sábado, 11 de septiembre de 2010

Independencia y Libertad

La “historia oficial” sirve para mantener a rajatabla la misma versión, pero no sirve de nada para explicar los hechos. Nuestra historia oficial nos habla de unos héroes independentistas que parecían atender a anhelos personales, a esperanzas todavía no compartidas, a un dilatado y confuso proceso donde pasaron de protagonistas a villanos. Pero nunca nos dijeron cual era la situación de la potencia española, que llegó a tener tantas colonias en ultramar gobernadas con la figura de virreinatos.

No es ninguna casualidad que varios países latinoamericanos celebren el inicio de su lucha por la Independencia en el mismo año de 1810, lo que no nos dijeron en la escuela, ni nos dicen en las efemérides, es que en esas mismas fechas, la propia España estaba sumida en su propia lucha por independizarse de los franceses.

Hacer cortes en los procesos históricos resulta un tanto tramposo, pero para los fines de este texto no hay de otra. Por ejemplo, en una rápida revisión podemos encontrar que hubo varios “gritos de Independencia”, el primero fue el 10 de agosto de 1809 en lo que hoy es Ecuador, después el 3 de julio de 1810 en Santiago de Cali, Colombia; el 15 de septiembre de 1810 en Dolores Hidalgo, Guanajuato en México; el 5 de noviembre de 1811 en El Salvador; y fuera de la influencia española, el 7 de septiembre de 1822 en Brasil; en el resto de los actuales países sudamericanos la fecha del inicio de su independencia, ya sin “grito” coincide en 1810.

Pero volvamos a los españoles, quienes invadidos por el ejército francés de Napoleón, deciden unirse al Levantamiento del pueblo de Madrid del 2 de mayo de 1808 y pelear por su propia independencia. La historia resulta interesante, porque con todo y que estos movimientos son fuertemente influidos por los ideales de la Revolución Francesa de 1789 entre los que se encontraban la pérdida de privilegios de la iglesia católica y la confiscación de sus cuantiosísimos bienes producto, entre otros, de la imposición de impuestos sobre las cosechas, su ejército invasor sirvió para difundir sus ideas liberales, basta recordar que entre los primeros acuerdos de su Asamblea Nacional es la aprobación de la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”. En el ínter entre una fecha y otra, la todavía poderosa armada española, encargada del control de las colonias americanas, se ve envuelta en la fracasada campaña francesa para invadir Inglaterra. La batalla de Trafalgar fue decisoria para que la armada francesa no pudiera recuperarse nunca y la británica asegurara un dominio marítimo que durará 100 años más, mientras, los españoles sufrieron pocas pérdidas, aunque el cerco marítimo inglés no tarda en tener consecuencias. Por ejemplo, de los 41 navíos de guerra con que cuenta la armada española en 1805, pasa a 26 en 1811, a 17 en 1820, para terminar con 3 en 1835, además de que el bloqueo impedía la llegada de mercancías y metales preciosos de América. En esa coyuntura las independencias americanas se dieron en terreno fértil y en tiempo coincidente.

Nada más que la arenga que hace Miguel Hidalgo y Costilla el 16 de septiembre de 1810, atendiendo a testimonios de ese evento fue: “¡Viva la virgen de Guadalupe! ¡Viva Fernando VII! ¡Muera el mal gobierno!”, que según algunos historiadores revela que la demanda de los conspiradores tenía más que ver con la situación española, la idea independentista todavía estaba algo verde, en lo inmediato se pedía la muerte del mal gobierno francés entronizado en España, y el regreso del gobierno monárquico de Fernando VII, llamado “el Deseado”, nada liberal y sí absolutista, incluso abolió la Constitución de 1812 producto de las Cortes de Cádiz. Esa primera constitución española es la responsable de otro empujón independentista, pero ahora dirigido por la jerarquía católica quien veía sus privilegios amenazados si ese ordenamiento legal llegaba a implementarse en las colonias americanas, entre otras cosas se abolía la inquisición y con ello se perdía el brazo ejecutor, coercitivo y amenazante de esa institución.

El historiador José Félix Zavala (eloficiodehistoriar.com) escribe que las peripecias del “padre de la patria” y esa parte de la historia que prefiere omitirse por algunos: nos hace recordar que la expulsión de Miguel Hidalgo del seno de la Iglesia Católica por el nombrado Obispo de Valladolid Abad y Queipo, no tenía otro significado que descalificarlo frente al pueblo en el momento en el que él era el líder del movimiento insurgente. El texto de la excomunión que desde luego se hace “por la autoridad de Dios todopoderoso…” y “de las “Vírgenes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, querubines y serafines, de los Santos Inocentes…”; rebasan la retórica de su tiempo y piden que lo maldigan, lo condenen, donde quiera que se encuentre, sea en casa o en el campo, en el camino o en las veredas, en la selva o en el agua y aún en alguna iglesia, que sea maldito en el vivir y en el morir, en el comer y en el beber; que sea maldito exterior e interiormente… en sus quijadas y narices… en sus muslos, caderas, piernas, pies y uñas. Nuestro visitante asiduo en Querétaro, Miguel Hidalgo, contestó “Los opresores no tienen armas ni gentes para obligarnos con la fuerza en la horrorosa esclavitud a que nos tenían condenados”.