viernes, 9 de noviembre de 2018

LA RECONSTRUCCIÓN

Joaquín Córdova Rivas Han sido décadas que aprovecharon para construirse un “Estado de Derecho” a la medida, sin más límite que su ambición, permitiéndose todo, sin investigaciones serias, sin sanciones, sin consecuencia alguna, hasta su protección se garantiza con fondos públicos, sus empresas con todo favorable para constituirse en monopolios, con “créditos fiscales” inalcanzables para cualquier mexicano trabajador normal, con la ceguera y complacencia de autoridades cómplices que hasta servían de bolsa de trabajo para parientes y parásitos que los acompañan. Lo pervirtieron todo hasta que produjeron una reacción en contra que no se esperaban. Tomaron por asalto la Constitución y las leyes que de ella emanan, se repartieron los órganos “ciudadanos” y “autónomos” convirtiéndolos a su imagen y semejanza, se aliaron con los dueños de medios de comunicación masiva para manipular conciencias e imponer sus intereses como si fuera “el orden natural de las cosas”, compraron barato a quien se dejó, eliminaron a quien opuso resistencia, nos sometieron con el miedo y la inseguridad, se aliaron con criminales para incrementar sus ganancias sin importar las víctimas y las consecuencias. Sembraron la desconfianza, el individualismo, la discriminación y la intolerancia y los dejaron dormiditos debajo de un discurso “políticamente correcto”, rompieron todos los equilibrios e incrementaron las desigualdades. Revertir lo anterior no será fácil, lo tenemos metido en la piel y en la mente, lo ejercemos cotidianamente sin siquiera advertirlo, todavía tenemos la tentación de defender esas leyes y esas normas porque “son lo que hay”, porque es “la legalidad”, porque es “la democracia”. Aparece la disyuntiva, seguir defendiendo un orden institucional y legal que nos perjudica o actuar en los estrechos márgenes que nos demos para cambiarlo todo, pero eso va a tardar y hasta puede haber retrocesos. Mientras podemos cambiar en lo cotidiano, convertir el individualismo en solidaridad, entender que somos iguales a los demás y merecemos una vida digna, respetar la vida privada propia y ajena sin permitir intromisiones disque morales y bien intencionadas, no hacernos daño e impedir que otros abusen de un poder que no deberían tener, identificar los intereses sociales que benefician a todos y defenderlos en casa, con la pareja, con la familia, en el trabajo, en la escuela, en la calle, en donde haga falta. No quedarnos callados ante las injusticias, ante los abusos, exhibir a los corruptos, denunciarlos, que sepan que repudiamos sus prácticas y que no queremos ser como ellos. Construir ciudadanía a cada momento, en todo lugar. Saber que esos intereses, esos poderosos, no se quedarán con los brazos cruzados, que tratarán de reaccionar escudándose en esa democracia que sucumbe ante el embate de la compra de votos, tratarán de proteger esas instituciones que torcieron su rumbo para trabajar en exclusiva para ellos, invocarán el poder de las cacerolas como símbolo de su obvia inconformidad. El caminito ya nos lo sabemos, lo han transitado cuando “la democracia” no les es incondicional y no la pueden pervertir tan fácilmente, lo han hecho de la mano de grandes trasnacionales y de gobiernos extranjeros, en todo nuestro subcontinente y en cualquier parte del mundo donde haya algo qué explotar, así sea la mano de obra esclava o la de mujeres y niños. Uno de sus efectos lo estamos viendo con los éxodos de Honduras, El Salvador, Siria, la áfrica subsahariana, hasta los mexicanos que se han ido a buscar mejores condiciones de vida y trabajo con nuestro vecino del norte. Pero aún así la coyuntura no les es favorable, abusaron tanto y de tantos que llamar a la movilización puede sacar de sus casas a los cientos de miles de desplazados por la inseguridad que permitieron, a los familiares y allegados de los miles de desaparecidos que no han encontrado justicia y, a veces, ni los restos de sus hijos, padres, tíos, primos, amigos, compañeros de escuela o trabajo. Sacar de su dolor a los que han visto “desaparecer” a sus hijas y hermanas, víctimas fatales de un machismo que se resiste a desaparecer y se vuelve más sanguinario. Ya les dimos un susto el primero de julio, puede que no sea el único ni el último. Tienen en contra que su capitalismo de compinches es, por definición, excluyente de otros a la par que ellos y hasta más poderosos, esos que se han quedado al margen en megaproyectos, que se han perjudicado por la excesiva ambición de sus “socios” mexicanos, que se han manchado por el actuar mafioso de los locales que quieren quedarse con todas las ventajas mientras reparten las pérdidas; pero en un mundo globalizado en el que importa la imagen, el “prestigio”, con el consumo responsable cada vez más en boga, han provocado el repudio de propios y ajenos. Intentarán recomponerse y lavarse la cara y esas manos sucias con todo lo imaginable, hasta sus “vacas sagradas” neoliberales meterán su cuchara para ver qué sacan, aunque dejen a todos colgados. Allí está la pelea, cambiar en serio para revertir las injusticias y las desigualdades o para que todo siga igual. Urge reconstruir este país, reconstruir el tejido social desgarrado, reconstruir la esperanza y tomar por asalto la realidad.