viernes, 25 de octubre de 2013

TRISTEZAS

Para los gobiernos los problemas que en verdad importan a los ciudadanos “no son tema”, no aparecen en sus preocupaciones, en sus planes, en su agenda. Vivimos sumergidos en las llamadas “reformas estructurales”, que en el contexto actual sólo es el nombre que se le pone a la progresiva pérdida de derechos sociales y laborales de los trabajadores manuales o intelectuales. Las reformas son regresiones a estados casi de barbarie, no es exageración, lo venimos señalando desde hace meses, quizás años. Allí están los casos de los países de la zona euro, los mileuristas españoles que le pusieron nombre a la caída de su salario promedio, antes cercano a los 2 mil euros mensuales, ahora debajo de los mil; sus crisis recurrentes, la baja drástica en sus pensiones y jubilaciones ya ganadas, ya trabajadas; las condiciones precarias en los pocos que logran acceder a alguna plaza laboral, las penurias de sus sistemas de salud, de educación. La protección cínica e indiscriminada a las cúpulas empresariales, a los grandes corporativos bancarios, energéticos, mineros, que no conocen más patria que la de sus propias carteras. Mientras vivimos esas regresiones permanecen las corrupciones en todos los niveles gubernamentales y directivos, públicos y privados, con su carga de impunidad y desvergüenza. Antes mataban jóvenes, ahora matan niños, a plena luz del día, en la calle, por un celular y los tenis que le arrebatan al cadáver. O los acribillan por aparentes problemas entre narcomenudistas, o los secuestran para sacarle dinero a sus familias y nunca más aparecen vivos, a veces ni muertos porque a nuestros aparatos de procuración y administración de justicia no les interesan, porque no hay ganancia, todavía, con los muertos. Y nos asombramos de que el movimiento magisterial lleve 8 meses en la brega, que se expanda a otros estados, que adquiera múltiples formas para manifestarse y resistir a la pérdida de los más elementales derechos laborales, a que no se les tome en cuenta en un cambio necesario en lo que toca al enfoque pedagógico y de contenidos curriculares, a que se les ofenda y desprecie en los medios de comunicación masiva. Para nuestras cúpulas políticas y empresariales es peor que pecado capital que los profesores se piensen a sí mismos, en lugar de permitir ser pensados por ellas. Si para el foxismo su filósofa de cabecera fue la chimoltrufia, porque como decía una cosa quería decir otra; para el calderonismo lo fue chespirito, y para el actual despeñadero su inspiración es Eugenio Derbez, y entonces hay que llevar a los muchachos de los bachilleratos a ver su película, según denuncia de Agustín Escobar en Tribuna de Querétaro, donde los temas que nos preocupan, que alimentan nuestros temores —la corrupción, el narcotráfico, las desapariciones, las extorsiones, los secuestros, las ejecuciones, las riquezas fácilmente explicables que no son delitos graves, la invención cotidiana de presuntos culpables, la impunidad—ni siquiera son parte de la escenografía. Si algo descubrieron las catástrofes naturales recientes es la cadena de corrupciones que elevaron la cantidad de víctimas mortales, de pueblos enteros devastados, de destrucción de selvas, bosques y humedales, la irresponsable construcción de casuchas y hasta complejos turístico-residenciales en cauces de ríos y desfogues de lagunas. Lo dice con precisión Sergio Gómez Montero en su ensayo Tecnología y consumo: el futuro enfermo: “Cuerpo, comunidad y naturaleza gravemente enfermos producen por necesidad tristeza. Todo dolor –acompañante común de la enfermedad– genera tristeza, tanto en quien lo padece como en aquellos que lo contemplan o lo acompañan; un dolor enfermizo y enfermo que se multiplica cuando los servicios de salud que, se supone, lo deben de paliar atendiendo a la enfermedad, son insuficientes o ineficaces. Estar cerca o sufrir la enfermedad en México (aunque, claro, no sólo aquí) es hoy reflejo fiel de esos efectos: la saturación de los servicios de salud (más los públicos que los privados) lastima ante su contundencia y refleja, sobre todo, el grave daño de malestar enfermizo que aqueja a la sociedad y la torna hoy una sociedad triste.” Pero para evitar la tristeza hay distractores, allí entran, otra vez, los medios de comunicación y sus monopólicos dueños. Tristeza no es perder todo el patrimonio o hasta a algún familiar por culpa de la corrupción y el crimen organizado, tampoco perder derechos sociales por la progresiva privatización de todo, hasta de la felicidad; tristeza es que la “selección nacional” de futbol no vaya al mundial.