viernes, 20 de mayo de 2016

DESAPASIONADOS

El señalamiento corrió a cargo de un cineasta, nuestro presidente no emociona dijo, lo que dice no provoca sentimiento alguno que eleve la esperanza, que marque nuevos derroteros, que unifique alrededor de una idea, un concepto, una palabra que nos defina frente a los sucesos que aparecen absolutamente fuera de control. Lo dijo un politólogo, qué ganas de querer hacer las cosas mal de nuestra clase política, que teniendo todos los elementos para hacer algo bien se resiste y se exhibe frente a una ciudadanía que exige un cambio radical. Lo dijo un periodista: «No hay un día en que no nos enteremos de los excesos de un gobernador, las extorsiones de un alcalde, los abusos contra el presupuesto de un funcionario público o de un legislador. En México, las noticias sobre la corrupción han logrado lo que parecía imposible: desplazar a las notas de inseguridad y violencia de las portadas de los diarios. Y no sólo en los periódicos. Por vez primera la corrupción ha superado a la inseguridad o el deterioro económico (empleo o pobreza) como la principal preocupación de los ciudadanos en los sondeos de opinión. Una percepción que hace estragos en la de por sí escasa confianza de los ciudadanos en las instituciones.» Jorge Zepeda Patterson, El País 18 de mayo 2016. Lo dicen cientos de miles, quizás millones de mexicanos en las redes sociales y en los pocos espacios comunicativos a los que tienen acceso sin filtro ni censura, aunque se pierda en precisión y se eleve la temperatura social. Se suma la indignación por la justicia mocha y convenenciera del caso ABC, la exoneración cotidiana de gandallas plenamente identificados por un sistema judicial acostumbrado a hacer las cosas mal porque nadie les ha enseñado a hacerlas bien, la impunidad del caso Tlataya, el pantano de los levantados y desaparecidos, mejor no seguir, ya sabemos el rosario de males de cada día. ¿Dónde pudiera estar la respuesta? Todo parece apuntar en la misma dirección, nuestra democracia sigue siendo un aparatote caro y sin contenido, apenas sirve para que los poderosos de siempre la usen para seguir medrando a costa de los demás. Luisa Etxenike, escritora española de nuestra generación, de la que estamos en los cincuentas acercándonos a los sesentas de edad, lo cuenta desde su punto de vista: «La reflexión viene de la constatación de la desertización que avanza en determinados campos que considero fundamentales, que son el de la cultura, el pensamiento, el arte, la creación intelectual. Y que tiene que ver también con un empobrecimiento del lenguaje. La relación con el lenguaje es la relación estelar de nuestras vidas y el perder ese matiz, esa ambición, se convierte en una catástrofe personal y social. Las Humanidades están siendo desterradas del sistema educativo y eso tiene consecuencias. Vemos cómo se ha despertado la conciencia ecológica y la ciudadanía comprende la pérdida colosal que supone la devastación del Amazonas, del mismo modo, hay bienes culturales, patrimonio, libros, capacidad de lectura de referencias que se están perdiendo, que se están devastando por el poco aliento que desde instancias institucionales se da a la preservación de ese patrimonio. […] Es verdad que hay una identificación excesiva de la cultura con el entretenimiento, pero la cultura no es una actividad del tiempo libre sino lo que nos hace libres todo el tiempo. Hay una poderosísima industria del entretenimiento y eso nos hace perder de vista el sentido emancipador, el sentido de crecimiento personal y social que la cultura, y lo fundamental que es en este sentido la capacidad del lenguaje. No es lo mismo poseer 1.000 palabras que 40.000, en ningún orden de la vida. No en la vida del conocimiento íntimo, pero tampoco en la comunicación social y política, por eso creo que hay democracias de 1.000 palabras y democracias de 40.000. La cultura está mucho más cerca de la creación artística que del entretenimiento. […] Es que al mismo tiempo que hablamos de la falta de siembra en el lenguaje, hay que citar la manipulación del mismo, acompañado por un conformismo con la ausencia de matiz, con la brocha gorda, con la perversión de los conceptos. Lo que llamo las apropiaciones indebidas del lenguaje, que es llamar a las cosas por nombres que no les corresponde. Todo forma parte del mismo conjunto que nos hace vulnerables a cualquier tipo de manipulación. Es fundamental tener del otro lado un receptor que sepa distinguir lo que le cuentan. Y no solo es responsabilidad de la escuela, también los medios de comunicación que no informan con el rigor que corresponde, o los discursos públicos que no preconizan el matiz, el hilar fino en la expresión.» http://www.eldiario.es/norte/cultura/cultura-actividad-tiempo-libre-libres_0_380062062.html En ese hilar fino habría que pensar si nuestras democracias son compatibles con sociedades bien informadas, donde se aprecien los matices del lenguaje porque los manejamos todos, críticas porque no toleremos las sinvergüenzas y las corrupciones por muy humanas que sean, éticas porque atienden a lo que nos trasciende como individuos. Por eso la mención y el reflexionar lo conveniente o no de tener políticos que no entusiasmen, o de tan pocas palabras que sería preferible que se quedaran callados. Las palabras sin contenido de ideas, la simple verborrea a la que muchos están acostumbrados, debiera estar desterrada de cualquier modelo democrático. Pero allí están, aburren, engañan, no saben hablar y eso refleja su pensamiento. Malo por nosotros que los seguimos tolerando.