viernes, 6 de junio de 2014

Bullying al bullying

“La escuela es vista como víctima de situaciones que están fuera de su control. La escuela se vuelve objeto de actos violentos”. Miriam Abramovay. Violencia en las escuelas: un gran desafío. www.rieoei.org/rie38a03.htm El tema está cada vez más presente porque preocupa y nos duele a todos, porque sabemos que es apenas el síntoma de algo mucho más profundo, repetitivo y grave. Cuando Miriam Abramovay se refiere a la escuela, no habla del edificio y de su equipamiento, si no de lo principal, de quienes conviven dentro de ella por varias horas al día, por muchos días de su vida: los niños y jóvenes. Le llamamos bullying o acoso escolar, pero tendemos a generalizar demasiado y el término pierde precisión y eso desvanece su significado y la posibilidad de estudiarlo. Nuestros vecinos del norte, con su predominio del lenguaje técnico y desapasionado lo definen así: “El acoso ─bullying─ es un comportamiento agresivo y no deseado entre niños en edad escolar que involucra un desequilibrio de poder real o percibido. El comportamiento se repite o tiende a repetirse con el tiempo. Tanto los niños que son acosados como los que acosan pueden padecer problemas graves y duraderos. Para que se lo considere acoso, el comportamiento debe ser agresivo e incluir: Un desequilibrio de poder: los niños que acosan usan su poder (como la fuerza física, el acceso a información desagradable o la popularidad) para controlar o dañar a otros. El desequilibrio de poder puede cambiar con el transcurso del tiempo y en diferentes situaciones, incluso si se involucra a las mismas personas. Repetición: los comportamientos acosadores suceden más de una vez, o bien tienen el potencial de producirse más de una vez.” www.stopbullying.gov Si bien la definición norteamericana elude hablar del espacio escolar, cuando necesita especificar el cuándo y el dónde se vuelve más explícita: “El acoso puede producirse durante el horario escolar o luego de éste. A pesar de que la mayoría de las situaciones de acoso que se denunciaron suceden en el edificio escolar, un gran porcentaje también transcurre en lugares como el patio o el autobús. También pueden producirse durante el viaje hacia o desde la escuela, en el barrio de los jóvenes o bien en Internet.” Por su parte, las investigaciones latinoamericanas se refieren con precisión al “acoso escolar”. La diferencia seguramente proviene de las diferencias sociales, mientras en nuestros países latinos la escuela es, todavía, percibida como un espacio propicio para la socialización pacífica y con ciertos márgenes de seguridad para quienes acuden a ellas; en los llamados Estados Unidos de América son un espacio que reproduce, crudamente, la violencia que se vive en las calles y barrios. Por eso mismo, en las consideradas más conflictivas, tienen como parte de su equipamiento arcos detectores de metales, seguridad privada en casi todas las áreas de convivencia, cámaras de vigilancia permanente y un largo etcétera que busca contener lo que fuera de ellas no se puede. Pero en algo coinciden los dos intentos de definición, en que uno de los componentes principales del acoso escolar es la desigualdad social. Y es que la escuela está sumergida en un contexto mucho más amplio, que la rebasa e influye: “En resumen, puede decirse que los factores externos (exógenos) se refieren a explicaciones de naturaleza socioeconómica. Entre ellos hay que mencionar la intensificación de las exclusiones social, racial y de género, así como la falta de puntos de referencia entre los propios jóvenes. Otros factores externos son el crecimiento de los grupos y de las pandillas, como también el tráfico de drogas y el colapso de la estructura familiar. La falta o la pérdida de espacios para la socialización se presentan como factores adicionales.” Además de esos factores externos, en que la escuela puede intentar influir mostrando un rechazo explícito a la intolerancia y a favor de la inclusión; existen factores internos que suelen estar desalineados de los objetivos que se dice perseguir y Abramovay también los menciona: “En términos de las variables internas (endógenas), la literatura pone énfasis en factores como los sistemas de normas y de reglamentos, así como en los proyectos político-pedagógicos Esos factores comprenden también el colapso de los acuerdos relativos a la coexistencia interna, y también a la falta de respeto por parte de los profesores en relación con los alumnos, y de estos con aquellos. Otros elementos citados son la baja calidad de la enseñanza y la escasez de recursos. Tales variables forman parte de un conjunto de acciones, de dificultades y de tensiones vivenciadas en la rutina cotidiana de la escuela.” Es decir, cuando la misma escuela, a través de sus leyes y reglamentos legitima la estigmatización y la exclusión, favorece el clima intolerante que puede convertirse en acoso escolar. Por ejemplo, cuando se establece como requisito para la asistencia o presencia en las instalaciones escolares, que el estudiante tendrá que evitar los cortes de cabello o peinados y tintes “extravagantes”; lo mismo que usar cualquier tipo de tatuajes, aretes o pendientes en partes corporales distintas a lo “socialmente aceptado”. Obvio que un sistema pedagógico rígido y simplemente impositivo impedirá prácticas de convivencia conscientemente aceptadas y convenientes para todos. ¿De qué tamaño es el problema? Difícil decirlo desde definiciones y formas de medición caprichosas o, por lo menos, muy diferentes. Podemos tomar como referencia la Encuesta sobre violencia en el Distrito Federal porque sabemos cómo se realizó y la confiabilidad de sus datos, aunque sea del 2010: “siete de cada 10 alumnos han sido agresores, víctimas o testigos del bullying, cuyas características son la intencionalidad, repetición, desequilibrio de fuerzas, la existencia de una víctima, así como la generación de un círculo de victimización, acompañado del silencio del agredido”. Cifra muy alta porque considera también a los testigos y agrega el “círculo de victimización” y la incapacidad real de quien la sufre para denunciar. Hay coincidencia, las escuelas están dejando de ser los espacios seguros y libres de violencia que eran, a pesar de los casos ya existentes de acoso escolar; la convivencia de nuestros niños y jóvenes está, cada vez más, influenciada por las brutales desigualdades sociales y la disfuncionalidad de nuestro modelo tradicional de familia, sin pasar por alto los medios de comunicación y redes sociales que tienden a promover modelos de comportamiento discriminadores, y como fondo, la violencia, corrupción e impunidad que impiden la resolución pacífica de los conflictos.