viernes, 26 de mayo de 2017

EL ESTADO QUE DEJÓ DE EXISTIR

Mis neuronas no lo registran, por más que busco alguna conexión que encuentre una década de mi vida sin la palabra “crisis” en todas aparece, quizás un poco difusa en la primera si nos referimos únicamente a la económica, pero si ampliamos el rango a lo político ni por donde escaparse, allí está el 68 mexicano, poco entendido en su momento por el papel lacayuno de los medios de comunicación, pero persistente y con la suficiente fuerza para poder ser reflexionado e indagado posteriormente. Hay crisis que parece que duran poco y otras que se extienden eternamente, algunas que no se diferencian claramente porque se superponen, se mezclan, se enredan como queso oaxaqueño o charamusca guanajuatense. En las tres décadas más recientes nos hemos pasado parte de nuestra vida —y ahora sí abro la experiencia a toda mi generación—, tratando de explicar qué pasa con este riquísimo y diverso país, y una casta política —incluyendo empresarios, líderes religiosos y criminales desembozados— que se empeña en destruirlo. Que si es la transición a la democracia, que si es una democracia pasmada, que si es un estado fallido, que si es una democracia neoliberal a lo bestia, que si es... lo que sea menos democracia. Como muchos, el académico y analista Lorenzo Meyer ya se cansó de hipótesis fallidas y parece que tocó fondo, en su columna Agenda Ciudadana, en el diario Reforma del 18 de mayo pasado escribe: «Para una escuela de pensamiento, el Estado es una construcción ideológica que pretende que hay un ente político que está por encima de intereses particulares para defender el general pero que, en la práctica, es una máscara que encubre lo que realmente está fallando: los arreglos políticos entre facciones, intereses e instituciones y que nunca han tenido como meta el "interés general" sino apenas mantener la estabilidad y legitimidad de un arreglo que beneficia a unos más que a otros.» De veras, uno creería que el conjunto de instituciones que se mantienen con nuestros impuestos existe para detectar necesidades y resolver los problemas que nos afectan a todos: nuestra salud, seguridad, educación, trabajo digno y salario remunerador, alimentación, cultura, vivienda, vialidad, descanso, lo que tenga que ver con una vida digna y el disfrute de todos los derechos humanos. Pero en México eso está en proceso de desmantelamiento o de plano dejó de existir. «Todos los grupos en control de algunas de las diferentes partes del aparato gubernamental —Presidencia, secretarías de Estado, gubernaturas, municipios, etcétera— y en alianza con intereses privados, incluyendo al crimen organizado, se han lanzado a extraer el máximo de recursos en el menor tiempo posible sin importar el daño que causen al equilibrio histórico —siempre precario— entre clases, regiones, intereses y grupos. [...] el Estado no existe. Lo que ha fallado y de manera dramática no es ese ente fantasmagórico sino la capacidad de la clase dirigente y sus instituciones para autolimitarse, para moderar su desenfreno en la extracción de riqueza. De continuar por ese camino de corrupción, ineptitud, violencia y desigualdad, México, como nación, seguirá perdiendo sentido.» Y esa pérdida de sentido se está acelerando a ojos vista, allí están los procesos electorales, señaladamente el del Estado de México, con su cauda descarada de compra de votos y la intervención de todo el gabinete presidencial y los intereses corruptores que lo acompañan, y parece algo normal o lógico, tanto, que nadie se atreve a declarar que eso ya no sirve, que es un fruto envenenado que podemos negarnos a tragar. Dicen los que saben, que los partidos políticos buscan lo mismo por diferentes caminos, ese “interés general” que menciona Lorenzo Meyer. Como existen diversas formas de interpretar la realidad y de intervenir en ella para cambiarla, o intentar mantenerla si a algunos les conviene, los ciudadanos se organizarán, o simpatizarán y/o votarán por el partido que juzguen tiene la versión más acertada, que coincide con sus intereses para señalar cuál es, en ese momento, el “interés general”. Por eso hay propuestas que son contrarias entre sí, por eso existe la separación entre izquierda y derecha, entre liberales y conservadores, entre demócratas y autoritarios, entre revolucionarios y reformistas, eso es lo que le da sentido a que se reconozca la existencia de partidos políticos diferentes. Y por eso también, sabemos que es un engaño cuando partidos con propuestas o plataformas electorales radicalmente distintas plantean una alianza, coalición, o candidatura común; porque están vendiendo algo que en la realidad no existe: un alebrije político. Lo que sí hacen es contribuir a esa crisis de inexistencia de un Estado que debiera estar allí porque es necesario. Desvelan sus muy particulares intereses y el crónico valemadrismo por ese “interés general”. Dos muestras más, opuestas pero que apuntan en la misma dirección, la boda de la hija del casi eterno líder petrolero Romero Deschamps, con la presencia y participación de priistas, panistas, perredistas y disque independientes, se supone que todos aborrecen la corrupción, el latrocinio, el corporativismo que secuestra las voluntades y conciencias, pero allí estaban como lo que son, la misma casta política autocelebrándose. La otra, la salida de un grupo importante de organizaciones no gubernamentales que reniegan de pertenecer a un mecanismo que trabaja, junto con instancias oficiales, señaladamente la presidencia de la república, en contra de la corrupción y por la transparencia. Misión imposible con los que no entienden que no entienden.