sábado, 27 de octubre de 2018

CALAVERAS, CACEROLAS Y DIABLITOS Joaquín Córdova Rivas Como todo símbolo está cargado de significados, el llamado Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México —NAIM por sus siglas—, concentra y representa el clímax de corrupción del gobierno federal saliente. Es su creatura póstuma, concebida desde la soberbia de creer tener asegurado el triunfo en las elecciones de junio de este año con cualquiera de sus candidatos y cualquiera de sus coaliciones. Allí están, desnudos, los tráficos de influencias, los precios inflados, los materiales de calidad inferior al presupuestado, las mafias de constructores, de transportistas, la especulación inmobiliaria y el despojo a los pueblos vecinos, la corrupción en la asignación de contratos, los pagos adelantados sobre obras no realizadas, el dispendio, la destrucción ecológica, lo inadecuado del terreno y lo que han llamado Aerotrópolis, un proyecto megamillonario sobre miles de hectáreas que de otra manera resultaría incosteable en su urbanización y venta en el corto plazo. Las consecuencias sobre una ciudad sedienta y que se hunde aceleradamente no importan, el chiste es hacer negocio. Lo anticipamos y lo escribimos en el número de la primera semana de abril de este semanario titulado, precisamente, El Nido, porque para la campaña morenista ese era y es el ejemplo del descaro y complicidad a la que podía llegar un gobierno que solo estaba gobernando para beneficio de una minoría de grandes empresarios, sin importar los costos, mucho menos la ética, ni para qué insistir en la presunta responsabilidad social que tanto presumen y que carecen. Y todo a costa del presupuesto público y del ahorro forzado de millones de trabajadores cautivos de unas AFORES que dan migajas a cambio de que ellos inviertan lo ajeno donde no quieren arriesgar sus muy cuantiosas fortunas. Para colmo de los males, esa forma amañada de hacer las cosas ya mordió a los de casa, sus carísimas torres médicas, sus costosos y disque lujosos centros comerciales o condominios de lujo presentan los mismos “inconvenientes” de su perversa forma de operar: pisos que se anegan de aguas negras porque el drenaje es insuficiente, puentes que se caen con cualquier sismo de mediana magnitud y provocan víctimas fatales, áreas completas que se derrumban por su propio peso y eso que apenas están en construcción o tienen poco tiempo operando, secciones habitacionales de lujo que con las lluvias parecen gozar de cascadas interiores y un largo etcétera que ellos conocen. Del otro lado de esas mafias solo se opone un presidente electo y una propuesta de gobierno que no ha tomado posesión, pero que está respaldado, de inicio, por 32 millones de votos. Por ello el mecanismo es lo de menos, se trata de movilizar a una parte de ese apoyo electoral, irlo transformando en una masa que se organiza alrededor de demandas muy específicas y forzar a los barones de la política neoliberal y del dinero a acatar la decisión de que ese tipo de tranzas ya no serán toleradas. Y eso es bien difícil. Creer que esos intereses se van a quedar nada más viendo cómo pierden sus ventajas ilegales y privilegios es una ingenuidad, en lo público, declaran apoyar al gobierno electo pero, por debajo, sin enseñar la mano, tiran todas las puñaladas traperas que pueden, utilizando los medios de comunicación —son los dueños—, inventando asociaciones de especialistas, patrocinando membretes de organizaciones inexistentes o de puros cuates y prestanombres, cooptando a quien se deje, comprando al que no aguante, amenazando, hostigando, golpeando con todos los medios a su alcance más los que se presten “desinteresadamente”. Las presiones están y seguirán, tratarán de desgastar al nuevo gobierno, inventarán escándalos, magnificarán minucias, comprarán las lealtades de aquellos que siguen creyendo que sus empleos e ingresos se los deben a ellos y no a sus capacidades y conocimientos. Hay que recordar que seguimos siendo el país de las quesadillas sin queso, del chile que “no pica”, del ciudadano que no participa, pero convierte cualquier teclado en arma para ejercer sus miedos y prejuicios. Para esos los cacerolazos siguen siendo una opción. Los diablitos allí andan haciendo de las suyas, descalificando, queriendo ridiculizar, apelando a la desmemoria, borrando por saturación mediática los millones de víctimas, todo lo que se han robado, todas las injusticias cometidas, todas las corruptelas gozadas por décadas, los millones de empobrecidos, los desplazados por su violencia, los muertos por negligencias y complicidades, las innumerables calaveras sembradas por todo el país. Y todo para seguirse enriqueciendo, aunque sigan siendo unos infelices.

