viernes, 22 de septiembre de 2017

LA MANCHA Y LA PUREZA

Joaquín Córdova Rivas Estamos obsesionados con el orden, con inculcar una disciplina que forje al carácter, con educar para imponer principios y virtudes que niegan parte de nuestra naturaleza, con encontrar lo simple en medio del caos que nos rodea. Pero la realidad parece que no es así, que no se domestica a nuestro deseos y afanes de sobrevivencia, que la complejidad está por encima de nuestro entendimiento, que lo simple es una ilusión pasajera. Diferenciar el bien del mal puede que no sea tan fácil como parece, aunque llevemos milenios intentándolo; desde diferentes aproximaciones tratamos de convencernos de que lo que es, y lo que debe ser, puede ser separado sin trauma alguno. Pero no todo es como queremos hacerlo parecer. En una provocadora reseña de Fernando García Ramírez se focaliza el origen del problema: «Desde su panóptico, Hans Magnus Enzensberger observa todo. Se pregunta por las cosas de las que no solemos ocuparnos. Entre ellas, la mancha. “¿Por qué los filósofos han omitido el problema de la mancha?” Basta con que dejemos algo a la intemperie para que se manche. Salimos de casa limpios por la mañana y por la tarde regresamos cubiertos de manchas. Salimos de la juventud impoluta al mundo, y la vejez nos va imponiendo manchas en el rostro y en las manos. ¿De dónde salieron? La realidad ensucia. El tiempo mancha. Hacemos todo lo posible para quitárnoslas, pero es inútil. Gastamos mucho dinero y esfuerzo en tratar de borrar las manchas de la ropa, en limpiar el cuerpo con jabones y afeites; en trapear el piso y fregar los trastos, en lavar el carro y barrer las calles. Todo esto es muy extraño porque en la naturaleza no existe la pureza. “La normalidad –señala Enzensberger– significa mezcla, desorden, desbarajuste, polución, cohabitación, metabolismo, mixtura.” Y sin embargo, en vano limpiamos, tallamos, pulimos sin cesar: puntual, la mancha reaparece siempre. En el mundo se emplean al año veintidós millones de toneladas de detergentes. Nuestro afán permanente de limpieza ensucia el mundo. Esas toneladas de limpiadores terminan en el mar. No nos importa. No nos damos cuenta, como apuntó Philip Roth en su novela, de que la mancha es humana. Como Lady Macbeth, nos lavamos interminablemente las manos porque no soportamos las manchas de sangre, en nuestro caso, de los animales que nos comemos, de la grasa con la que los freímos, de la mierda que nos limpiamos.» Fernando García Ramírez 16 Julio 2017 http://www.letraslibres.com/mexico/revista/la-dificultad-explicar-lo-normal Paro hay de manchas a manchas. Exhibimos la corrupción y a los corruptos, cuando se descuidan y se quedan sin parte de la protección que los multiplica, creemos que eso será suficiente como represalia y castigo, desnudamos esa mancha que afea su humanidad y la sometemos al escarnio público, pero si el filósofo alemán tiene razón, quizás nos identifiquemos con el corrupto, secretamente lo justifiquemos —“está mal pero yo habría hecho lo mismo”, “el que esté libre de corrupción que tire el primer fajo de billetes”—, y en el extremo, hasta lleguemos a envidiarlo. «Lavamos y limpiamos porque, como ningún otro ser en el planeta, aspiramos a la pureza. A vivir sin mácula. Para eso sirve la religión, para lavar el pecado a través de la confesión, comunión, expiación, sacrificio. Para eso sirven las leyes: para mostrarnos qué mancha y qué no. El problema con la obsesión de limpieza, más allá de la contaminación que genera, se da cuando “trasciende el ámbito privado y se convierte en la idea fija de un colectivo”. El afán de limpieza colectiva señala y condena al que le parece sucio, manchado, oscuro, pecador, de sangre impura. “Es en la limpieza de justificaciones éticas o ideológicas donde el lavado obsesivo muda en genocidio”, sentencia y advierte el pensador alemán.» Claro que no hablamos de esas manchas que discriminan al que nos parece extraño a nosotros, por el miedo de reconocernos en él. Hablamos de los malos, los que atentan contra un orden que suponemos sirve para reforzar nuestra pacífica y equitativa convivencia. Sabemos que, si alguien abusa de un poder que no le es propio, atenta de alguna manera contra todos. Ese que se mancha voluntariamente, que se mete en el fangal moral o ético puede salpicarnos a todos, más si nos percatamos que los límites de la pocilga no están tan definidos como creemos. Con todas nuestras dudas, con las manchas que aparecen sin cesar ni dar tregua a nuestros afanes de pureza, sin negar lo que somos y aspirando a lo que podemos ser, vale la pena señalar y castigar a los que ensucian esta humanidad eternamente incompleta. «El mundo es una mancha, sí. El caos siempre vence, las dudas son interminables, los sistemas complejos son imprevisibles, los engranajes nunca son perfectos porque los perturba la gente, ningún pueblo es el elegido de Dios, los ideales de la Ilustración han perdido su razón de ser. Todo esto es cierto, pero estamos aquí y hay que disfrutarlo. “La verdad debe ser buscada por todos”, dice Enzensberger.»

