viernes, 25 de mayo de 2012

DESBOCADOS

“Ante una situación, hay que pedir opiniones diferentes. Si tengo un solo televisor en mi habitación, veré las cosas de una sola manera; pero si tengo diez aparatos en distintos canales, serán diez visiones distintas”. Gianni Vattimo filósofo italiano en Revista Ñ digital, mayo 2012. El filósofo italiano tiene cierta razón, no toda. Con optimismo supone que cada canal de televisión ofrece una interpretación distinta de los mismos hechos, quizás eso funcione en otros países, en México no. La creciente movilización de los jóvenes universitarios mexicanos agarró a todo mundo por sorpresa, y es que nuestro mundo está conformado por lo que nos dicen nuestros medios de comunicación masiva, todos alineados, todos siguiendo el mismo modelo, todos controlados en los diferentes niveles de cobertura. Las excepciones son muy escasas y por lo mismo casi heroicas, pero hay un factor que antes no existía y que ahora tiene un papel crucial para evadir el cerco informativo: las redes sociales. En el día internacional de Internet, corroboramos que México sigue siendo uno de los más atrasados en cuanto a la cobertura de ese servicio, que apenas el 30 por ciento de los hogares tienen acceso a esa forma de comunicación, además, que el conectarse es más caro que en la mayoría de los países de la OCDE y que la velocidad y calidad es muy mala. Aún así, resulta un medio atractivo para que los estudiantes busquen información y generen la propia para compartirla con quien quiera encontrarla. A pesar de que no todo lo que aparece en la red mundial es cierto o que carezca de un enfoque desinteresado, la ventaja es que se encuentran múltiples versiones distintas, hay de donde contrastar, de donde elegir. Si a lo anterior le sumamos el desarrollo de habilidades de pensamiento diferentes por novedosas que los adultos encontramos inexplicables, se entiende esa sorpresa en torno a la movilización juvenil. Tal vez si hubiéramos estado atentos a lo poco que se colaba en los medios de comunicación acerca de los movimientos populares en Chile, en España, a los indignados de gran cantidad de países, a los levantamientos en el norte de áfrica, ese asombro sería menor, porque buena parte de los activistas fueron y siguen siendo los jóvenes. Esos que sienten que el presente se les arrebata de las manos, que no pueden planear un futuro siquiera a mediano plazo por la incertidumbre respecto de su empleo, que dudan de la capacidad adquisitiva de salarios cada vez más raquíticos, que observan con coraje cómo desaparecen sus derechos frente a una pequeña casta de banqueros y empresarios que quieren todo para ellos. Muchos saben, y algunos empiezan a intuir, que serán la generación que viva en peores condiciones que sus padres. Allí están las muestras, jóvenes que llegan a su tercera década sin poder independizarse del hogar paterno o materno, según el caso; que tienen una vida de pareja incompleta porque uno o ambos carecen de empleo seguro y viven arrimados con quien se puede; que no terminan de pagar sus estudios de licenciatura, maestría o doctorado y se consumen viendo crecer las deudas; que ven las angustias de sus mayores por no perder sus viviendas o las escasas posesiones que han logrado conseguir. ¿Qué les queda? El sistema les tiene preparada una primera salida, según el psicoanalista Eric Laurent ―entrevistado por Pablo E. Chacón, revista Ñ digital―: “Los síntomas son los que aparecen, los que ya aparecen: toxicomanías en general; todo (o casi todo) puede transformarse en algo adictivo; el juego, el sexo, el trabajo, etcétera; y como respuesta, al interior del discurso del amo, una mayor voluntad de vigilar, castigar, prohibir, que provoca en el sujeto, lógicamente, una creciente voluntad de destrucción. ¿Quieren prohibir? Entonces quiero más. Esto es muy común entre los jóvenes. Pero no sólo entre los jóvenes. Pero los jóvenes, de esa manera, demuestran la impotencia del otro, su megalomanía, sus maneras de sobrevivir a la punición.” Por eso no es casualidad que en el discurso de algunos de los candidatos presidenciales de diferentes países aparezca, como si fuera novedad pero aprovechando el clima de miedo, el fortalecimiento de los cuerpos de seguridad del estado, en lugar de enfocarse en otras alternativas menos costosas en vidas humanas, menos represivas y más acordes con los derechos humanos, que resultan los primeros “sacrificados” en aras de una seguridad ilusoria. Se atacan los síntomas y no las causas. La otra salida es la participación política. En México se está dando aunque en una coyuntura diferente, los estudiantes chilenos y españoles, por ejemplo, intensificaron su movilización después de las elecciones en sus países, después de que los partidos y candidatos de la derecha política resultaran vencedores en las urnas y emprendieran, con singular empeño, la aplicación criminal de las medidas neoliberales de un capitalismo que está desbocado. Aquí se mueven antes del proceso electoral con la posibilidad de influir en sus resultados, el rechazo abierto a uno de los candidatos lo rebasa, porque lo sienten como la personificación de esa manipulación que ya los tiene hartos. Pero el enemigo es ese modelito económico que el investigador Amador Fernández-Savater ilustra con una imagen cinematográfica ―diario El País 08 de mayo 2012―: "¡Más madera, es la guerra!” El tren de los Hermanos Marx es hoy la imagen más exacta del capitalismo. Desbocado, en fuga hacia adelante, desmantelándose a sí mismo para seguir alimentando el fogón de la máquina. Derechos, garantías, vidas, riquezas, recursos, cuidados, vínculos, el edificio entero de la civilización social moderna. La loca carrera del capitalismo amenaza con devorarlo todo. No hay ningún plan de conjunto ni a largo plazo: sólo echar toda la madera necesaria para que la máquina siga funcionando. El capitalismo se ha vuelto completamente punk: “no future”. Algo muy profundo se ha roto. Hacemos como si nada, pero lo sabemos.