viernes, 5 de abril de 2013

EL BIEN Y EL MAL

Que a los buenos les vaya bien y a los malos les vaya mal. Suena fácil, pareciera que después de miles de años de experiencia como especie, de construcción de leyes, reglamentos, textos sagrados y no tanto, de instituciones encargadas de diferenciar una cosa de la otra, no habría mucho problema para llegar a eso. Pero no. ¿Qué es el mal? Desde que el homo sapiens presume de serlo ha dejado testimonio de aquello que le ocupa y preocupa: en cierto momento, cuando pudo desprenderse de sus necesidades más inmediatas, tuvo la oportunidad de destinarle más tiempo a pensar en su origen, en su forma de trascender una vida finita, en alimentar su temor a la muerte. Explicarse lo que no entendía lo llevó a buscar las razones de su existencia, buscar la felicidad o la paz como maneras de vivir lo mejor posible; creer que portarse bien debe tener alguna recompensa que valiera la pena. Pretender resolver el dilema sería exageradamente pretencioso, si acaso es una provocación para pensar en el tema. Recordar, por ejemplo, que para nuestra academia de la lengua, el mal ─desde la perspectiva que nos interesa─ es: “Lo contrario al bien, lo que se aparta de lo lícito y honesto.” O también: “Contrariamente a lo que es debido, sin razón, imperfecta o desacertadamente, de mala manera.” En lugar de decirnos lo que es, nos dicen lo que no es, bonita forma de definir algo. Pero hay otros enfoques que debieran evitar tal maña. En un mundo digital recurrir a la casi sagrada Wikipedia resulta obligado: “El Mal o la Maldad es una condición negativa relativa atribuida al ser humano que indica la ausencia de moral, bondad, caridad o afecto natural por su entorno y quienes le rodean, actuar con maldad también implica contravenir deliberadamente usando la astucia, los códigos de conducta, moral o comportamiento oficialmente correctos en un grupo social.” Esta última parte resulta más clara, porque implica que existe la voluntad para ir en contra de lo que es correcto o moral en un grupo social determinado, además, tan es un asunto de opción que hasta se hace trampa para ello, es decir, no es por ignorancia o imposibilidad física o mental; son las ganas de sacar ventaja a costa de los otros, de su buena fe, de sus esfuerzos, de su buen comportamiento. El catolicismo en especial, resume en 10 mandamientos lo que se debe y no hacer, pero las cosas se han complicado más de lo que parecen. El beato Juan Pablo II, tan apreciado para muchos, en su encíclica Veritatis Splendor recurre a otras fuentes: “81. La Iglesia, al enseñar la existencia de actos intrínsecamente malos, acoge la doctrina de la sagrada Escritura. El apóstol Pablo afirma de modo categórico: «¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el reino de Dios» (1 Co 6, 9-10).” Por si hiciera falta sigue diciendo: “Si los actos son intrínsecamente malos, una intención buena o determinadas circunstancias particulares pueden atenuar su malicia, pero no pueden suprimirla: son actos irremediablemente malos, por sí y en sí mismos no son ordenables a Dios y al bien de la persona: «En cuanto a los actos que son por sí mismos pecados (cum iam opera ipsa peccata sunt) —dice san Agustín—, como el robo, la fornicación, la blasfemia u otros actos semejantes, ¿quién osará afirmar que cumpliéndolos por motivos buenos (bonis causis), ya no serían pecados o —conclusión más absurda aún— que serían pecados justificados?»” El bien y el mal están presentes en todas las filosofías y en la totalidad de los textos sagrados de las diferentes religiones, un ejemplo más, porque el espacio, como la vida, también es limitado, lo podemos encontrar en el Baghavad Gita de los Vedas, nos limitaremos a una parte del capítulo 16 en su versión en prosa: “9. Siguiendo tales conclusiones, los seres demoníacos, quienes están totalmente perdidos y no tienen inteligencia, se ocupan en obras perjudiciales y horribles, destinadas a destruir el mundo. 10. Los seres demoníacos, refugiándose en la lujuria, el orgullo y el falso prestigio insaciables, y encontrándose así ilusionados, siempre están entregados a trabajos sucios, atraídos por lo que no es permanente. 11-12. Ellos creen que gratificar los sentidos hasta el final de la vida es la primera necesidad de la civilización humana. De esa manera no existe fin para su ansiedad. Estando atados por cientos y miles de deseos, por la lujuria y la ira, ellos acumulan dinero por medios ilegales para la complacencia de los sentidos. 13-15. La persona demoníaca piensa: “Hoy yo tengo tanta riqueza y ganaré más de acuerdo a mis ardides. Tanto es mío ahora, e incrementará más y más en el futuro. Él es mi enemigo y lo he matado, y mis otros enemigos también serán muertos. Yo soy el Señor de todo, soy el disfrutador, soy perfecto, poderoso y feliz. Soy el hombre más rico rodeado de parientes aristócratas. No hay nadie tan poderoso y feliz como yo. Ejecutaré sacrificio, daré alguna caridad y así me regocijaré”. De esta forma, tales personas están alucinadas por la ignorancia. 16. Confundido así por diversas ansiedades y atado así a una red de ilusiones, uno se apega demasiado al disfrute de los sentidos y cae al infierno.” Valgan estas breves reflexiones para unas fechas vacacionales que se originaron con una intención religiosa que cada vez menos siguen, pero es que reflexionar en el bien y el mal debiera ser algo más frecuente, incluso desde la ciencia o con un enfoque laico. Nuestra felicidad, paz y hasta trascendencia están en riesgo.