GRADUADOS Y ATURDIDOS

Joaquín Córdova Rivas Fuente de satisfacción personal, orgullo familiar, esperanza social. Los logros educativos pueden ser eso y más, pero también menos. Temporada de graduaciones, nuestros jóvenes celebran el término de la ahora llamada “educación básica obligatoria” que legalmente abarca desde lo que conocemos como preescolar, pasando por primaria y secundaria, para rematar con el bachillerato o preparatoria. En términos legales y de desarrollo, es un tránsito desde la infancia hasta la mayoría de edad. Por eso el trayecto escolar es importante. No solo la escuela educa, también lo hace y de manera determinante la familia, también la iglesia —cualquiera de ellas—, los medios de comunicación, las ahora omnipresentes redes sociales, el entorno urbano o rural y sus costumbres y tradiciones, la vida misma que engloba todo lo anterior y lo que haga falta. La educación formal debiera aspirar a formar ciudadanos críticos, reflexivos y bien informados, además de hacer posible la adquisición de conocimientos necesarios en un contexto histórico actual, y de desarrollar habilidades para aplicarlos para un beneficio colectivo y personal. Muchas veces remará contra la corriente enfrentándose a prejuicios, discriminaciones, intolerancias, imposiciones, supersticiones, desidias, impunidades y corrupciones; con el riesgo de normalizar y legitimar un desorden social injusto y represivo. Pero los riesgos siempre están allí y hacer nada no es una opción. Hay que celebrar con gozo y con cautela, no son cualidades contrarias, menos en estos tiempos convulsos y acelerados. En una sociedad tan desigual como la nuestra todo parece irse a los extremos sin encontrar un equilibrio que disminuya las tensiones sociales, que de tan fuertes llegan a romper un tejido social ya muy dañado. «Se ha generado desde arriba y en torno nuestro una violencia ambiental que todo lo permea y se vuelve lo usual, y que paulatinamente va reduciendo también lo poco que va quedando para vivir sin temor. Y esto es sumamente grave porque va contra los espacios que siempre han sostenido la carga más pesada para que los conflictos no se salgan de cauce, para que tengan contención (en su sentido de algo que acoge y repara): lugares como la pareja, la familia, el grupo escolar, la escuela, la comunidad, los vecinos, el barrio, la unidad habitacional. [...] Crecientemente estos espacios pequeños pero vitales, también están bajo acoso. Es el efecto de las grandes políticas y, sobre todo, de las grandes decisiones que han trastocado la ecología social y que se han convertido en el medio denso y opaco que todos habitamos y respiramos sin importar donde estemos. Es la atmósfera que crean las políticas neoliberales del Estado, los medios y una economía capitalista feroz, nutrida por el narcotráfico y la corrupción. De ahí surgen y se nutren los procesos de desmembramiento de familias y comunidades, la migración y el reforzamiento de la atmósfera violenta. Los promotores del rompimiento de las normas de la convivencia económica antes regulada por la política social, desmantelaron los grandes acuerdos sociales que a su vez alentaban y reforzaban a esos millones de acuerdos pequeños de la malla fina que sostiene la sociedad. Ese es el gran error de un Estado que no promueve el bienestar sino, primordialmente, busca ofrecer condiciones competitivas a la inversión y al comercio internacional. Cuando la mitad de la población económicamente activa no tiene un trabajo formal y sigue estancada en la pobreza, cuando millones viven del subsidio oficial y no de fuentes dignas de trabajo, cuando las escuelas superiores son escasas, se vuelve difícil argumentar que la violencia social generalizada y difusa se debe a que como sociedad no somos suficientemente represivos.» Hugo Aboites. Violencia contra la educación. http://www.jornada.unam.mx/2017/06/24/opinion/016a2pol Allí están presentes las desigualdades sociales, no es lo mismo graduarse en un Colegio de Bachilleres, un CONALEP o cualquier otra escuela pública, que hacerlo en una privada para familias de altos ingresos. Las primeras, atendiendo a las mayorías que muestran los efectos generacionales de esa desigualdad, de la incertidumbre en el futuro y luchando por compensarlos, y las segundas, necesariamente selectivas y discriminadoras, sumidas en la autocomplacencia de los privilegios heredados, de las certezas inmerecidas. El académico, periodista y escritor Ricardo Raphael utiliza como metáfora social un edificio de 10 pisos para explicar la desigualdad y escasa movilidad social: «En México, sólo 4% de quienes se encuentran hasta arriba empezaron la vida en la planta baja de la construcción social. 