sábado, 30 de junio de 2012

LA REALIDAD DE LA FICCIÓN

“Estamos rodeados de demasiados juguetes tecnológicos, con Internet, los iPod...La gente se equivocó. Yo no traté de prever, sino de prevenir el futuro. No quise hablar de la censura sino de la educación que el mundo tanto necesita”. Ray Bradbury Sé que debería estar escribiendo del proceso electoral que formalmente finaliza este fin de semana, de la importancia del día después, de las condiciones de gobernabilidad, de los temas en que, aparentemente, hay consenso, pero debajo de ese galimatías hay temas que son necesarios, que nos sirven para reflexionar y corregir sobre lo andado. Menos de un mes de que el gran escritor inglés muriera, su preocupación por la educación y la cultura era patente, se nota a lo largo de su obra. Mi generación tuvo, entre otros libros de lectura, el de Fahrenheit 451, la temperatura, en esos grados, en que se quema el papel. Nos sorprendimos con la paradoja de un equipado y entrenado cuerpo de bomberos cuyo trabajo era quemar libros en una sociedad ubicada en un futuro no muy lejano a 1953, año de su publicación. Y es que tener libros estaba prohibido, su contenido producía inquietud, intranquilidad, acicateaba la curiosidad, y eso, en una sociedad planeada hasta en su más mínimo detalle no podía ser tolerado. En cambio, se fomentaban las enormes pantallas de televisión, omnipresentes, siempre dispuestas a dar instrucciones sobre qué hacer, cómo pensar, qué comprar, cómo sentir. Ocupando todo el tiempo y todo el espacio con su incesante parloteo, motivando a las personas a delatar a familiares, amigos, vecinos que tuvieran libros o los leyeran. El mismo Ray Bradbury lo decía, su novela no era anticipo del futuro, era prevenirlo, evitar que sucediera; porque los libros son importantes, guardan nuestros pensamientos, descubrimientos, sorpresas, sentimientos; son las ayudas de una memoria que tiene límite: “Sin bibliotecas, ¿qué nos quedaría? No tendríamos pasado ni futuro”. Hoy no quemamos libros, no es necesario; allí están pero casi nadie los toca, no se leen, es que nos hemos vuelto más sofisticados. Prohibir la lectura se vería mal, dejaría al descubierto su objetivo. Lo que hacemos es desalentarla, es decirle a nuestros niños y jóvenes que lean para que constaten que no entienden, que sean capaces de decir los sonidos relacionados con un texto pero ser incapaces de entrar en su significado; que les resulte frustrante, aburrido, inútil leer. Así se culpan ellos mismos, sin entender que están educados para eso. ¿Cuál sería esa educación que preocupaba a Bradbury? La cinematografía reciente se ha ocupado del tema, no solo “de panzazo”, el documental interesado de una asociación claramente ligada a intereses empresariales y televisivos, también sus contrapartes como “un mexicano más”, o las norteamericanas “esperando a superman” o la novedad de “detachment” traducido como “indiferencia”. Desde distintas ópticas, todas tratando el tema de la debacle educativa en diferentes países de este sufrido mundo. En nuestro México lo vemos con paros y manifestaciones de una parte del magisterio, con elevadas resistencias a una evaluación “universal”, con el fracaso de una prueba como ENLACE que sirve para todo menos para conocer las debilidades y fortalezas de nuestro sistema educativo, con la improvisación de funcionarios de ese sector; con la venta, al mejor postor, de las condiciones de trabajo y los salarios de los profesores, sabiendo que en el paquete se deterioran las condiciones de aprendizaje. Parece necesario ampliar el enfoque y recurrir a alguien más: “los modelos de la vida buena han pasado hoy a ser la presa de llaneros solitarios, cazadores y tramperos, y se han convertido en uno más de los numerosos botines resultantes de la desregulación, privatización, la individualización y la conquista y la anexión de lo público por parte de lo privado”. Zygmunt Bauman (Mundo Consumo) se percata de que en la sociedad actual globalizada los ciudadanos valen sólo como consumidores, que este rollo neoliberal no sólo nos roba el presente sino que ya se apropió de nuestro futuro, que se ha metido hasta lo más íntimo de nuestras vidas y las ha desarticulado convenciéndonos de que es nuestra culpa, siendo su principal mentira. Nos lamentamos de la pérdida de valores pero pretendemos ignorar que: “Quienquiera que llame a resucitar los gravemente heridos «valores familiares» (y que lo haga sabiendo lo que tal llamamiento implica) debería empezar por esforzarse en reflexionar sobre las raíces consumistas tanto del languidecimiento de la solidaridad social en el lugar del trabajo como del desvanecimiento del impulso por compartir las tareas de atención y el afecto en el hogar familiar”, y agregaríamos que si no avanzamos en resolver asuntos tan básicos el cambio educativo seguirá siendo cuesta arriba y una simulación más. Debería haber escrito sobre el número de casillas, sobre el esforzado ejército de ciudadanos que participan en este proceso electoral, sobre el IFE y sus capacidades, sobre las desconfianzas y escasas certidumbres, pero no pude.