viernes, 17 de enero de 2014

NOS JUGAMOS LA VIDA

“Si me dieran a elegir, yo elegiría / esta salud de saber que estamos muy enfermos, / esta dicha de andar tan infelices. / Si me dieran a elegir, yo elegiría / esta inocencia / de no ser un inocente, / esta pureza en que ando por impuro. / Si me dieran a elegir, / yo elegiría / este amor con que odio, / esta esperanza que come panes desesperados. / Aquí pasa, señores, / que me juego la muerte.” Juan Gelman. El juego en que andamos. Nos jugamos la muerte y otras cosas como dice el poeta, el exiliado argentino, el que padeció la brutalidad de la dictadura, el que eligió vivir y morir en México, el que visitaba Querétaro con cualquier pretexto y se podía ver relamiéndose el bigote en el patio de los naranjos de nuestra UAQ al ritmo de los dichos de Hugo Gutiérrez Vega o de las décimas de Juan Carreón. Eso y más está en juego en nuestro entrañable Michoacán y en cada rincón del país, carcomido por la corrupción y la impunidad; a ver cuándo aprendemos que ningún tejido social aguanta que las cúpulas del crimen organizado, las empresariales, las políticas y las religiosas emparenten y se diluya la diferencia entre unas y otras. Una impunidad del 98 por ciento destruye cualquier intento de convivencia pacífica, porque todo se vale mientras todo se pueda según enseña el modelo económico, ese que justifica hasta el tráfico humano, las nuevas formas de esclavitud, los no tan nuevos vicios y las viejas perversidades, mientras haya dinero circulando por sus envenenadas venas. Ese es el ambiente que impregna la intervención militar en el estado vecino, donde el ciudadano común y corriente está a merced de lo que hagan otros hasta para asomarse a la calle, donde no se sabe con certeza quienes son los buenos y quienes los malos, porque estos últimos están en todos lados. Los discursos no alcanzan ni para aplacar a las pocas buenas conciencias. Los llamados grupos de autodefensa no se desarmarán nunca, porque no son un ejército regular al mando permanente de alguien; seguirán como tales hasta que pase la emergencia, después entrarán en un periodo de hibernación colectivo. El riesgo es que alguien armado tiende a resolver los conflictos con lo que le resulta más conveniente, y si la justicia no existe porque las instituciones encargadas de procurarla y administrarla actúan a conveniencia, entonces lo más fácil será hacer uso de los recursos disponibles, y las armas aparecerán como la mejor opción, si no es que la única, como ahora. El llamado “efecto cucaracha” no existiría si en todo el país se aplicara la ley y esta fuera justa, no habría para donde escapar. La delincuencia, más el crimen organizado, necesitan de una estructura extensa y una base social que las protejan. Una organización como los caballeros templarios o la familia michoacana no se desarrollan ni sobreviven como tales en un ambiente diferente, requieren de la fertilidad e inaccesibilidad de la sierra, de su clima cálido, de sus costas y puertos; de sus brechas, carreteras y autopistas; de sus policías y gobiernos corruptos. Por eso el famoso “blindaje” de las fronteras estatales está destinado a impedir, si la cosa va en serio, que los delincuentes escapen y haya que corretearlos por todos lados, porque cada región tiene sus propios delincuentes que se benefician de los recursos particulares: geográficos, comerciales, bancarios, gubernamentales, y no los comparten. A lo más, harán alianzas para no estorbarse o expandirse. Pero son excluyentes y a la menor oportunidad buscarán el exterminio del otro, con la ciudadanía indefensa en medio sufriendo las consecuencias. Correrá mucha tinta, interminables discursos televisivos, manipulaciones groseras y descaradas, pocos análisis serios que serán ignorados porque desnudan personajes e intenciones; hay que recuperar la palabra, es lo poco que nos queda y puede servir para salir de la sima en que estamos hundidos. Juan Gelman lo sabía, lástima que ya no pueda contarlo, pero podemos terminar con un fragmento de la Oración de un desocupado: “Desde los cielos bájate, si estás, bájate entonces, / que me muero de hambre en esta esquina, / que no sé de qué sirve haber nacido, / que me miro las manos rechazadas, / que no hay trabajo, no hay, / bájate un poco, / contempla esto que soy, este zapato roto, / esta angustia, este estómago vacío, / esta ciudad sin pan para mis dientes, / la fiebre cavándome la carne, / este dormir así, / bajo la lluvia, castigado por el frío, perseguido / te digo que no entiendo, Padre, bájate, / tócame el alma, mírame el corazón,! / yo no robé, no asesiné, fui niño / y en cambio me golpean y golpean, / te digo que no entiendo, Padre, bájate, / si estás, que busco / resignación en mí y no tengo y voy / a agarrarme la rabia y a afilarla / para pegar y voy / a gritar a sangre en cuello.”