1 de cada 2 personas nacidas en los dos primeros pisos de abajo tendrá hijos que vivirán ahí mismo. La niña mazahua que vende chicles en la esquina de un barrio elegante tendrá antes de los dieciséis años una hija cuya historia repetirá de manera casi idéntica los pasos de su progenitora; el azar jugará para ella un papel menor porque su biografía ha sido determinada de antemano. Si se coloca la cámara en el otro extremo, resulta que los habitantes de los pisos 9 y 10 son muy afortunados: únicamente 4 de cada 10 llegan a descender al piso 8 y sólo 2 de cada 10 caen más abajo. Mientras los residentes del edificio mexicano la tienen muy difícil cuando quieren subir, quienes están alojados en los pisos superiores corren pocos riesgos de descender. La oportunidad la asigna la cigüeña y después de ello hay poco más que hacer. La razón principal de pertenencia al estrato social deriva del nacimiento, no del mérito, el esfuerzo o las oportunidades.» https://cursosespeciales.files.wordpress.com/2011/07/3-1_raphael_mirreynato_vii.pdf En esas condiciones, una reforma educativa que pretenda una mayor movilidad social topará con las resistencias de quienes ya se apropiaron, de manera exclusiva, de los pisos superiores de este imaginario edificio. Hay que demostrar, por si hiciera falta, que pobreza generacional no es destino y que riqueza heredada o ajena tampoco es garantía de éxito.

EL ESTILO DE GOBERNAR

Joaquín Córdova Rivas No recuerdo que en la historia reciente de Querétaro sucedieran varios hechos que, relacionados, llevaran a pensar en un rompimiento irreparable en la comunicación política entre ciudadanos y gobernantes. Ha habido desencuentros y francas confrontaciones, hasta se ha utilizado a la fuerza pública contra sectores vulnerables de la población con el pretexto de “poner orden” o siguiendo —siquiera como coartada— polémicas resoluciones judiciales. Pero que profesionistas, habitantes o usuarios frecuentes del centro histórico expresen inconformidades por la falta de consenso en la construcción de obra pública, y que por no sentirse escuchados y tomados en cuenta decidan manifestarse hasta ser desalojados por la fuerza, eso sí no se había visto. La verdad, resulta asombroso que en pleno corazón del conservadurismo queretano, exista cuestionamiento e inconformidad contra un gobernante cuya principal característica sea personificar esa forma de pensar y actuar. Como que algo no cuadra. El enojo, la impotencia, la extrañeza por lo que se percibe como un uso desmedido de la fuerza, puede llevar a culpar a una persona, en este caso al presidente municipal de la capital queretana, de tener ciertos rasgos de personalidad que lo lleven a la cerrazón o al autoritarismo, hasta el momento no se ha escuchado que la indignación se dirija a su partido, al resto del gobierno municipal —por ejemplo los regidores, al encargado de seguridad pública, al secretario de obras públicas, a los concertadores políticos, a los encargados de comunicación social cuya tarea sería proveer la información suficiente y poner al alcance de los ciudadanos los argumentos de las acciones de su gobierno—, sino que las quejas y denuncias se enfilan directamente al munícipe. Podemos encontrar la razón de lo anterior en dos características de nuestro sistema político, primero, una debilidad institucional extrema, donde no existen controles a lo que se percibe como caprichos personales, o la simple satisfacción de intereses del mismo tipo. Y segundo, a que la debacle de nuestra democracia empodere a cualquier autoridad —en este caso del poder ejecutivo de un municipio—, por encima de lo que está políticamente pensado. Vamos, que nadie se atreva a pedirle cuentas o ponerle freno cuando se requiera, menos una ciudadanía que, desdeñada y sin voz que sea escuchada en las