viernes, 14 de diciembre de 2012

LO NUEVO ES LO VIEJO

Los usos y costumbres también cambian, pero sus cambios son muy lentos, obligados por las circunstancias, porque se tiene la sensibilidad para detectar que está en riesgo la sobrevivencia como individuo, como grupo social, como partido político. El “nuevo PRI” tiene en sus genes una forma de gobernar que le permitió ser uno de los partidos más longevos en el mundo, apenas el partido comunista ruso, el cubano o el japonés que resultó después de la segunda guerra mundial, le disputaban la casi eternidad en el poder. Actualmente y por circunstancias muy particulares solo prevalece el dirigido por los revolucionarios cubanos, los otros perdieron lo invicto. El PRI, viejo y nuevo que no es lo mismo pero es igual, intuye que perdió el poder presidencial en el año 2000 porque el salinismo lo precipitó a la derecha, directito a la nueva ola del neoliberalismo, quitándole el flotador y sin saber nadar, porque nadar de muertito sirve cuando no hay oleaje, cuando lo que importa es no moverse aunque no se llegue a ninguna parte. Salinas primero y Zedillo después, dejaron en manos de otros buena parte de ese poder político que permitía al priismo concentrar las mayores decisiones, en cantidad y calidad. La consecuencia la vimos todos, ese poder se fragmentó cuando la punta de la pirámide fue ocupada por una oposición incompetente, que en doce años no pudo cambiar la forma tradicional de ejercer ese poder que los ciudadanos, a un costo social muy alto, le prestaron. El PRI necesita la presidencia de la república. La necesita para no desmembrarse, su dependencia a un líder supremo le da cohesión a su estructura. El presidente es a la vez el primer priista, el que decide y reparte las parcelas de poder entre los diferentes grupos, el que concilia o exilia, el que premia o reprime. Por eso, cuando la perdieron, solo encontraron una forma provisional de coordinarse a través de sus estructuras territoriales en los estados y municipios que todavía gobernaban y que fueron, poco a poco, recuperando. Pero el poder que se pierde alguien más lo gana, y aparecieron otras instancias que gustosas lo recibieron y ejercieron, arrebatárselos no será fácil. Los poderes fácticos son esos grupos que no se atreven a mencionar porque no conviene enfrentarlos directamente, por lo menos en el discurso. Con las privatizaciones y tratos preferenciales los banqueros se volvieron mucho más poderosos; lo mismo el duopolio televisivo que se expandió a la radio, a los medios impresos, a la discografía, a la telefonía, a la internet; ni que decir del crimen organizado que ya estaba presente en las corporaciones policíacas, en los ministerios públicos, en las cárceles, en los juzgados y que se descontroló a tal grado que ya atenta contra sus entusiastas solapadores; o el único sindicato nacional que trascendió a una descentralización inacabada del sistema educativo, que se apropió del mismo y se expandió al grado de adueñarse de estructuras políticas municipales y estatales, de organismos clave como el ISSSTE, la lotería nacional y hasta llegó a tener la coordinación política del tricolor en la cámara de diputados. El cobro de facturas llegará hasta la cúpula de las iglesias, esas que imponen sus doctrinas y creencias por la vía de la penalización de los pecados. Esos poderes fácticos y algunos más imponían candidatos, las agendas legislativas, se repartían presupuestos y cargos públicos, depredaron y destruyeron cuanto encontraron a su paso sin más horizonte que sus propios intereses personales o de pequeñísimos grupos. Por eso el “nuevo PRI” busca, madrugando a esos poderes fácticos que tardarán en coordinarse y ponerse de acuerdo, implementar reformas que le permitan concentrar el poder, allí están las nuevas supersecretarías de gobernación y de hacienda, los amarres en la estructura partidaria, en las coordinaciones de los grupos parlamentarios, en las gubernaturas y presidencias municipales. Se reconstruye la pirámide desde arriba, vuelve la disciplina, la línea, y todo con la complacencia de una oposición fragmentada que parece que añora el viejo reparto de las migajas del poder. Aparte, muy aparte, quedan los ciudadanos. Que si se ponen vivos alcanzarán a meter algunos cambios que les den mayor presencia, más influencia, que les permitan defenderse y acotar esos poderes que encontrarán un nuevo equilibrio para tratar de seguir haciendo lo que saben hacer, abusar de los demás. El PRI no es nuevo, el contexto en que se mueve sí lo es. Falta que aprenda la principal regla de la evolución: no sobrevive el más fuerte, ni el más rápido, ni el más corrupto, sino el que mejor se adapta a las nuevas circunstancias.