LOS CACEROLAZOS

Joaquín Córdova Rivas La inercia es canija, nos sigue arrastrando aunque queramos cambiar de rumbo, torcer nuestro destino hacia derroteros menos dolorosos, acumular karma positivo para salir de la mala racha, elija la versión que más le guste o de plano dese por vencido y proclame que es culpa del maligno que sigue acumulando fieles seguidores. Hacer que un país se mueva hacia nuevas coordenadas exige que se deshaga de sus lastres al tiempo que se da tiempo para acordar la nueva dirección, aunque si seguimos con la metáfora marinera, resulta frustrante quererse enfilar hacia horizontes, menos tormentosos, con la misma tripulación y sus tendencias suicidas porque sabe que tiene asegurado su lugar en la única balsa salvavidas existente. Al presidente electo y su variopinto equipo se le reprocha desde ahorita, antes de que tome las riendas del poder, que las cosas no solo no mejoren, sino que estén empeorando. Aunque si somos mínimamente críticos podemos cuestionar si esa tendencia es cierta o es que los medios de comunicación se quitaron la venda y están dejando saber lo que antes, por pura conveniencia y complicidad, ocultaban. Hay quienes se declaran defraudados porque se pospongan o cancelen encuentros con víctimas de la violencia irracional, de la que provoca un crimen organizado desde arriba y que está desbocado ante la perplejidad de quienes les jalaban un poquito las riendas; o que los encuentros con organizaciones magisteriales se hayan degradado a peleas campales culpando a los convocantes y no a los asistentes. Es como el infantil gamberro maleducado que llega a la fiesta de cumpleaños del compañero de escuela golpeando, destruyendo lo que encuentra a su paso y los padres, en lugar de ponerlo en paz y enseñarle cómo convivir con los demás, les echan la culpa a los anfitriones porque “si ya saben cómo es, para qué lo invitan”. Se nota, cada vez más, la carencia de una organización política que rebase lo coyuntural y que dé cauce a esos agravios ancestrales y recientes, que los eleve de lo dolorosamente circunstancial y los convierta en movimientos permanentes que eviten los retrocesos, que proponga soluciones factibles y duraderas, que rebase lo inmediato para convertirse en política de Estado, ahora sí con mayúsculas. Ya no podemos seguir siendo el país de las buenas intenciones con fracasos continuados, ni tampoco el de las ocurrencias que se desinflan apenas se anuncian, ni el de las simulaciones que solo sirven para la foto en la prensa matutina o el bombardeo en las redes sociales. Necesitamos, además de esperanza colectiva, resultados firmes, aunque no sean espectaculares, de esos que se arraigan en la subjetividad de las personas y en la conciencia colectiva. Dicen que en política los vacíos no existen, si un lugar parece desocupado alguien lo llenará con su presencia. Si lo vemos como texto, si nosotros no escribimos nuestra historia alguien querrá hacerlo a su conveniencia. Por eso urge construir una narrativa del cambio por el que votamos el primero de julio pasado, antes de que la victoria se convierta en una frustración más. Cuando la voluntad popular se queda en puras ganas, en vanas intenciones, aparecen las cacerolas, ese remedo de manifestación popular que busca revertir los cambios, infundir el miedo, meter la reversa cueste lo que cueste, sin advertir que es su propia inseguridad y egoísmo lo que está detrás de los llamados conservadores, que buscan ganar con el terror y el escándalo lo que perdieron en las urnas. Apenas se anuncian los privilegios que pueden perder y ya activaron campañas en las redes sociales contra todo: contra el feminismo y sus derechos ganados al machismo recalcitrante —¿habrá de otro?—, contra la posible despenalización del aborto porque hay mujeres encarceladas acusadas, falsamente, de haberse provocado tal evento cuando muchas veces fue circunstancial o causado por una atención deficiente o ausente, o las que fueron víctimas de violación y no encuentran el apoyo institucional para hacer valer su derecho, o las que prefieren decidir sobre su cuerpo y futuro en lugar de dejar que el gobierno decida por ellas; contra la diversidad sexual y sus manifestaciones afectivas; contra las madres que amamantan en lugares públicos queriendo arrinconarlas como si fuera algo censurable o morboso —esa calentura que existe en sus mentes, no en los demás—; contra el consumo de ciertas sustancias que provocan menos daño que el alcohol y el tabaco; contra las marchas y manifestaciones, contra las pintas, contra la reconciliación y el perdón pero a favor de la venganza contra los jodidos mal portados —según ellos desde sus torres de moralidad convenciera—, contra todo lo que les parece indebido pero que se guardan para sí mismos, cuando saquen sus cacerolas para hacer escándalo basados en mentiras, en un falso sentimentalismo hipócrita, en esa doble moral que tanto les gusta. Muchos intereses pueden ser afectados, las ultras de ambos extremos se sienten desplazadas y no quieren ceder ni un centímetro frente a la voluntad popular expresada por muchos medios, no solo el electoral. Tienen recursos y hasta quienes pueden financiarlos, del otro lado prevalece una mezcla valiosa, pero con capacidad de reacción poco articulada y más tardada. Ni modo, la diversidad a veces es más difícil que la falsa unanimidad alrededor de intereses muy concretos y egoístas. Foto: Mariana Córdova