alturas del poder, inaugura formas diferentes para hacerse oír encontrándose con la fuerza como única razón de Estado. El estilo personal de gobernar —como dijera Daniel Cosío Villegas— era de uso presidencial, pero la atomización, producto de varias reformas políticas mal aplicadas, ha hecho que este término también se tenga que aplicar hasta el nivel de gobiernos municipales. Don Daniel lo explicaba así: «tomaré como punto de partida de este ensayo, una idea bastante obvia, puesto que el presidente de México tiene un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente, o sea que resulta fatal que la persona del presidente le dé a su gobierno un sello peculiar, hasta inconfundible. Es decir, que el temperamento, el carácter, las simpatías y las diferencias, la educación y la experiencia personales influirán de un modo claro en toda su vida pública y, por lo tanto, en todos sus actos de gobierno». Cosío Villegas se refería en específico al sexenio echeverrista y a la forma de gobernar de dicho señor, siempre satanizado por, en primer lugar, la derecha política, por eso resulta extraño que esa corriente ideológica, tan refractaria al echeverrismo, haga lo mismo cuando ocupa cualquier puesto gubernamental, y que la “inmensidad” de ese poder quepa en los estrechos márgenes geográficos de un municipio. El 4 de mayo de 1995 Lorenzo Meyer —El estilo impersonal de gobernar, diario Reforma— escribía: «Daniel Cosío Villegas en El estilo personal de gobernar (Mortiz, 1974), y tras examinar el gobierno de Luis Echeverría, formuló una hipótesis: en nuestro país, una parte sustantiva de la política se explica más por las características personales de quien concentra y ejerce en grado desmedido el poder —el presidente—, que por las condiciones estructurales del sistema en que ese poder se ejerce. Otra forma de decir lo mismo es esta: la institucionalización política en México es deficiente y las personalidades importan mucho. Para don Daniel, no había duda que las características más desafortunadas del echeverriato —incongruencia, contradicción, improvisación, desmesura o ignorancia— coincidían con las peores características del propio Luis Echeverría Álvarez. En virtud de lo anterior, y según don Daniel, la esencia de la vida pública en México depende en alto grado de las características individuales de sus presidentes.» Vamos al meollo del asunto. Una céntrica avenida, que sí requería de reparaciones, es cuestionada por la excesiva tardanza en realizarlas y por el método absurdo de ensayo y error hasta para poner los adoquines. Otra calle importante del centro histórico intervenida sin que parezca existir una necesidad manifiesta, más bien parece simple capricho. Para colmo, se utiliza maquinaría que con su peso y excesivas vibraciones está afectando las viejas construcciones que le dan ese sello característico a un lugar catalogado como patrimonio cultural de la humanidad. Lo malo es que la información presentada en la página electrónica del municipio en cuestión, nos regala una ficha técnica que da por terminada la obra en el mes de enero de este año, siendo que el 25 de julio, fecha de la consulta electrónica, eso no era cierto. Más, la ficha técnica de la obra en la avenida Ezequiel Montes no aparece ni georeferenciada —http://www.municipiodequeretaro.gob.mx/transparencia_obraspublicas.php—. Otro detallito, la misma página advierte que está “actualizada” hasta febrero de este año. Como que es mucho desorden para ser accidental. De plano nuestra “institucionalidad democrática” está por los suelos, no hay quién les pida cuentas a nuestros gobernantes, ni su partido, ni una autoridad superior del mismo poder, y tampoco funciona la vigilancia de los otros poderes entre sí, cada quien hace lo que se le pega la gana sin más criterio que su propio capricho, por eso la corrupción está metida hasta el tuétano de nuestro sistema político. Ya se multiplican las voces de alerta, hasta los organismos empresariales están asustados del monstruito que alimentaron, hasta que creció al punto de amenazarlos directamente. Para la ciudadanía es otra cosa, es el descubrir que no hay casos aislados, que la represión es pareja, que la intolerancia se disfraza de orden público y arrasa con quien se deje.

