sábado, 30 de marzo de 2013

REFORMAS IDEALES

Festejamos las reformas creyendo que cualquier cambio es bueno, no cuestionamos su profundidad social, solo nos atrae lo económico, nos preocupa cómo los grandes multimillonarios se van a repartir el botín que siempre han tenido. Por más atención que pongamos no encontraremos una línea que muestre la existencia de un proyecto educativo para ser difundido o promovido a través de los medios de comunicación, ya lo decíamos en esta columna apenas el mes pasado y vale la pena volver a citar al italiano Fabrizio Andraella ─La Jornada, 10 de febrero del 2013─, que como víctima de la teledictadura impuesta por el zar de las telecomunicaciones Silvio Berlusconi, conoce del tema: “esa importante conquista moderna, que es la educación laica, obligatoria y gratuita para todos, se enfrenta hoy con otra autoridad formativa muy poderosa que ha florecido en particular en los últimos treinta años. Esta institución educativa ha logrado marginar la escuela y meter en sus pupitres a toda la población. Son los medios masivos, en particular la televisión y las redes sociales.” Aunque la “conquista moderna” a que se refiere Andraella también sea objeto de análisis y críticas, no podemos negar la influencia que tienen los medios y las redes sociales en el pensamiento y actuar cotidiano de sus consumidores. Tanto, que cada vez queda más claro que la debacle educativa se concibe frente a las pantallas brillantes de nuestro artilugios modernos, porque la escuela ya pasó a un segundo o tercer plano; «llevan nuestra atención a cultivar la curiosidad trivial, el curioseo sin dirección, para aturdir la mente en un nirvana de leve y constante excitación. Esta vibración neuronal es provocada por “noticias” o “eventos” que no necesitan una reflexión, sino solamente una afiliación maquinal e impulsiva a una congregación de anónimos consumidores de la misma sustancia. Información que nunca se transforma en conocimiento.» Pero no todo es culpa de los medios, los demás también los hemos dejado hacer lo que se les pega la gana y entre eso está el difundir modelos de comportamiento que no obedecen a ética alguna, todo con la intención de acicatear una curiosidad fácil y tener cautivos a una gran cantidad de espectadores o usuarios que se traducen en dinero. En este sentido, el español Javier Gomá Lanzón señala que, al menos desde el lado de la filosofía, carecemos de un ideal de hombre posmoderno. Coincide con el italiano en que estos últimos 30 años han sido críticos en la construcción de ese hombre que ─como especie─, pueda habitar la democracia liberal que tanto nos empeñamos en defender para después renegar de ella. Gomá lo plantea así: “Un genuino ideal aspira a ser una oferta de sentido unitaria, intemporal, universal y normativa. Ha de componer una síntesis feliz a partir de muchos elementos heterogéneos y aun contrapuestos. Además, debería estar dotado de intemporalidad y universalidad porque, aunque nacido en un contexto histórico concreto, siempre pretende tener validez para todos los casos y todos los momentos, por mucho que inevitablemente de facto quede relativizado por otros posteriores de signo opuesto. Por último, el ideal no describe la realidad tal como es —ése es el cometido de las ciencias— sino como debería ser y señala un objetivo moral elevado a los ciudadanos que reconocen en esa perfección algo de una naturaleza que es ya la suya pero a la vez más hermosa y más noble, como una versión superior de lo humano que despierta en quien la contempla un deseo natural de emulación”. Estas ideas, apenas planteadas por los pensadores citados, han estado completamente ausentes en las discusiones y acuerdos de nuestras grandes reformas, que se quedan en las formas sin entrar en los contenidos, por eso planteamos que estamos ante una política de aparador, donde cuentan las apariencias no la sustancia. No se pueden negar las aportaciones de las diferentes ciencias sociales en el examen de una realidad que parece cambiar continuamente, el mismo Gomá las toma en cuenta en su texto titulado “Dónde está la gran filosofía” publicado en el diario El País apenas el 13 de marzo de este año, pero él mismo tiene que recurrir a intentar encontrar esa filosofía en pensadores de otros campos relacionados, porque, se queja, la filosofía que se desarrolla en las universidades apenas se está quedando en historia de la filosofía. Pero la misma queja la podemos encontrar en la pedagogía, la sociología, la psicología, el psicoanálisis, la antropología, la comunicación y demás, apenas hacemos su historia, nos explicamos cómo estamos, pero no planteamos a dónde queremos llegar; parecemos cínicos: “La consciencia nos hace libres, pero ¿y después? Quien hoy hace alarde de su resignación suele recibir el aplauso general”. Resignarse no es opción, quejarse y oponer resistencia a los cambios que empujan en reversa es el primer paso, pero faltan los otros, los de las propuestas, los de los ideales que nos seducen a perseguirlos, que le dan sentido a nuestros afanes. Podremos estar o no de acuerdo con lo que los diferentes pensadores proponen, pero no hay que negar que pegan donde más duele: “La hipercrítica es paralizante si seca las fuentes del entusiasmo y fosiliza aquellas fuerzas creadoras que nos elevan a lo mejor. Sólo el ideal promueve el progreso moral colectivo; sin él estamos condenados a conformarnos con el orden establecido. Preservar en la vida una cierta ingenuidad es lección de sabiduría porque permite sentir el ideal aun antes de definirlo.”