LOS MONSTRUOS

Joaquín Córdova Rivas No elegimos dónde nacer, ni la familia a la que llegaremos, mucho menos sus características, tampoco el momento histórico ni el contexto social. Nuestros padres apenas tendrán un asomo de lo que genéticamente nos heredarán, como la mezcla puede resultar medianamente bien como puede ser un fracaso; pero aun así tendremos que hacernos responsables de nuestros actos, de aprender, con la complicidad, el apoyo y el ejemplo de los que creemos semejantes, eso que se llama humanidad. El asunto es mucho más complejo de lo que parece y en cualquier momento se puede torcer el rumbo de la vida, dañar a los demás comenzando por los más cercanos, a veces irreparablemente. Hace dos años, por estas fechas, traíamos a estas páginas la opinión de dos estudiosos de esos y otros muchos temas: «Qué seguro y cómodo, acogedor y amistoso parecería el mundo si los monstruos y solo los monstruos perpetraran actos monstruosos. Contra los monstruos estamos bastante bien protegidos, y podemos descansar seguros de que estamos protegidos contra los actos perversos que los monstruos son capaces de realizar y que amenazan con perpetrar. Tenemos psicólogos para vigilar a los psicópatas y sociópatas, tenemos sociólogos que nos indican dónde es más probable que se propaguen y congreguen, tenemos jueces para condenarlos al confinamiento y al aislamiento, y policía y psiquiatras para asegurarnos de que permanecen allí.» Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis. Ceguera Moral. La pérdida de la sensibilidad en la modernidad líquida. https://www.planetadelibros.com/libros_contenido_extra/30/29568_Ceguera_moral.pdf La polémica no tardó en llegar, pero poco ha trascendido, opinadores, columnistas, analistas cuestionaron la utilidad de dar a conocer con todos sus detalles cruentos, las declaraciones del feminicida de Ecatepec. No abona al debate, es tratar el crimen como un espectáculo más, oscurece las causas y evita las posibles soluciones, dijeron. Pero el espectáculo tenía que continuar, el dios “rating” exige más sacrificios en su nombre y ahora conocemos las “confesiones” de ese “monstruo” como se le ha dado en llamar. Tampoco tardó la revictimización, “eso les pasa por confiados, por no cuidar a sus mujeres y niños, por drogarse, por irresponsables” como si las víctimas hicieran a su victimario y no al revés. Queremos seguir creyendo que es un caso aislado, que no nos representa porque los demás, los “normales”, no seríamos capaces de hacer eso. Desde otros ámbitos se piensa lo mismo, pero se van al extremo: la culpa no es del hombre, tampoco de las instituciones que fallan en desarrollarnos como mejores seres humanos, que no detectan las desviaciones graves que dañan a los demás, a los mas indefensos, a los que confían en la igualdad o superioridad moral de sus abusadores. Y entonces aparecen los demonios como una falsa y cómoda explicación de nuestras fallas, de nuestra humanidad fallida, de los valores que pregonamos pero no ejercemos, de esas divinidades vengativas y ciegas en las que creemos cuando nos conviene. Lo mismo hacemos cuando pretendemos olvidar que nuestra especie, al igual que todos los demás seres vivos, es migrante. No hemos explorado y explotado el planeta quedándonos quietos, siempre buscamos estar donde mejor podemos hacerlo y nos movemos continuamente, apenas la aparición de las fronteras impide en algo ese flujo constante entre territorios, pero huimos de las guerras, de las desigualdades sociales buscando en otro lugar mejores oportunidades, de las sequías y de las inundaciones, de las plagas y enfermedades, de los peligros e intolerancias que nos convierten en inocentes víctimas de cualquier atrocidad. Por eso es una estupidez inhumana castigar la migración sin atender sus causas, sin resolver los problemas que la provocan, nadie tiene derecho a impedir que los otros busquen vivir mejor utilizando la violencia. La caravana de más de dos mil migrantes hondureños que tanto enoja al copetudo del norte —hijo de migrantes y pensante de monstruosidades— es apenas el anuncio de un problema que lleva décadas sin quererse ver y resolver, los europeos también lo saben, es un fenómeno mundial que no se detendrá hasta que haya las condiciones mínimas para todos para vivir dignamente, sin las insultantes desigualdades que se ahondan y solo convienen a unos cuantos. Allí están nuestros monstruos, también están las posibles soluciones para evitarlos, prevenir que se sigan desarrollando nos corresponde a todos, aunque no con el mismo grado de responsabilidad, pero tampoco se vale la indiferencia, quedarse en el mero escándalo para olvidarlo en cuanto surja algo más terrorífico para asombrarnos y negar nuestra maldad, en lugar de ocuparnos en desarrollar nuestra humanidad.