sábado, 10 de septiembre de 2011

SEXENIO REFORMISTA

Cuando me preguntaron qué era lo que caracterizaría al presente sexenio en lo referente al tema educativo, así, de bote pronto, lo primero que se me vino a la cabeza fue el afán reformista. Si bien la reforma a la educación preescolar tuvo como fecha de arranque el año 2004, las otras dos, que pretenden “articular” el nivel básico en uno solo, sí son de este sexenio federal.

En el 2006 se lanza la reforma a la educación secundaria y, tres años después, en el 2009, la de primaria. Por fin llegamos a lo que el Dr. Zamanillo, representante de la SEP en el estado de Querétaro, dio a conocer a algunos medios de comunicación apenas la semana pasada: la integración de esos niveles en un solo sistema –por llamarlo así―, todo bajo el enfoque de la educación y evaluación por competencias, donde no hay reprobados, y las evaluaciones disminuyen a 3 en todo el transcurso escolar básico de los estudiantes: una al tercer año, otra en el sexto y la última en el noveno, esta última correspondería al tercero de secundaria actual.

Para lograr lo anterior es necesario presentar alguna forma de articular entre sí esos niveles que todavía ahora son radicalmente diferentes en perfil y formación docente, métodos, programas y trabajo en el aula. Pero antes de pasar a eso hay que mencionar lo obvio pero no por ello menos importante.

Nadie puede dudar que nuestro sistema educativo necesita cambios profundos, nuestros niños y jóvenes no tienen el hábito ni saben leer, en el mejor de los casos son capaces de seguir un texto y hasta decirlo en voz alta, pero no entienden lo que leen y están diciendo, su comprensión es pobre y su aprendizaje está peor. Ni referirnos a sus capacidades para expresarse por escrito o el manejo de lenguaje abstracto como el matemático. Allí están como muestra los diferentes indicadores académicos, la reprobación, deserción y los malos resultados en las evaluaciones propias –como ENLACE, EXCALE, y las realizadas por el Instituto Nacional de Evaluación Educativa―, y las internacionales como PISA, que nos permiten compararnos con nosotros mismos y con el resto de los países que voluntariamente participan en las mismas. No tiene caso, ahora, flagelarnos repitiendo los resultados, simplemente que quede como sustentada la necesidad de un cambio. Pero eso no significa que hay que conformarse con lo que sea y que se haga como caiga, la urgencia no puede estar por encima de lo importante, una reforma mal hecha desperdicia lo poco bueno que estemos haciendo a cambio de estandarizar errores que nos van a costar varias generaciones más corregir. Y no es solo cuestión de tiempo, es que no podemos estar jugando con la vida de esos niños y jóvenes que, de entrada, suponen que los adultos sabemos lo que estamos haciendo con su formación.

El especialista e investigador Eduardo Andere señala algunos problemas graves de ese esfuerzo reformista que pareciera terminar mal con una “articulación” hecha a lo tarugo, bueno, esto último lo digo yo, Andere es más preciso: “No hay un nuevo currículum, no hay una nueva filosofía; hay una aglutinación con cambios en algunos aspectos… Es un documento antididáctico y por tanto antipedagógico, porque es extraordinariamente excesivo ―¡más de mil páginas, una vez que incluya ya todos los programas de estudio!―. Yo no conozco ningún currículum alrededor del mundo que tenga ese tamaño. Los maestros en México no leen; no podemos esperar que el maestro vaya a leer un documento de más de mil páginas… Que me parece una falta de respeto, a un año de distancia (de que termine el sexenio), que lancen un documento que literalmente ata la educación a PISA, a unos supuestos estándares internacionales que no existen. No hay estándares internacionales” (Entrevista publicada en la revista Educación 2001, agosto 2011).

Y eso que no hablamos de la Reforma Integral a la Educación Media Superior (RIEMS) que también tiene sus asegunes. Ojalá que al menos en el tema educativo el sexenio no termine como empezó, con la excusa del “haiga sido como haiga sido”, así no se hacen las cosas.