viernes, 25 de noviembre de 2011

CONSTRUIR CIUDADANÍA


“… educar es construir ciudadanía. Es perseguir la utopía de siempre. La utopía de la libertad y del combate a la desigualdad y la injusticia. La del respeto y el aprecio por los demás. La del servicio a los otros, en particular a los que menos tienen y más requieren. La de la dignidad humana que cubra a todos.” José Narro Robles, Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, 17 de Noviembre del 2011.

Encontrar una forma de interpretar los sucesos no es fácil. Explicarse lo sucedido en la elección de Rector en la Universidad Autónoma de Querétaro cuyo proceso evitó en último momento el desbarrancamiento; entender lo que pasa en la definición de las candidaturas presidenciales de los partidos políticos con miras el 2012; hurgar el motivo detrás de la tendencia penalizadora y no preventiva de los delitos que priva en el poder ejecutivo queretano, con la sumisión correspondiente del legislativo; evitar que sucedan cosas como el conflicto del consejero electoral Juaristi del Instituto Electoral de Querétaro; saber lo que ocurre detrás de la debacle educativa mexicana y de los fallidos intentos reformistas con su cauda de reprobados, desertores y ninis; descifrar la locochona propuesta de la república amorosa. Todo ese enredo y más se podría descifrar si fuéramos verdaderos ciudadanos y no simples portadores de une credencial de elector y de opiniones fragmentadas y superficiales.

Por eso, como dice el rector de la UNAM, nos falta construir ciudadanía, trascender la simple asistencia a unas aulas abarrotadas y más o menos equipadas, capacitar a profesores que han permitido se les expropie su papel de líderes comunitarios para convertirse en servidores de maquinarias electorales perversas, o en simples correas de transmisión de saberes simulados y “competencias” meramente instrumentales y carentes de contenido teórico que les den congruencia y futuro.

La educación sigue siendo prioridad, pero no cualquier educación, no la consumista que promueven los medios de comunicación, no la que se disfraza de crítica y reflexiva para promover el conformismo y la pasividad, no la que privilegia los resultados estadísticos en lugar de los contenidos éticos. De la misma UNAM, el Instituto de Investigaciones Filológicas revela que: “Aunque es difícil hacer un cálculo preciso sobre la cantidad (de palabras que conoce y utiliza) un estudiante de nivel medio, contamos con datos que fluctúan entre 300 y mil 500 palabras, aunque hay que distinguir entre el número de voces que se emplean y el conocimiento pasivo de las mismas. En el caso de hablantes cultos, por ejemplo, los trabajos tradicionales de léxico señalan que suelen emplear alrededor de cinco mil vocablos, aunque su conocimiento pasivo sea de 10 mil ó 12 mil”, lo que revela que los programas de promoción de la lectura en realidad la desalientan, parece que se trata de que los mismos niños y jóvenes renuncien a sus capacidad para comprender el universo simbólico que hemos construido, este mismo texto está constituido por símbolos que muchos logran “leer” pero no comprenden.

Lo “cientificista”, que no científico, le ha estado ganando terreno a las otras formas de entender el mundo, de aprehenderlo y aprenderlo, por eso resulta conveniente conocer puntos de vista como los del Dr. José Narro o de investigadoras como Laura Frade (Los nudos existentes en la evaluación por competencias desde una visión del pensamiento complejo. Antología - 5º Congreso Nacional de Educación http://www.snte.org.mx/?P=articulo&Article=1343), del primero podemos rescatar otra cita: “La auténtica función de las universidades trasciende a la de transmitir y generar conocimiento. El verdadero propósito tiene que ver con la vida en sociedad. Con la creación de modelos al respecto. Con la formación de ciudadanos libres, con conciencia colectiva, capaces de valorar principios éticos y la vida en sociedad. Atentos al cumplimiento de los marcos legales y de sus propias obligaciones. Aptos para la democracia, respetuosos de los derechos de los demás y competentes para exigir el cumplimiento de los propios”; de la segunda: “…una competencia no es sólo un acto racional es también un acto afectivo puesto que hoy se sabe que la emoción es la base del pensamiento y del comportamiento, aquel que puede responder frente a las demandas o problemas que enfrentamos y a su vez los resuelve, incluye un proceso que inicia por el interés y la motivación en los que regula los sentimientos que emergen durante el proceso de ejecución hasta llegar a la meta deseada. Más aún, la falta de emoción en la resolución de demandas es tan dañina para el sujeto como el exceso de ellas al actuar, así si la persona no se emociona por lo que observa, pues no lo hace, no se interesa o su participación disminuye, pero también si sigue sus impulsos sin control puede llegar a matar a alguien”, o robar, o extorsionar, o secuestrar, o justificar todo lo anterior. Pero también se necesita “un criterio de adecuación entre lo que hace el sujeto para resolver lo que enfrenta y lo que la sociedad y su cultura necesita y acepta como éticamente válido. Es decir que no todo lo que se hace resulta en un comportamiento competente por más que el sujeto que lo despliegue logre los resultados a los que aspira, de ahí que la competencia también sea un asunto cultural”.

En resumen, no basta con atenerse a los contenidos académicos de un plan de estudios o al diseño perfecto de proyectos a realizar en el aula, el alma educativa está también en las motivaciones, en las actitudes, en los valores, en la construcción de una ciudadanía plena que no evada lo emotivo y ético, que no acepte simulaciones, que no olvide las utopías.