APOSTAR POR LA MEMORIA

Joaquín Córdova Rivas Sienten que se les quema el tiempo, que los instantes vuelan como cenizas hacia la nada, que la historia ni siquiera los reclamará para un tardío ajuste de cuentas. Nuestros políticos viven en un tiempo paralelo donde los problemas del país y sus habitantes no merecen atención alguna. Es más, apuestan al olvido. Se arman y se desarman “frentes políticos, amplios, democráticos, necesarios e imprescindibles”, se cierran o abren posibilidades para candidatos externos o “ciudadanos”, en su tonta existencia temen descifrar lo que parecen indicar las encuestas elevadas a crípticos oráculos. No alcanzan a entender que las cosas no son lo que parecen, que los datos duros se interpretan, se les da significado. Después de la estupidez de los “daños colaterales” están empeñados en creerse una narrativa que los exculpa de cualquier complicidad, de cualquier omisión, de cualquier responsabilidad, de su propio olvido. Creen que el afán por construir una amnesia propia puede contagiarse y volverse colectiva. Pero pierden de vista lo básico y hasta con un verso se les puede desbaratar la falsa ilusión que los anima a caer en la ignominia: “Cómo voy a olvidarme/ si el olvido es memoria, / de qué debo olvidarme / están hablando en broma.” El cantautor Víctor Manuel San José sabe de viejas heridas, igual que toda su generación y las que siguieron a la Guerra Civil Española. Sabe, como nosotros estamos aprendiendo, que las catástrofes colectivas son tan amplias y profundas que no cabe el olvido, aunque estén “dosificadas” y formen parte de un paisaje que apuesta por la normalidad. Un ejecutado por aquí, un descuartizado por allá, una desaparecida por cualquier lado, un extorsionado que por temor calla, cualquiera que es despojado de parte de su vida, otro a quien le secuestran la tranquilidad familiar, pero son tantos y por todas partes que sin querer se van entrelazando, son tan profundas las heridas que no cabe la distracción, ni la negación duradera, mucho menos el olvido. También desde el arte, en este caso la fotografía, desde el ser una mujer mexicana sabedora de pertenecer a un país y una sociedad que se desmorona sin que parezca reaccionar, desde una exposición de su obra titulada Pista de Baile, Teresa Margolles, dicen sus reseñas «Además de ecléctica creadora, se formó como técnico forense en México. Así empezó, poniendo ciencia y luz sobre las causas del fallecimiento. El crimen como ventana. Por eso, su obra pone siempre su aliento en la violencia. Lo posa sobre su cruel naturaleza como si la frotara. Crisis y desmembramiento. Política y descomposición. Violencia y muerte. A estas trágicas presencias destructoras saca de su espacio oculto y periférico y las instala con piel y fluidos en el nuestro para que obren y respiren como denuncia y huella. La íntima comprensión de lo terrible se deja sentir. También su furia. Su obra grita al silencio y al trauma de la desaparición y su arbitrariedad. Y por derecho, acusa y enfrenta al poder político con esa realidad de luto y duelo que ha creado y