sábado, 14 de septiembre de 2013

CAMBIAR PARA QUEDAR IGUAL O PEOR

Hay urgencia, las prisas parecen inevitables, nos deja el tren de la posmodernidad porque nuestras estructuras materiales y mentales son viejas, atienden a tiempos idos donde ideas como nacionalismo y soberanía tuvieron vigencia, pero se fueron desgastando con el uso y hasta el abuso, y ahora yacen apolilladas en el baúl de la historia patria. Lo primero que habría que cuestionar es si lo anterior es cierto, si la reformitis del gobierno actual y sus partidos políticos está motivada por una necesidad histórica cuyo camino está perfectamente señalado, que sabemos con certeza hacia dónde ir, que solo basta ponernos de acuerdo y dar los primeros pasos. Entonces, vamos por pasos. El primero, saber que una reforma es, para los efectos de lo que estamos tratando: “Aquello que se propone, proyecta o ejecuta como innovación o mejora en algo” (DRAE). Si los cambios que se proponen son la simple copia de los hechos en otras geografías, además con resultados contraproducentes o cuestionables, no se cumple ninguna de las condicionantes. La primera reforma, la laboral, se nos vendió como la solución inmediata al desempleo, pero produjo lo contrario, la precarización de los ya existentes y el despido de miles de trabajadores con antigüedad y derechos reconocidos, ahora desconocidos por una legislación “reformada”. Le siguió la mal llamada reforma educativa, que se quedó en un retroceso de 50 años en los derechos y condiciones de trabajo de los docentes, que es una mala copia del modelo estadunidense impulsado por el pasmado de George Bush Jr., y relanzada por los dueños de los grandes corporativos tecnológicos, quienes necesitan de mano de obra calificada, barata, dócil y que sea fácil deshacerse de ella; que además está siendo rechazada por una sociedad cada vez más crítica por desencantada. La supuesta reforma hacendaria estaría llamada a corregir la grave desigualdad económica en un país que tiene a los millonarios más grandes del mundo, dueños de monopolios que se esparcen por varios países, destruyendo y absorbiendo empresas más pequeñas o con menos privilegios; mientras más de la mitad de la población mexicana está en pobreza y otro porcentaje significativo va para allá. Pero esta también se quedó corta, de una posible reforma está cayendo en miscelánea fiscal. Viene la energética, la privatización presentada como la única solución posible al despilfarro, a la supuesta carencia de conocimiento técnico, a la falta de tecnología para explorar y extraer de aguas profundas cuando no hemos terminado de aprovechar lo que existe debajo de nuestra plataforma continental; las ansias por “compartir” la renta petrolera y por extraer excedentes que nuestro desarrollo interno no necesita. Eso sí, sin tocar las corrupciones del sindicato petrolero, sin exigirle cuentas del despilfarro porque buena parte terminaba en las arcas electorales de numerosos candidatos oficiales. Entonces ¿de qué se trata? De cambiarlo todo para que todo siga igual, diría el italiano Lampedusa. De las ansias ?estas sí?, de un sistema político y económico que no quiere perder sus poderes y privilegios, de un partido político, el PRI, que no sabe cambiar, que sigue con las mismas mañas y usando las mismas trampas; que, a pesar de las apariencias, no ha resuelto el trauma de saberse rechazado por la población en el proceso electoral de 1988 hasta perder, sin duda alguna en el 2000; que sabe que este sexenio puede durar dos años si se le cae el maquillaje y se le malogran las reformas, o ganar el tiempo suficiente, antes de que las verdaderas razones queden al desnudo, para afianzarse en el 2015 y hacer un salto mortal al 2018. El resto de las fuerzas políticas, el PRD de los chuchos y el PAN de los maderistas, calderonistas y del Yunque, también se juegan la sobrevivencia, por eso se treparon al pacto por México y desde allí, sin respeto alguno por los poderes constitucionales ?que tampoco lo exigen?, empujan cambios para ellos no cambiar. Espeluznantes las declaraciones presidenciales que, en el mismo acto donde anuncia la reforma “educativa” promete que, ahora sí, se revisará el modelo de enseñanza y los planes de estudio, ¿Qué no se supone que una reforma debería comenzar por eso? Hay una irracional fascinación por cambiar lo que da buenos resultados, como si el mero hecho de ignorar el pasado y renegar del presente lograra que cualquier cosa fuera mejor. Ya lo vimos, reformar tiene una intencionalidad que no siempre se cumple, menos si las reformas están envenenadas porque son simples copias, mal hechas, de lo que otros ya han aplicado con resultados disparejos. Parece que no aprendemos en cabeza ajena y necesitamos equivocarnos para, muchos años después, corregir, sin que importen los costos sociales. El neoliberalismo es el nuevo dios que pide sacrificios humanos sin parar, sin satisfacerse nunca: “En la actualidad se impone un ideal consumista, propuesto desde la economía occidental, que afecta a todo el planeta. En apariencia vivimos en una sociedad más justa e igualitaria, pero en la práctica ocurre todo lo contrario: una vuelta más en la espiral lampedusiana. Lamentablemente vamos a peor; esta certeza aciaga de un resultado final negativo también es revelada en El gatopardo con una sentencia clara y precisa que no necesita comentario: “E dopo sarà diverso, ma peggiore”, es decir, “y después será diferente, pero peor”. Xabier F. Coronado El gatopardismo de la existencia. La jornada semanal 01 sept 2013.