sábado, 23 de marzo de 2013

TRAGEDIAS HUMANITARIAS

“Caminaron por las vías del llamado Tren de la muerte cargando los carteles con las fotos de sus familiares ausentes y saludando a los migrantes que encontraban a su paso agarrados del techo de los vagones, como moscas. Pegaron anuncios en los postes con la petición: Ayúdennos a encontrarlo, seguidos de un teléfono. Plantaron cruces y lloraron por la tumba que no pueden tener los suyos. Se abrían paso con una manta que mostraba una pregunta: ¿Dónde están? Vieron fotos de cadáveres hallados a la intemperie, intentando reconocer en alguno a su familiar. Recorrieron carreteras. Rezaron en memoria de los que nunca regresarán a casa”. Marcela Turati en su libro Fuego Cruzado, Grijalbo-Proceso. El desgarrador libro de Marcela Turati trata sobre las víctimas de la “guerra contra el narco”, sobre los “levantados”, secuestrados, desaparecidos, asesinados, ejecutados, torturados, en fin, sobre cualquier ser humano con vida, con esperanzas, con sueños, con un futuro truncado por haber tenido la mala suerte de haber quedado en medio del fuego cruzado. Trata de esas “víctimas colaterales”, denominación que se pretende neutra y carente de sentimientos y humanidad, cuya única desgracia fue estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Pero regresemos al tema que nos ocupa en este momento. Uno de los ramales de “la bestia”, ese tren que cruza nuestro país de frontera a frontera, pasa por nuestro estado. Conocidos y documentados están los casos de solidaridad de las queretanas que se afanaban por darles comida, un lugar para descansar y quizás la bendición para que siguieran su viaje hacia el sueño americano. Solidaridad que ha sido sofocada y reprimida por las mismas autoridades mexicanas que las acusan de polleras, de traficantes y les inventan delitos y condenas, que después requieren de la presión social para que sean rectificadas. También se les acusa de “falsos migrantes”, de ser un peligro para nuestras comunidades, de ser delincuentes camuflados, todo para aislarlos y quitarles el poco apoyo que reciben, para convertirlos en extraños a nosotros. Los pocos datos disponibles son espeluznantes, tan solo en el plazo de seis meses, entre 2008 y 2009, nos referimos al tiempo abarcado por la CNDH en su Informe especial sobre el caso de secuestros a migrantes, al menos 2758 de ellos, en su trayecto para cruzar el país, fueron secuestrados, aunque la cifra podría llegar a más de 20 mil porque la inmensa mayoría de los casos no se denuncian ante autoridad alguna, frecuentemente porque las propias autoridades mexicanas son cómplices de los hechos. Los rescates de esos “secuestros” les costaron a las familias una cantidad que varía entre mil 500 y 5 mil dólares, por cada uno. Quien no tuvo algún familiar que pagara fue asesinado para escarmiento de los demás. También hay migrantes queretanos cuya suerte y paradero se desconoce, no se subieron a “la bestia”, pero nuestras carreteras son igual de peligrosas y desaparecieron en grupo. Entre más tiempo pase sin saber de ellos menos esperanzas hay de un final feliz. Las organizaciones humanitarias no se dan abasto ante la gravedad del problema, muchas de ellas dependen de la pastoral católica que ni siquiera en bien vista por la jerarquía eclesial. El caso del padre Solalinde es uno entre varios, cada vez menos, cada vez más aislados y sujetos a amenazas de muerte y a exilios temporales porque las autoridades no pueden garantizar su vida. Pero nuestras autoridades son omisas en todos los niveles, ante la presencia de delincuentes y pandilleros entre los migrantes honestos, que son la mayoría, se lavan las manos o de plano actúan para dejarles el terreno libre para que hagan lo que quieran; ante el fenómeno de los vagos y adictos que se disfrazan de migrantes para pedir dinero en las calles, fingen indiferencia y toleran robos, agresiones, acoso a niñas y jovencitas y desacreditan a líderes vecinales que piden una mayor intervención preventiva. A los gobiernos municipales les viene de perlas la excusa de que las vías del ferrocarril son propiedad privada para quitarse de encima cualquier responsabilidad, si eso se da a lo largo de miles de kilómetros la situación se vuelve caótica e incrementa los riesgos. Esto último viene a colación por que los vecinos de la Delegación Cayetano Rubio (Hércules), del municipio de Querétaro han estado denunciando la presencia de vagos y adictos que con frecuencia se plantan en los numerosos topes de la avenida que corre paralela a la vía férrea, sin ser migrantes, que se han apropiado de terrenos baldíos cercanos al panteón municipal y que ocupan para drogarse y refugiarse cuando cometen otros ilícitos en la zona, sin que el Delegado y la Presidencia Municipal den solución alguna, solo se han dedicado a descalificar a los quejosos como si eso desapareciera los problemas. No se trata de fastidiar a esos desplazados por la represión política, a esos exiliados económicos porque en sus países hay menos trabajo que en el nuestro, a esos esperanzados en conseguir una vida mejor poniendo en juego lo único que les queda, su vida. Se trata de no convertir en tierra de nadie buena parte de nuestra geografía y tolerar abusos de delincuentes de cualquier tamaño o nacionalidad. Se trata de apoyar solidariamente a unos y prevenir que los sinvergüenzas hagan de las suyas. Sin engaños, sin simulaciones.