que, además, fomenta. Cuestiona también nuestra comprensión y hasta nuestra sensibilidad farisea. Nos pone en entredicho por no ver ni tomar conciencia ni posición ante la injusticia social o de género y la agresividad que le pertenece”.» http://www.plataformadeartecontemporaneo.com/pac/pista-de-baile-de-teresa-margolles/ Si nuestros medios de comunicación masiva están apañados y empeñados en crear esa falsa normalidad macabra: “si lo desaparecieron, ejecutaron, levantaron, descuartizaron, asesinaron, robaron es porque andaba en malos pasos”, todo se justifica enlodando a las víctimas sin perseguir a los victimarios. Pero ni así les alcanza, la valentía y terquedad de los familiares, amigos, compañeros y ciudadanos solidarios, saca a la luz las falsedades del discurso oficial: «México se acerca a su momento más mortífero en décadas: más de 100.000 muertes, 30.000 desaparecidos y miles de millones de dólares en la hoguera de la lucha contra el crimen organizado, y las flamas siguen vivas. En los primeros seis meses de este año ya se han dado más homicidios a nivel nacional que en el mismo periodo de los últimos veinte años, cuando empezaron los registros.» https://www.nytimes.com/es/2017/08/04/violencia-mexico-homicidios-tecoman/?mc=adglobal&mcid=facebook&mccr=ES&subid=LALs&subid1=TAFI No, no nos olvidamos que todas y cada una de las víctimas tienen un nombre, una familia, una historia; que esta supuesta guerra contra el narcotráfico, contra la delincuencia organizada en complicidad con las esferas del poder formal, tiene como principales víctimas a los ciudadanos comunes y corrientes: «La camioneta se detiene bruscamente frente a un grupo de hombres que platican bajo los escupitajos solares del mediodía, quienes ven la escena de lejos se vuelven espectros que desaparecen. Del auto baja un comando armado de encapuchados, pueden ser sicarios del narco o policías: saben por quien van aunque a veces el elegido sea inocente, un miserable con la suerte podrida. A puñetazos, patadas y empellones lo suben a la camioneta, vociferan, se burlan y con un odio tremendo lo sentencian. Suben al automóvil y con la misma violencia se alejan para dejar en el ambiente un olor a sangre, impunidad y terror.» Javier Valdez Cárdenas, Levantones, historias reales de desaparecidos y víctimas del narco. México 2012. Mientras esto pasa, nuestros dioses aztecas, mayas, o de cualquiera de nuestro amplio abanico de pueblos originarios reclaman a sus guerreros, dos de los más recientes, entrañables para nuestra generación de chavo rucos: Eduardo del Río Rius y Jaime Avilés, representantes dignos de esa izquierda socarrona que todo ponía en duda y que no dudaba en denunciar lo que consideraba injusto o falso. Nuestros políticos jugando entre ellos a decidir nuestro futuro, o más bien cómo robárselo, nosotros apostando por la memoria a la que le canta Víctor Manuel: «Cómo voy a olvidarme / ya sé que les estorba / que se abran las cunetas / que se mire en las fosas / y que se haga justicia / sobre todas las cosas / que los mal enterrados / ni mueren ni reposan.»

