sábado, 5 de marzo de 2016

DOCENTES MUY DECENTES

Hasta el último momento quiso ser aprovechado, en el límite del plazo autoimpuesto por la Secretaría de Educación Pública, apenas el pasado 29 de febrero, se dieron a conocer los resultados de la primera evaluación para la permanencia docente en Educación Básica y Media Superior. Se esperaron a que pasara la efervescencia por la visita papal, no querían que algo le quitara reflectores al señor secretario, además fue lunes, día en que se hace la gira nada sorpresiva y sí muy planeada para visitar una escuela y hacer honores a la bandera, aunque sea puro pretexto para jalar a los medios y exhibirse desde el inicio de cada semana. Pero ahora el motivo era más que importante, como dice el Profesor del Centro de Estudios Educativos de El Colegio de México, analista y crítico de la reforma educativa, Manuel Gil Antón: «La reforma tuvo, como eje fundamental en su diseño, un supuesto: la fuente, si no única, sí la más importante de los problemas educativos en México, era el magisterio. Al ser concebidos como causa, la acusación simplificadora fue inmediata: los profesores y las maestras en el país, desde preescolar al nivel medio superior, estaban mal preparados. Inculpados sin miramientos, ni matiz, como un gremio repleto de flojos, violentos, ignorantes y desobligados, el (también) único remedio era evaluarlos: “el corazón de la reforma es la evaluación”. Ha sido de tal manera central este prejuicio, que ha generado lo propio e inevitable: perjuicios. Sobre todo, la estigmatización de las y los docentes y, derivado de ello, su ubicación en el proceso como objetos, cosas a reformar, y no como sujetos, socios indispensables, en la transformación que sin duda requiere el acceso al conocimiento en el país […] Al establecer, como diagnóstico, que la relación entre capacidad docente y calidad educativa era obvia, y directamente proporcional, la prueba del ácido sería que la medición de los conocimientos y las destrezas pedagógicas fuese muy negativa: a malos maestros, malos resultados. Se requería que los maestros calificados como incapaces fueran la mayoría, para probar la fuerza de su concepción […] En su propia (in)coherencia, los resultados desmienten la expectativa: en términos generales, con ligeros cambios por nivel, solo 15 de cada 100 obtuvieron resultados insuficientes. Fueron ubicados como buenos 42%, y 8% destacados. El resto, un poco más de un tercio, registraron en los exámenes aplicados condiciones suficientes – que son bastantes para ser capaces y aptos, dice el diccionario – al desempeñar su labor.» http://www.educacionfutura.org/la-reforma-educativa-el-fin-de-un-prejuicio/ Parte de los resultados aparecen en el sitio oficial del Registro Nacional del Servicio Profesional Docente, http://servicioprofesionaldocente.sep.gob.mx/, porque no creo que sean los únicos que se generaron y también porque se pueden encontrar otro tipo de correlaciones, que allí no se señalan. Pero hay que comenzar con lo que se tiene. Primero, llama la atención que en su presentación pública a los medios se hayan “juntado” dos categorías, ya que se sumaron los porcentajes de los calificados como “insuficientes” con los “suficientes”, por lo que se dijo, y así se publicó, que el 52 por ciento de los docentes evaluados no eran aptos o idóneos para dar clase frente a grupo, forzando la interpretación que desnuda Gil Antón, para aparentar que los malos resultados de nuestros estudiantes se deben exclusivamente a que los profesores son malos, están mal preparados y no deberían estar trabajando en las aulas del sistema educativo público nacional. Como contraparte, “apenas” el 48 por ciento resultarían aptos o idóneos porque fueron evaluados en las categorías de “bueno”, “destacado” y “excelente”. Pero, como bien se aclara, con todo y los defectos de una evaluación impuesta, técnicamente más que discutible, ya que en muchos casos se anularon los resultados de una de las fases de la misma por mal diseño de los reactivos, los evaluados como “insuficientes” apenas llegaron al 15 por ciento. Lo que no justifica, en modo alguno, la estigmatización de los profesores y la pérdida de sus derechos laborales. Entonces el problema no está en los docentes, o no sólo en ellos. Habría que meterse en temas que la SEP y el INEE han estado rehuyendo, como la impertinencia de unos programas de estudio saturados de información inútil y que se exige sean seguidos al pie de la letra, la existencia de un modelo educativo que no se adapta a nuestros distintos y peculiares contextos sociales, evaluaciones a nivel de aula que no reflejan lo que saben o aprenden los estudiantes; el prejuicio estúpido de que los alumnos son flojos, irresponsables y tramposos; la indiferencia, falta de conocimiento, compromiso y empatía de los directivos, que le deben su puesto a sus influencias o conectes políticos y no a su capacidad e identificación con su comunidad. De la corrupción e incompetencia de los altos funcionarios, salvo excepciones, mejor ni hablar. Quedan muchas cosas que se prestan a una reflexión más pausada sin olvidar la urgencia de los tiempos, baste saber que, por la forma en que la SEP organizó parte de su información, en lo que respecta a nuestro estado y tomando como base únicamente la categoría de Insuficientes, en educación básica nos colocan en el lugar vigésimo quinto con un porcentaje de 16, cuando el promedio Nacional es de 12.4. Nada que festejar. En contraste, a los docentes evaluados en el nivel de Media Superior (bachilleratos y preparatorias) les va mejor, ya que se nos coloca, en porcentajes de “insuficientes”, en el sexto lugar, lo que quiere decir que tuvimos poquitos, detrás de Quintana Roo con 6.8; Hidalgo con 7.2; México con 8.3; Chihuahua con 8.4; Campeche con 9.7; Querétaro con 11.6; mientras que el promedio nacional fue de 17.7. Queda claro pues, que no se puede hacer una revolución educativa, que es lo que se necesita, sin la participación de los actores principales: profesores y estudiantes.