miércoles, 2 de diciembre de 2009

LA PARED

Hay momentos para la nostalgia, y no porque se esté triste, sino porque hace falta detenerse y reflexionar sobro lo que se hizo y lo que falta por hacer. Se antoja que para eso deben de servir los aniversarios, los propios y los ajenos, porque hay aniversarios personales, generacionales e históricos.
Hoy me refiero a esos últimos, hace 30 años el rock dio uno de sus frutos más acabados, no sólo en términos musicales porque se rompieron falsos límites y se llevó la denuncia social a alturas artísticas. Los que son seguidores y degustadores de ese género musical sabrán que me refiero a la producción titulada The Wall (la Pared) del grupo inglés Pink Floyd, que ya antes había dado muestras de su genialidad con algo desconcertante como El lado oscuro de la Luna.
Bueno, pues La Pared explicaba y criticaba una sociedad producto de una insensata segunda guerra mundial, de sus efectos en la enorme cantidad de huérfanos y viudas que quedaron después de la muerte de cientos de miles de soldados, de un sistema social que con el pretexto de la guerra era intolerante, mojigato, castrante; y eso permeaba hasta al sistema educativo que, según estos ingleses, era una cadena de transmisión de abusos cotidianos. Para varias generaciones esa crítica fuerte, ácida pero musicalmente presentada, se convirtió en la película con el mismo nombre, filme que presenta en imágenes lo que se representaba en el pentagrama y que no se desmerecen entre sí.
Otro punto de reflexión, otro aniversario al que ya nos referimos brevemente es el de los 20 años de la caída del Muro de Berlín, ese muro más ideológicamente real que de ladrillos y alambre de púas que ha dado origen a otros, por lo menos a ese muro que se fragmenta y se reproduce por todas partes, el producido por un mal llamado neoliberalismo que no es otra cosa que el capitalismo en su fase turbo, en su forma más salvaje.
Estos muros de construcción reciente, igualmente intolerables, segregacionistas, productores de falsas seguridades son los que “separan y protegen” a unos pocos privilegiados de la gran masa de despreciados. Bien lo dicen los que estudian este tipo de fenómenos, la globalización ha producido un pequeño grupo de privilegiados económicamente poderosos que en las ciudades donde viven, porque tienen que vivir en algún lado, se sienten inseguros, amenazados, la inseguridad es su principal temor y lo que no los deja dormir y vivir, por eso construyen muros, por eso se van a las alturas esperando que nadie los alcance, por eso se rodean de aparatos de seguridad y de tecnología que deben impedir que se relacionen con los demás que no son como ellos. Pero están atrapados en su propia inseguridad y paranoia, porque en algún lugar deben comprar sus alimentos, en algún lugar deben estar sus escuelas, en algún lugar deben poder divertirse y esos lugares están llenos de extraños, de esos que no entienden y que perciben como amenaza. Esos muros que fallan en aislarlos de las colonias vecinas también existen en sus mentes y los tienen aterrorizados.
“La finalidad de dichos espacios es dividir, segregar y excluir; en vez de construir puentes, facilitar accesos y lugares de encuentro, facilitar la comunicación y el acercamiento entre los habitantes de la ciudad”, Zygmunt Bauman revisa la opinión de diferentes urbanistas, arquitectos y científicos sociales, las conclusiones parecen apuntar al mismo punto, a pesar de la globalización: “La experiencia humana se constituye y se recaba en torno a lugares, donde se trata de administrar la vida compartida, donde se conciben, absorben y negocian los sentidos de la vida. Y es en lugares donde se gestan e incuban los estímulos y los deseos humanos, donde se espera satisfacerlos, donde se corre el riesgo de la frustración y donde casi siempre terminan frustrados y sofocados”. Por eso son importantes los planes y programas de gobierno, los urbanos y de desarrollo, no sólo se afectan las tierras y el clima, también son base de discriminación, de segregación, de desprecios disfrazados de falsas seguridades, se trata de crear esos espacios por donde circularemos y buscaremos satisfacer nuestras necesidades, básicas y de esparcimiento, donde se dará la búsqueda de los deseos, donde se materializarán o frustrarán las ilusiones, de todos, amurallados o no.
Podemos construir muchas paredes incluso internas como la locura, como los vicios que nos sacan inútilmente de la realidad, incluso escoger la pared definitiva, la que separa la vida de la muerte y allí están los ejemplos: los adictos a las bebidas alcohólicas, a los enervantes, al tabaco, a la comida y a la neurosis; o los suicidas, que prefieren separarse definitivamente del resto de sus congéneres a edades cada vez más tempranas porque en la muchedumbre se sienten terriblemente solos, incomprendidos, desechables. O los que sienten que sólo cuentan con su cuerpo para disfrutar de la vida con sus secuelas de embarazos tempranos, de infecciones de transmisión sexual, de abandonos prematuros. O los que miden fuerzas y orgullos al volante de sus autos y provocan accidentes, tan comunes en nuestras ciudades y carreteras.
Así están nuestras ciudades y los que las habitamos.
Terminemos con otra cita que no tiene desperdicio: “las ciudades son espacios donde los extraños viven y conviven en estrecha proximidad… Esta presencia imposible de evitar salvo por algún instante, es una fuente inagotable de ansiedad y de agresividad, por lo general latente, que de vez en cuando explota”. Para evitar esas frustraciones y explosiones está la acción gubernamental que sigue siendo local aún en un mundo globalizado.