viernes, 14 de noviembre de 2014

EL MURO Y LOS HÉROES

“La muerte / con su impecable función / de artesana del sol / que hace héroes, que hace historias / y nos cede un lugar / para morir, / por esta tierra, / por el futuro.” La memoria es veleidosa y por lo mismo da sorpresas. Queriendo encontrar alguna clave para entender los turbulentos tiempos que vivimos, recordé los versos anteriores con la potente voz de la cantautora Sara González. Claro que la canción no era de su autoría, pero sabía bien cómo elegirlas en función de la circunstancia histórica que le tocó vivir y a Eduardo Ramos no le molestó que Sara la volviera conocida. La memoria colectiva también ayuda y nos hace traer al presente, 25 años después, ese caótico 9 de noviembre de 1989, pasaditas las 9 de la noche, en una Europa aún dividida por tiranías contrapuestas ―con disfraz demócrata―, de un lado los rusos y del otro los norteamericanos, ambos disputándose la hegemonía en ese continente que se repartieron después de la segunda guerra mundial. Conviene recuperar los datos de la Cancillería del Senado berlinés: “En la noche del 9 de noviembre de 1989, poco antes de las 19.00 horas Günter Schabowski, Secretario del Comité Central, anunciaba de forma inesperada al final de una conferencia de prensa que entraba en vigor una nueva reglamentación de salida del país para los ciudadanos de la RDA […] Para aliviar la creciente presión de las masas, los guardias del paso fronterizo de Bornholmer Straße dejaron pasar a los primeros ciudadanos de la RDA hacia Berlín Occidental a partir de las 21:20. Sin embargo, el responsable del servicio de control de pasaportes ordenó sellar y con ello invalidar los pasaportes, privándoles así de su nacionalidad, sin ellos saberlo. No obstante, alrededor de las 23:30 la conglomeración de gente fue tan grande que el responsable del servicio de control, aún sin haber recibido todavía órdenes oficiales, abrió finalmente la barrera. Alrededor de 20.000 personas pudieron pasar en las siguientes horas el puente Bösebrücke sin pasar por control alguno. El resto de los pasos fronterizos de la ciudad fueron abiertos en el transcurso de la noche. A raíz de la revolución pacífica en la RDA y los cambios políticos de los estados de Europa del Este, había caído aquella noche el Muro de Berlín […] Durante los días siguientes, se abrieron cada vez más pasos entre las dos mitades de la ciudad, el 22 de diciembre también el de la Puerta de Brandeburgo.” La gran sorpresa fue la manera en que reaccionaron las autoridades de la llamada República Democrática de Alemania, ya sea por presión, por pasmo, por la falta de órdenes terminantes de alguien que no se animó a pasar a la historia como cruel asesino, o por cansancio ―porque, como estamos viendo, también se cansan―, nadie se atrevió a dar la orden de reprimir a la creciente cantidad de ciudadanos que comenzaron a llegar a los puestos fronterizos sin más objetivo que constatar que se podía cruzar de un lado al otro del Muro. Los militares encargados de la vigilancia tampoco quisieron ejercer una responsabilidad que les correspondía, quizás previendo las fatales consecuencias por simplemente ser obedientes. Como haya sido, la historia no registra el nombre de algún héroe que guiara a las masas, todo parece indicar que fue una acción colectiva que supo leer y aprovechar la oportunidad que, seguramente, tardaría mucho en volverse a presentar. No hubo necesidad de tirar el Muro, simplemente forzar el paso libre por los puestos fronterizos restringidos, y eso se hizo, ese día y en los que siguieron, sin un solo muerto. “Entre 1961 y 1989, tan sólo en el Muro de Berlín perdieron la vida, por lo menos, 136 personas o murieron en relación directa con el régimen fronterizo de la RDA: 98 fugitivos que intentaron superar las instalaciones fronterizas fueron abatidos a tiros, murieron de otra forma o se suicidaron; 30 personas tanto del Este como del Oeste fueron tiroteadas o murieron de otra forma a pesar de que no tenían las intención de huir; 8 soldados fronterizos de la RDA que fueron abatidos por desertores, camaradas, fugitivos o un policía de Berlín Este. Además, murieron, por lo menos, 251 viajantes procedentes del Este y del Oeste al llevarse a cabo los controles en los pasos fronterizos de Berlín. Incontables son las personas que murieron de tristeza y desesperación por los efectos que tuvo para su vida la construcción del Muro.” Pero fue hasta seis meses después cuando el Muro comenzó a ser físicamente destruido: “La demolición del muro que pasaba por el centro de la ciudad se llevó a cabo entre junio y noviembre de 1990. Cazadores de souvenirs de todo el mundo, los denominados pájaros carpinteros del muro, se habían asegurado entretanto pedazos del símbolo de la Guerra Fría y su superación.” http://www.berlin.de/mauer/oeffnung/index.es.html Regresemos a los versos de Eduardo Ramos: “A los héroes, / se les recuerda sin llanto, / se les recuerda en los brazos, / se les recuerda en la tierra; / y esto me hace pensar / que no han muerto al final, / y que viven allí / donde haya un hombre / presto a luchar, / a continuar.” Vienen a cuento porque nuestros héroes yacen en fosas clandestinas o atrapados en el miedo de ser, otra vez, violados, secuestrados, levantados, extorsionados, mutilados, explotados, amenazados, desaparecidos, por una delincuencia institucional que se apoderó de la fuerza del Estado para ejercer cuanta forma de violencia se le ocurre contra una ciudadanía que se ha tardado años y miles de víctimas en reaccionar. Los crímenes contra los normalistas de Ayotzinapa fueron la gota que derramó el vaso, nos hicieron abrir los ojos y recuperar la memoria de los agravios sufridos por generaciones, nos hicieron avergonzarnos de nuestra pasividad cómplice. Nuestras víctimas son tantas y nos duelen tanto que puede pasar que se conviertan en esos héroes que marcan el camino a seguir. Quizás por eso las autoridades formales se niegan a investigar, a reconocer a las víctimas de sus corrupciones una por una, a siquiera encontrarlas, para mantenernos esperando y sin movernos. Parece vano esperar que alguien tome el papel de guía de la creciente movilización que requiere convertirse en organización. Hay que tomar rumbo y fuerza de esos, que nunca quisieron ser héroes, pero que tampoco se resignan a ser simples víctimas.