viernes, 21 de junio de 2013

JÚBILOS Y PESARES

Junio es el mes de las graduaciones, del fin de curso en los diferentes niveles educativos. Debiera, por lo mismo, ser un mes festivo. No se conoce con precisión el origen y significado de Junio, una hipótesis es que hace referencia al latín “junioris”, comparativo de “juvenis”, joven. Me quedo con este significado porque cuadra mejor con el tema que se propone. Lo malo es que no todos los cursos terminan, algunos habrá que prolongarlos porque no se alcanzaron las calificaciones necesarias para ello, porque se reprobó alguna materia, o porque fue difícil, casi imposible, prever las vicisitudes de la vida y se atravesaron de forma grosera en los planes de corto plazo. Aquí es donde caben los dolorosos datos, comenzando porque en nuestros bachilleratos y preparatorias la cobertura apenas alcanza al 58 por ciento de la población en edad de cursarla, sumado a la llamada eficiencia terminal de nuestro vapuleado sistema educativo escolar, basta recordar que en el llamado nivel de educación media superior apenas anda alcanzando el 60 por ciento, lo que quiere decir que casi la mitad de los que comienzan no logran terminar, todo un desastre. Júbilo de algunos, pesar y desilusión de otros. Ya que nos referimos a la educación media superior habría que aprovechar para caracterizarla, para saber porqué un fracaso escolar es mucho más delicado, con efectos de largo plazo, no solo personal, también social. Por lo pronto obviaremos el dato de que es un problema de seguridad nacional, que nuestros políticos, ante la ineficacia que los caracteriza, o con la complicidad que les sospechamos, no pueden resolver asuntos tan básicos y graves como la inseguridad, la precariedad laboral, el desempleo, la delincuencia brutal y desatada, el acceso más fácil a cualquier tipo de droga y las consecuentes adicciones. Para una información con más detalle se puede recurrir a material que tiene la propia SEP (www.reforma-iems.sems.gob.mx), a los muy capaces investigadores de universidades y organizaciones no gubernamentales, a los analistas que comparten sus textos en los medios de comunicación serios, o si se quiere a un sintetizado y muy claro artículo de Enrique Calderón Alzati publicado en La Jornada el 18 de mayo de este año. Vamos por partes, normalmente la población escolar en este nivel está entre los 15 y los 18 años de edad, periodo en que se toman decisiones importantes que definirán parte de su futuro y de los que les rodean, “el futuro quedará definido a partir del entorno social y familiar, de las posibilidades económicas de sus padres para asegurarles alimentos, cuidados y condiciones mínimas para asistir a la escuela y –no menos importante– para tener un ejemplo a seguir […] las relaciones con otros jóvenes de su edad que integran su entorno, incluidos sus compañeros de escuela, vecinos y contactos relacionados con su propio interés y actividades cotidianas. Cuando alguno de estos elementos juega un papel negativo en la formación de un(a) joven, éste(a) no cuenta aún con criterios claros para hacerlo a un lado, se deja llevar hacia linderos que van desde la simple frustración, el fracaso o la mediocridad, hasta la réplica de las conductas observadas, y pasa a formar parte de redes delictivas, antisociales o de encumbramiento, como parte de grupos de poder, las cuales les aseguran impunidad para realizar acciones como las que desafortunadamente vemos todo el tiempo en nuestro país.” El problema es que nuestra reforma educativa pretende soslayar el problema por la vía de no mencionarlo, pero las tendencias allí están, se trata de incrementar la cobertura no como un tema de justicia social o de combate a la desigualdad, sino de no tener a los niños y jóvenes en las calles porque sus padres no están en casa para vigilarlos o porque no tuvieron espacio en la escuela, como simple espacio de contención, pero se pierden “detalles” importantes que cuestan y nuestros gobernantes, en su vasta ignorancia, pretenden compensar fastidiando y exprimiendo a los maestros, con grupos más numerosos, sin las condiciones adecuadas de trabajo, capacitación y descanso; además estamos peleando contra un crecimiento demográfico en la demanda, previsto desde hace años pero descuidado en los programas de gobierno. Ser profesor en estas condiciones no es para cualquiera, por muy preparado que esté en los contenidos del programa: “empieza a ser claro que el sistema de educación media superior no sólo debe mejorar la preparación de los maestros en sus respectivas áreas del conocimiento y en su capacidad para lograr aprendizaje, sino también prepararlos para saber y querer involucrarse en las problemáticas personales, familiares y sociales, con el fin de detectar estudiantes en zonas de riesgo, para motivarlos y lograr construir con ellos verdaderas comunidades educativas. Se trata de un problema extremadamente difícil al menos por dos razones, una de carácter pedagógico y otra de carácter político. El problema pedagógico consiste en que hasta hoy la preparación de los profesores está centrada en que éstos conozcan y dominen las materias que imparten y las puedan enseñar o compartir con sus estudiantes de manera clara, y si es posible atractiva; sin embargo, lo que hoy se requiere es que los profesores jueguen un papel de consejeros que observen e investiguen el porqué de los problemas que enfrentan los alumnos. Que sean capaces de detectar con oportunidad, conductas de riesgo y desmotivación para resolver problemas que están en el entorno familiar y social de los estudiantes. Ello implica, a mi modo de ver, un tipo de maestros que hoy en la educación media superior no existe.”