viernes, 22 de agosto de 2014

CONVIVIR, NO DOMINAR

“Qué triste una ciudad que teme la lluvia. Querétaro teme la lluvia porque se colapsa y se inunda, no se aprovecha este elemento. Deberíamos temer más a una ciudad sin lluvia. Aprovechar el agua de lluvia para infiltrarla y recargar los mantos acuíferos es la solución que están adoptando los desarrolladores conscientes de las necesidades de las ciudades contemporáneas. Habitar la lluvia y no pelearse con ella. En las grandes ciudades como Querétaro, sólo se infiltra del 10 al 20% de las lluvias y más del 60% se escurre fuera de la ciudad, causando primero destrozos, inundándolas y luego alejándose de sus modernas pieles impermeables diseñadas en su mayoría, al servicio del tirano automóvil. Esta enorme cantidad de agua, se desperdicia y termina llevando la contaminación que arrastra en su paso por las superficies, junto con la mezcla tóxica de las aguas residuales, generada por las Demasías en el Alcantarillado Combinado (DAC), al océano y las playas.” Mikhail Robles, editor de http://periodicoketzalkoatl.wordpress.com/2014/07/14/habitar-la-lluvia-renunciar-a-dominarla/ Nunca serán suficientes los drenes, las obras de bordería o cualquier otra “solución” que busque pelearse o intentar siquiera “dominar” a la naturaleza. Nuestra soberbia, basada en una ciencia que despedaza la realidad creyendo que así puede entenderla, no alcanza a imaginar otros caminos que no sean la sumisión de cualquier fenómeno, natural o no, a nuestra voluntad. Pero los humanos somos complicados, no nos basta con querer someter lo que no entendemos, nuestra devoradora actividad económica, nuestra ansia de “progreso” entendido como el consumir cada vez más sin mayor control que la ambición propia o ajena, nuestra pequeñez traducida en verdaderas obsesiones por concentrar el poder y la riqueza sin que importe más nada, nos llevan a sacrificar el futuro por un presente cada vez más riesgoso. A las fuerzas de la naturaleza queremos imponerles nuestras corrupciones, la falta de planeación, el simple trabajo de escritorio que se mide con tarifas impositivas, los intereses de unos cuantos y que se frieguen los demás. No pasa sólo con las lluvias. Allí está el caso de la empresa gasera que recurre a todos los engaños posibles para no responder por los daños causados por el “flamazo” de uno de sus decenas de transportes que recorren diariamente la ciudad cargados de materiales peligrosos, al grado de que sus voceros son las propias autoridades que se resisten a llamarlos a cuentas porque identifican sus intereses como propios, y la ciudadanía queda indefensa. No podemos resignarnos a una idea de justicia donde el que tiene para pagar los daños o la influencia suficiente para evitarlo haga lo que se le da la gana. Eso es injusto, inmoral, antiético e inhumano. Pero ese parece ser el ideal de justicia que nuestras autoridades aplican a rajatabla, luego se dicen sorprendidos cuando les caen las facturas en forma de desobediencia, de descreimiento en lo que dicen y hacen, en el hartazgo que puede tomar muchas formas de expresarse. No se vale invocar lo “extraordinario” de los efectos de las lluvias cuando hemos tapizado los cauces naturales con pavimento, cuando impedimos que esa agua pueda filtrarse en lugar de resbalar libre y velozmente por calles y avenidas, cuando hemos permitido cada vez más colonias y fraccionamientos por el simple lucro y la ambición desmedida de los cuates, y luego nos quejamos de que cuesta mucho traerla de lugares cada vez más lejanos, de la contaminación que causa el bombeo del líquido hacia nuestras ciudades situadas a cientos de metros sobre los niveles del mar y de los acuíferos. Las autoridades debieran estar gestionando y destinando recursos para la recuperación, filtrado y aprovechamiento del agua de lluvia, porque nunca es suficiente, porque la tenemos, aunque sea por temporadas, disponible y al alcance. El mismo Mikhail Robles menciona en su texto dos ejemplos de que se puede y se vale darle la vuelta a nuestra manera tradicional y antiecológica de ver y hacer las cosas: “Proyectos ejemplares de infiltración y cosecha de agua de lluvia son respectivamente, el de Elmer Avenue en los Ángeles California y el de Isla Urbana en nuestro D.F. En el de los Ángeles se ha desarrollado un mega proyecto que busca promover la infiltración en esa zona residencial por medio de: pavimento poroso que permite la absorción del líquido, jardines que absorben el escurrimiento pluvial, tinacos para almacenar el agua de lluvia y vegetación local que requiere menos agua. Construyendo verdaderos habitantes conscientes de su estar en la lluvia, que habitan y piensan su ciudad. Isla Urbana D.F., diseña y pone sistemas de captación de agua de lluvia en casas de bajos ingresos y donde la escasez de agua ya es un problema serio. Cuando una familia empieza a cosechar la lluvia con los sistemas de Isla Urbana, su cisterna está llena hasta seis meses del año con esta agua. Si se cosecha la lluvia, se reducen las descargas a la ciudad y por lo tanto, las inundaciones. En el sur del D.F ya se habita la lluvia, se desea que llueva.” Podemos tomar lo mejor de esas alternativas, o construir otras. Pero urge cambiar nuestra forma de pensar y de vivir, deshacernos de creencias arraigadas de que el “progreso” siempre está en la misma dirección y es inevitable. Ser intolerantes a la corrupción y a la prevalencia de los intereses de unos cuantos sobre todos los demás. Planear en serio y para el largo plazo, corregir cuando sea necesario. Saber que somos finitos como individuos y como especie puede devolvernos la humildad para convivir con la naturaleza y no sólo temerla porque sabemos que no podemos “dominarla”, por una razón que hasta suena simple, porque somos parte de ella y tampoco somos “dominables”.