martes, 6 de marzo de 2018

SACUDIRSE EL MIEDO

Joaquín Córdova Rivas La ropa sucia se lava en casa, pero en asuntos de política pública, de crisis económicas y sociales, de falta de respeto a los derechos humanos, la casa se vuelve global, extiende sus límites hasta abarcar al planeta entero. Por eso alarma la poca difusión y discusión del Informe 2017/18 de la organización Amnistía Internacional titulado «La situación de los Derechos Humanos en el Mundo». Parece que no queremos darnos cuenta de lo que nos ensucia a todos. https://www.amnesty.org/es/latest/research/2018/02/annual-report-201718/ El diagnóstico es crítico y alentador a la vez. Crítico porque la lucha no cesa y los retrocesos parecen no tener más justificación que las malas cualidades humanas, esas que echan al traste cualquier posibilidad de una convivencia pacífica en un mundo sembrado de intolerancias y desigualdades, ambas provocadas por nosotros, que no tienen nada de predestinación divina, ni de maldición racial o generacional. Alentador porque también hay avances, porque vemos que en los lugares donde los derechos humanos se respetan se incrementa la posibilidad de disfrutar de la vida más allá de la simple sobrevivencia. «Cuando comienza el año del 70 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos, queda sobradamente claro que nadie puede dar por sentados sus derechos humanos. Desde luego, no podemos dar por sentado que tendremos libertad para reunirnos en una protesta o para criticar a nuestro gobierno. Tampoco podemos dar por sentado que dispondremos de seguridad social cuando seamos personas ancianas o incapacitadas, que nuestros bebés podrán crecer en ciudades con aire limpio y respirable o que, como jóvenes, acabaremos los estudios y encontraremos un trabajo que nos permita comprar una casa. [...] La batalla por los derechos humanos nunca se gana de forma definitiva en ningún lugar ni en ningún momento. Las fronteras cambian continuamente, por lo que nunca puede haber margen para la autocomplacencia. Probablemente nunca haya sido este hecho tan evidente en la historia de los derechos humanos. Aun así, ante desafíos sin precedentes en todo el mundo, las personas han demostrado una y otra vez que su sed de justicia, dignidad e igualdad no se va a calmar, y, aunque pagando a veces un precio muy alto, continúan buscando formas nuevas y audaces de expresarlo. En 2017, esta batalla global de valores cobró una intensidad sin precedente.» Intensidad es la palabra clave porque esos derechos hay que ganarlos cotidianamente, en todo momento, en todo lugar, en cualquier situación. El miedo y la inseguridad son grandes aliados de los retrocesos, nos han querido convencer de que vivir tranquilos y seguros implica renunciar a ciertos derechos, más en el caso de los que nos protegen contra los abusos de la propia autoridad, hasta llegar a la estupidez de afirmar que los derechos humanos son para proteger a los delincuentes porque les facilitan no pisar la cárcel o salir pronto de ella para seguir delinquiendo. Lo que la autoridad teme, es no poder seguir ejerciendo un poder discrecional que lo lleva fácilmente a inventar culpables para ocultar sus propias fechorías, revictimizar a las víctimas es su nuevo credo. En el apartado titulado Violencia e Impunidad en México se afirma y sintetiza, aunque se habla en pasado no porque lo señalado haya sido superado, sino porque se refieren a datos del 2017: «Continuó la crisis de derechos humanos en México, agravada por el aumento de la violencia y los homicidios; hubo, en particular, una cifra sin precedentes de homicidios de periodistas. Las detenciones y reclusiones arbitrarias seguían siendo generalizadas y a menudo daban lugar a otras violaciones de derechos humanos, la mayoría de las cuales no se investigaban debidamente. Más de 34.000 personas seguían sometidas a desaparición forzada, y abundaban las ejecuciones extrajudiciales. La tortura y otros malos tratos seguían siendo una práctica generalizada a la que recurrían con impunidad y de manera habitual las fuerzas de seguridad para obligar a personas a firmar “confesiones” falsas. Sin embargo, la aprobación por parte del Senado de una nueva ley contra las desapariciones forzadas (tras la indignación popular nacional suscitada por el caso de la desaparición forzada de 43 estudiantes cuya suerte y paradero seguían sin revelarse) podía suponer un paso adelante, aunque su posterior implementación requeriría de un compromiso político serio para garantizar la justicia, la verdad y la reparación. El Congreso mexicano también aprobó, por fin, una nueva ley general contra la tortura. Más preocupante fue la promulgación de una ley de seguridad interior que permitía la prolongada asignación de funciones policiales ordinarias a las fuerzas armadas, una estrategia que se ha vinculado con el aumento de las violaciones de derechos humanos.» El informe atina en algo importante, los retrocesos en los derechos humanos no se dan en el vacío, hay ambientes y políticas que atentan contra ellos: «La austeridad es una cuestión de derechos humanos. Afecta al acceso de las personas a la educación, la salud, la vivienda, la seguridad social y otros derechos económicos y sociales. También propicia abusos contra los derechos civiles y políticos, como cuando los gobiernos responden de forma draconiana a las protestas y otras expresiones de disidencia o recortan servicios que afectan al acceso a la justicia, como la asistencia letrada gratuita. Con demasiada frecuencia, los gobiernos hacen caso omiso de esos derechos y toman decisiones cuya mayor carga hacen recaer sobre quienes viven en la pobreza, al tiempo que ponen en peligro el bienestar de la sociedad en su conjunto. La austeridad es una cuestión de orden mundial. En 2017 se aplicaron medidas de austeridad generalizadas en países de todas las regiones del mundo, limitando sobre todo los derechos económicos y sociales de las personas.» Quizás por esa razón la poca difusión al informe de Amnistía Internacional, porque en el ambiente electoral mexicano cuestionar las políticas representadas por dos de los tres candidatos a la presidencia de la república no les debe ser oportuno ni agradable. En fin, nos quedamos con la idea de que hay y puede haber avances, de que la lucha por nuestros derechos es algo de todos los días, nada de que ya se ganaron y nos tiramos en la hamaca, y de que hay que cuestionar esas políticas neoliberales que atentan contra el bienestar de las mayorías. Sacudirse el miedo y avanzar. La violencia aumentó en todo México. Las fuerzas armadas seguían llevando a cabo labores habituales de la policía. Continuaron las amenazas, los ataques y los homicidios contra periodistas y defensores y defensoras de los derechos humanos; los ciberataques y la vigilancia digital eran especialmente habituales. Las detenciones arbitrarias generalizadas seguían derivando en torturas y otros malos tratos, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales. Persistía la impunidad por violaciones de derechos humanos y crímenes de derecho internacional. México recibió la cifra más alta de solicitudes de asilo de su historia, la mayoría de ciudadanos y ciudadanas de El Salvador, Honduras, Guatemala y Venezuela. La violencia contra las mujeres seguía suscitando una honda preocupación; según datos recientes, dos tercios de las mujeres habían experimentado violencia de género a lo largo de su vida. Dos grandes terremotos hicieron peligrar los derechos a la vivienda y a la educación.