viernes, 10 de mayo de 2013

QUERETANIDAD REMODELADA

La queretanidad no es un estado, es un proceso que fluye constantemente, que se transforma, que no puede detenerse a pesar de los esfuerzos que se hacen por pasmarla. La queretanidad no es una vieja fotografía del centro de la ciudad, ni de los Arcos, ni de sus eclécticos templos. Paradójico, pero los que claman por un Querétaro posmoderno, industrial, aeronáutico, son los primeros en lamentarse que la queretanidad cambie y añoran un tiempo que ya se fue. En algún texto anterior mencionamos que el gran fracaso de los grupos de poder que acostumbran a regentearse las presidencias municipales en estados como Querétaro, es que inevitablemente terminarán por ser diluidos, desplazados por grupos de poder que reflejen la nueva realidad que provocan la migración poblacional y de capitales. Que nuestros gobernantes siguen pensando en “ranchito” lo reflejan los vaivenes de los más recientes procesos electorales, el cuestionamiento creciente a su actuar cotidiano y el fracaso creciente a seguir controlando la información ─en Querétaro no pasa nada y si pasa fueron los “fuereños”, los que no respetan las sacrosantas tradiciones tan mochas, tan conservadoras─, a utilizar la procuración de justicia para defender intereses ya caducos pero muy tercos e incómodos. Cuando la queretanidad de las “buenas familias” se construyó no existían las redes sociales, tampoco la globalización tal y como la conocemos. Sí existía, bueno, todavía existe, la supuesta legitimidad por haber nacido aquí, aunque para diferenciarse de la otra banda había que presumir, necesariamente, de antecesores venidos de la madre patria ─lo que también podría ser un contrasentido puesto que en latín patrius significa “perteneciente al padre o que proviene de él”─. Pero, como dice uno de nuestros habituales lectores, bajemos del espacio sideral y aterricemos en una realidad muy rica si la sabemos interpretar. Como muestra otro botón. Un movimiento social como el de #AcampadaGuerreo dejó al descubierto otra queretanidad, la de los jóvenes que ya se apropiaron de un centro histórico del que sus habituales pobladores salieron huyendo hacia los espacios habitacionales de nuestros americanizados suburbios. Han dejando atrás las casonas de gruesos muros y de zaguanes estrechos para irse a fincas de tipo californiano, con mucho espacio para resguardar sus carruajes de combustión interna, mientras que nuestro centro histórico es un intrincado espacio de convivencia que ha resistido al individualismo. Por eso también resulta contrastante que quienes defienden espacios como el jardín Guerrero sean quienes nunca han vivido allí, pareciera un movimiento conservador que busca impedir el cambio ante unas autoridades que promueven una modernidad copiada de sus viajes al extranjero. Solo que el asunto no para allí. Los participantes de #AcampadaGuerrero tienen como antecedente inmediato #yosoy132 con los aprendizajes de un año por demás turbulento. Quizás se anticiparon y van en sintonía con teóricos como Marc Augé; en muy poco tiempo encontraron que denunciar, informar, protestar a través de las redes sociales es necesario pero no suficiente, que como dice el antropólogo francés: “Cualquier identidad se crea a través de una negociación perpetua con la alteridad. Tenemos padres, parientes, orígenes, relaciones de amistad, etc., y todo eso nos constituye pero, a través de lo que llamamos redes sociales, no establecemos relaciones de verdad sino comunicación, hechos de comunicación. Una relación se construye a través del tiempo y del espacio”. Y esa fue la virtud de la organización que se opone a la remodelación del Jardín Guerrero, se dieron el tiempo y el espacio para plantarse en la plaza y, a pesar de estar iniciados los trabajos de demolición, suscitaron, con su presencia física, una simpatía que concretó e hizo visible lo que se podría haber quedado como un simple desahogo. Nuestras autoridades, que no se sienten administradoras sino propietarias del presupuesto y bienes públicos, que además siguen sin entender que las cosas son muy diferentes a como las quieren seguir viendo, reaccionaron sorprendidas ante el rechazo a un proyecto que debía ser tan aceptado, que se juzgó innecesario explicarlo y construir un consenso. Los frentes abiertos eran varios, que si se tenían todos los permisos necesarios, que si la obra era lo suficientemente prioritaria como para gastarse 10 millones de pesos en una remodelación, que si sigue siendo válido que se tomen decisiones fuera de la participación ciudadana, etc. Mejor dar un paso atrás que precipitarse por una pendiente de crecientes cuestionamientos, que bueno que lo entendieron. La #AcampadaGuerrero potencializó la inconformidad manifestada en las redes sociales, no al contrario como podríamos interpretarlo, saben, como Marc Augé que: “los medios tecnológicos nos hacen creer que vivimos en un tiempo en el que son posibles la ubicuidad y la instantaneidad. Son instrumentos muy potentes, una creación magnífica pero que, por otro lado, pueden suscitar ilusiones... enseñar cosas a quienes ya las saben. No son un instrumento pedagógico ni es posible que lo sean y, desde este punto de vista son una fuente de ilusión. Además son instrumentos de identidad pasiva y lo peor es que nos hacen perder la dimensión del tiempo y del espacio.” (Revista Ñ 03 de mayo 2013)