A LOS HÉROES

Joaquín Córdova Rivas Somos las historias que contamos, con las que nos sentimos identificados con los demás, las que nos unen porque simpatizamos con quienes las protagonizan, porque odiamos a quienes se nos oponen. Existe una narrativa oficial, creada desde el poder que a los héroes y villanos los pone en blanco y negro, sin matices, como condenados a padecer en un inframundo descolorido. Es la historia de mármol, de los héroes que pueblan las glorietas, las avenidas, las escuelas abandonadas a su suerte en los lugares más inaccesibles y miserables, los de los nombres de las calles que se repiten a lo largo y ancho del territorio, las figuras en poses imposibles e impasibles de nuestros billetes y monedas. Nada hay de malo en recordar a “los héroes que nos dieron patria y libertad”, siempre y cuando no se olvide que representan mucho más de lo que fueron individualmente, que la remembranza alcance los cientos o miles que estuvieron junto con ellos, que le digamos a nuestros jóvenes y niños que además de personas de carne y hueso representan valores que consideramos vale la pena practicar: la Independencia, la Libertad y autodeterminación, la idea de una Patria que nos diferencie, sin separarnos absolutamente, de aquellas que nos precedieron. Pero nuestra historia, como parte importante de nuestro presente, no puede permanecer inmutable. No se trata de entrarle al revisionismo, de esculcar bajo sus faldas, entre sus sábanas o en las cantinas, los héroes ya cumplieron con su reto histórico y lograron deshacerse de sus miedos y pensar, proponer y pelear por algo en que creían, no solo para ellos, principalmente para un colectivo que necesitaba el motivo para aglutinarse alrededor de alguien que simbolizara las necesidades de cambio. Sí se trata de actualizar nuestros héroes, reconocernos en personajes que enfrentaron las injusticias de nuestro tiempo más reciente, identificarnos con quienes han dado más que su vida luchando contra la corrupción y la impunidad, con quienes representan la lucha por los derechos humanos, los que simbolizan y defienden a la diversidad social, a la pluralidad ideológica, a la tolerancia como forma de convivencia, a quienes rechazan y señalan la discriminación, a quienes desvelan los engaños y desnudan a los falsos profetas, a quienes se resisten a ser las víctimas de siempre y buscan a sus desaparecidos, a quienes piden justicia por sus ejecutados o levantados, a quienes exigen seguridad y se resisten a la delincuencia, a quienes denuncian públicamente a los omisos y cobardes. Entonces nos sobran héroes. Lo que no es necesariamente bueno porque indica que hay mucho que requiere corregirse de manera urgente, porque señala que no estamos cumpliendo como sociedad para protegernos entre nosotros y estamos a la merced de una autoridad omisa o cómplice. Porque lo heroico de muchos corresponde a la cobardía, indiferencia, victimización, falta de solidaridad de miles o millones, que pretenden pasar, inútilmente, desapercibidos para que “no me pase nada malo”. Esperar que otros hagan lo que muchos no hacemos, que pocos se sacrifiquen por los que no nos esforzamos, que algunos se jueguen la vida por principios que todos compartimos pero que casi nadie sigue hasta sus últimas consecuencias. No hay héroes anónimos. Es una contradicción. Sí existen las mayorías que hablan con sus acciones cotidianas, que enaltecen la humanidad sin querer ni buscar votos o reconocimientos, que dan esperanza porque son como nosotros, igualitos pero congruentes, decididos, incorruptibles, honestos. Que nos inspiran a ser todos mejores por el simple gusto de serlo, porque así vivimos mejor y podemos soñar sin remordimientos. Necesitamos héroes, pero que sean poquitos porque no sean tan necesarios, porque nos encargamos y cuidamos de los otros. Porque no haya tantas víctimas por salvar ni tanto corrupto por exhibir y castigar. ¡Que vivan los héroes! Que vivamos todos sin tener que necesitarlos tanto.

TEMBLAMOS - EL AMOR COMO COARTADA

Joaquín Córdova Rivas Todos lo sabemos, nuestro planeta está vivo y no se queda quieto, a pesar de que lo habitamos los que creemos ser los reyes de la creación. Esta esfera azul no responde a deseos humanos, pero sí a la devastación que sufre por ellos. Las sacudidas en su corteza pretenden aliviar tensiones profundas y no se anuncian, a pesar de las teorías conspiratorias, de los apocalípticos de la posverdad que siguen cosechando “likes” en las redes sociales, la Tierra tiene su forma propia de reaccionar y de acomodarse en este brevísimo lapso universal. Apenas nos alcanzan el conocimiento y la experiencia, para prever que existen lugares más vulnerables a fenómenos naturales que otros: los lechos de los ríos, las costas que por kilómetros apenas rebasan el nivel del mar, la