupción que sale a la luz, no importando el tamaño. En parte esto se debe a economías más apretadas. Con la caída de las materias primas hay menos qué repartir entre el público. […] Pero también se debe a otro cambio en la región, la relativa apertura de estas sociedades. Incluso aquellas donde medios tenaces han sido reprimidos. […] Pero hemos visto cómo (la corrupción) puede rebajar puntos de crecimiento del PIB en los países. No es un crimen sin víctimas. Entonces, aún cuando lo que han hecho es legal, lo que se va a tener es gente diciendo en sus países de origen ¿Cómo logramos avanzar en este juego?” Estos fragmentos (Diario Reforma, martes 5 de abril, por José Díaz Briseño) son de una presentación que hizo, en la Universidad de Brown, en Providence, Rhode Island, la subsecretaria Roberta Jacobson, nominada para ser embajadora de su país en México una vez que el senado de su país haga la ratificación del nombramiento. Sin meternos al detalle, porque cada uno de los fragmentos merecerían una crítica corrosiva, comenzando por su concepto de democracia… con corrupción, pero no tanta; el tono es de alerta y fastidio. A nuestros vecinos del norte ya les está costando demasiado mantener el apoyo a países con gobernantes, empresarios, líderes sociales y religiosos corruptos. No tiene margen de maniobra para exhibir a los gobiernos que no le son afines ideológica y financieramente. El costo ya está siendo más que el beneficio, y eso sí les duele. Ni al caso apelar a su decencia, que no tienen; a su sensibilidad, tampoco; a su hartazgo, menos. “Recursos por un monto que ronda los 299 mil millones de dólares están depositados a nombre de empresas y particulares mexicanos en paraísos fiscales extendidos por diferentes regiones del planeta, de acuerdo con una investigación de la organización no gubernamental Red por la Justicia Fiscal (TJN, por sus siglas en inglés). Esa suma, que para efectos comparativos triplica el saldo de la deuda externa del gobierno federal –de 82 mil 320 millones de dólares a diciembre pasado, según cifras oficiales– corresponde sólo a activos financieros y no incluye los mecanismos empleados en esas jurisdicciones para la adquisición de casas, yates, aviones u obras de arte, apuntó la TJN.” Roberto González Amador. Periódico La Jornada Miércoles 6 de abril de 2016, p. 8 En un tablero de ajedrez global hasta esos movimientos externos cuentan, quizás más que los internos que pueden ser sofocados o reprimidos sin medir consecuencias. Cualquier gobernante, de casi cualquier país del mundo con los niveles de corrupción que tenemos aquí, no habría durado en el poder, pero como gozan de la “cobertura” de la economía más endeudada del mundo, la estadunidense, nuestros políticos y rémoras que los acompañan, se sienten inmunes a cualquier intento de castigo y de transparencia. Esas cositas malas ya no las van a poder seguir haciendo, porque están pasando los límites. En lo doméstico seguimos los malos ejemplos. En lugar de invertir y de veras ordenar el transporte público se hacen obras viales que nacen saturadas; se provoca la inconformidad de los policías por tener un mando que sabe de orden y disciplina militar, pero que puede ser cuestionado en sus tácticas policiales, que son cosas muy diferentes. No hay política cultural, desde la campaña electoral local pedimos se hicieran explícitas las propuestas al respecto, no hubo respuesta porque no les interesó, apenas les despertó el apetito por algunas propiedades y quisieron vender las casas de la cultura, que con la creatividad y terquedad de los diferentes artistas, que han resistido hasta intentos por desaparecer sus plazas, han sufrido de todo, pero persisten y ofrecen su talento para desarrollarlo en los demás, que no tienen acceso a instituciones privadas. Vamos dando tumbos, ni en lo educativo hay más proyecto que seguir las órdenes del ejecutivo federal, con todo y los lamentables ceses de profesores que no quieren se les siga tratando como infantes, sin voz y sin decisión.