viernes, 22 de abril de 2016

¿DÓNDE ESTÁN LOS POETAS?

La barbarie se vuelve contra sus promotores, contra sus “arrepentidos” beneficiarios, contra sus cínicos encubridores. El entrecomillado anterior es porque no les creo. Las disculpas suenan falsas por inoportunas, porque vienen de quienes practican cotidianamente y con singular brutalidad lo que ahora parece que les escandaliza. No soy de los optimistas que obsequia el beneficio de la duda, ya no se vale chuparse el dedo con la primera tontería que nos arrojan para consolarnos. Al contrario de las series televisivas y las películas que produce Hollywood, no necesitamos de individuos que solitos y por una personalísima venganza sirven, de rebote, a un ideal de justicia que se queda en el individualismo. Nuestra historia y cultura prefiere las soluciones alcanzadas colectivamente, apelando al bien de todos, hasta al de esas minorías ciegas que por aprovecharse de los demás nos ponen en riesgo irresponsablemente. Con las dictaduras europeas, señaladamente el franquismo, la denuncia y la organización social fueron las armas para enfrentar a esas bestias que insistían en regresarnos a la simple sobrevivencia, sojuzgados, aparentemente resignados. En esa denuncia social el papel de los poetas fue fundamental. En algunos fue circunstancial, las dictaduras le temen a la poesía y a la cultura en general porque no la entienden, porque, además, la apreciación estética pasa por el desarrollo de lo que nos hace mejores seres humanos, con la empatía y la sensibilidad ante el sufrimiento y las desigualdades que sufren los otros, porque esos otros somos nosotros. Pasa también por el gozo y el disfrute de una vida que tiene caducidad. Lo peor que nos puede pasar es que nos volvamos inmortales, eso rompería cualquier límite, cualquier necesidad ética, viviríamos —si a eso se le puede llamar vida—, devorándonos incesantemente, provocándonos sufrimiento todos contra todos. Muchos de los poetas que viven en nuestra conciencia colectiva, de esa convulsa historia del franquismo para acá, pasando por las dictaduras latinoamericanas — sean “perfectas” o no—, simplemente denunciaban lo que veían. Quizás olvidándose a veces de una técnica muy depurada, priorizaban el contenido sobre la forma, eran valientes y hasta geniales. Revisar sus obras y biografías es repasar el exilio, las diversas formas de represión, el miedo de los que no los entendían. A los poetas le siguieron los cantautores, la poesía con música para propagarse utilizando las nuevas tecnologías que inicialmente escapan al control dictatorial, la lista es larga y merece una futura oportunidad. ¿Dónde están los poetas, los teatreros, los cantautores, los novelistas, nuestros modernos denunciantes? Sí están, dando la batalla desde sus obras, arrinconados quizás por una globalización y tecnificación que insiste en desplazarlos, porque siguen sin entenderlos. Han sido reemplazados, sin menospreciar, por líderes de opinión surgidos en las redes sociales o en los escasos medios de comunicación que les dan espacio. Todavía marginales pero con impactos crecientes que da la “viralidad” de las conexiones instantáneas, fuera de filtro y de censura. Pero la cosa ya está tan grave que hasta el discurso científico comienza a preguntarse, y a intentar responderse, acerca de la falta de sincronía entre los vertiginosos avances en ese ámbito y el poco desarrollo, y hasta desprecio, por el uso adecuado de esos conocimientos. Howard Gardner, autor de la teoría de las inteligencias múltiples, ya se atreve a decir, haciéndole las preguntas adecuadas, cosas como estas: «…empecé también a preguntarme por la ética de la inteligencia y por qué personas consideradas triunfadoras y geniales en la política, las finanzas, la ciencia, la medicina u otros campos hacían cosas malas para todos y, a menudo, ni siquiera buenas para ellas mismas […] Pero yo soy un científico e inicié un experimento en Harvard, el Goodwork Project, para el que entrevisté a más de 1.200 individuos. ¿Por qué hay excelentes profesionales que son malas personas? Descubrimos que no los hay. En realidad, las malas personas no puedan ser profesionales excelentes. No llegan a serlo nunca. Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes […] Lo que hemos comprobado es que los mejores profesionales son siempre ECE: excelentes, comprometidos y éticos. ¿No puedes ser excelente como profesional pero un mal bicho como persona? No, porque no alcanzas la excelencia si no vas más allá de satisfacer tu ego, tu ambición o tu avaricia. Si no te comprometes, por tanto, con objetivos que van más allá de tus necesidades para servir las de todos. Y eso exige ética. Para hacerte rico, a menudo estorba. Pero sin principios éticos puedes llegar a ser rico, sí, o técnicamente bueno, pero no excelente. Resulta tranquilizador saberlo. Hoy no tanto, porque también hemos descubierto que los jóvenes aceptan la necesidad de ética, pero no al iniciar la carrera, porque creen que sin dar codazos no triunfarán. Ven la ética como el lujo de quienes ya han logrado el éxito. “Señor, hazme casto, pero no ahora”. Como san Agustín, en efecto. Otra mirada estrecha lleva a estudiantes y profesionales comodones a ser lo que consideramos inerciales, es decir, a dejarse llevar por la inercia social e ir a la universidad, porque es lo que toca tras la secundaria; y a trabajar, porque es lo que toca tras la universidad..., pero sin darlo todo nunca. Sin ilusión, la vida se queda en obligación. Y otros son transaccionales: en clase cumplen lo mínimo y sólo estudian por el título; y después en su trabajo cumplen lo justo por el sueldo, pero sin interesarse de verdad limitan su interés y dedicación. Y son mediocres en todo. ¿No descubren algún día de su vida algo que les interese realmente? Algunos no, y es uno de los motivos de las grandes crisis de la madurez, cuando se dan cuenta de que no hay una segunda juventud. Otra causa es la falta de estudios humanísticos: Filosofía, Literatura, Historia del Pensamiento... ¡Qué alegría! Alguien las cree necesarias... Puedes vivir sin filosofía, pero peor. En un experimento con ingenieros del MIT descubrimos que quienes no habían estudiado humanidades, cuando llegaban a los 40 y 50, eran más propensos a sufrir crisis y depresiones. ¿Por qué? Porque las ingenierías y estudios tecnológicos acaban dándote una sensación de control sobre tu vida en el fondo irreal: sólo te concentras en lo que tiene solución y en las preguntas con respuesta. Y durante años las hallas. Pero, cuando con la madurez descubres que en realidad es imposible controlarlo todo, te desorientas.» http://www.panorama.com.ve/cienciaytecnologia/Cientifico-de-Harvard-Una-mala-persona-no-llega-nunca-a-ser-buen-profesional-20160412-0031.html Por eso no les creo sus disculpas, no hay arrepentimiento; ni creo en un cambio de rumbo, todavía no entienden que no entienden.