cercanía con volcanes activos, las laderas de cerros y montañas empinadas o deforestadas, los enormes espacios abiertos para que los vientos y tormentas jueguen a placer, prácticamente no hay sitio sin riesgo, y aun así, la tragedia —como conjunción de los fenómenos naturales y las desigualdades sociales humanas— se ceban con los más débiles, los más pobres, los desprotegidos. Y la debilidad, la pobreza y la desprotección son factores provocados por nosotros mismos. Se derrumban edificios de departamentos o antiguas iglesias y monumentos, escuelas viejas y algunas no tanto, pero con pegotes mal construidos. Aparece la cara de la corrupción por los materiales baratos cobrados caros, por las fallas de diseño para incrementar las ganancias, por la mordida a la autoridad para que permita construir en lugares inadecuados. Y los jodidos de siempre sufren más que los ricos. Aparece la solidaridad para paliar la tragedia, para salvar a quien se pueda, para rescatar lo que quede. Los jodidos —que somos casi todos— ayudando a los semejantes, compartiendo lo que se tiene: las energías del cuerpo, los alimentos que se puedan conseguir, el material de curación que ni siquiera guardamos en casa porque esperamos nunca necesitarlo, las herramientas que milagrosamente encontramos; de repente nos sentimos parte de algo que nos rebasa, nos volvemos generosos, hasta perdemos los miedos que por sexenios nos han inculcado. Los medios de comunicación masiva ahora no sufrieron daños en sus estructuras, pero el parloteo incesante, innecesario, absurdo, le ganó a las noticias; la guerra por el “rating” los hizo trabajar a marchas forzadas, pero su aportación quedó menguada por las redes sociales, más ágiles y por lo mismo imprecisas, a veces alarmistas, incesantes hasta para inventar cosas que no ocurren. Hay que aprender a convivir con ellas, que nos sirvan en lugar de que algunos perversos las utilicen contra nosotros. ¿Y el amor? Creemos que siempre ha estado aquí, acechando el momento más inoportuno para dejarse ver, para adueñarse de los sentidos, para desatar las emociones, para revolver los sueños, para instalarse como el filtro único a través de cual ver u ocultar una realidad que, repentinamente, se volvió monocromática y sin sentido. Nos conviene creer que es un reflejo malhecho de esa relación entre las divinidades, cualesquiera que sean, y sus creaturas primigenias. Que le otorgan sentido a lo que, de otra manera, se quedaría como un capricho ególatra: los dioses hicieron a los humanos para que estos los alabaran, para que les tuvieran agradecimiento eterno, para jugar sádicamente con ellos sometiéndolos a incontables pruebas de fe ciega. No, mejor creer que nos hicieron porque nos querían mucho, porque querían que alguien disfrutara de sus fabulosas creaciones. A diferencia de otras mitologías más amables, menos asfixiantes, con una visión vital más placentera. Nuestra herencia, impuesta, judeocristiana, pierde de vista que el amor, o la idea que tenemos de él y que se apodera de nuestro actuar y pensar, tiene contextos históricos específicos. Que no es lo mismo el amor por conveniencia, ese que aseguraba la sobrevivencia de un grupo humano frente a otros quizás más agresivos, ese que daba certidumbre a la posesión de cosas materiales, incluyendo las mujeres y los hijos, por lo mismo tan en boga hasta tiempos recientes; que el “amor romántico”, ese que queriendo deshacerse de las conveniencias colectivas, ensalza el individualismo y refuerza la exclusividad de las relaciones pasionales del macho frente a su “objeto amoroso”. Además, la versión oficial de nuestros mitos inicia con la creación de la mujer como una parte del hombre, dependiendo su existencia de ese supuesto primer ser originado por el amor divino. No estamos ignorando la otra esquina del triángulo monoteísta: el Islam, pero todavía, religiosamente, nos pesan más los otros dos. Además, ese amor romántico ha servido para alimentar falsas esperanzas en un mundo donde las desigualdades sociales se profundizan y perpetúan. Ese supuesto amor que todo lo puede, que todo lo suple, que todo justifica, hasta conseguir la mezcla de clases sociales o el matar “porque eres mía o de nadie”, encubre las realidades que duelen: los ricos se casan entre ellos, solo en las manipuladoras telenovelas o en las palomeras películas disque románticas ocurre algo diferente. Además, perder el sentido histórico del amor lleva a seguir creyendo que la pareja es propiedad privada, y la violencia se normaliza hasta en el discurso amoroso: te celo porque te quiero, te pego porque te amo —a mí me duele más que a ti—, te controlo para protegerte, violo tu intimidad para que a los otros no te les antojes, ya sabes cómo soy y me provocas, prometo no volverlo a hacer, hasta que te mate el espíritu y la vida.