viernes, 10 de abril de 2020

YO SÍ ME ACUERDO


YO SÍ ME ACUERDO
Joaquín Córdova Rivas

Le apuestan a la desmemoria, a que buena parte de la población no había nacido cuando convirtieron las deudas privadas en públicas, a que los medios de comunicación y sus opinólogos siguen siendo casi los mismos, o sus dueños siguen siendo los mismos y repiten hasta el cansancio las mismas falacias.

Pero yo sí me acuerdo. Y creo que muchos otros de mi generación también, y los que no lo vivieron por edad pueden investigarlo, nada más hay que encontrar fuentes confiables.

Me acuerdo de la angustia de miles de ciudadanos que, de un día para otro, se dieron cuenta que no podrían pagar los préstamos que los bancos ofrecían hasta en las banquetas. Miles de familias perdieron sus negocios, sus viviendas, sus bienes al caer en la insolvencia financiera. Y es que las mentiras de los primeros tecnócratas neoliberales que llegaron al poder montados en el partido de la revolución, los convencieron de que había exceso de dinero disponible que había que poner a trabajar, que se podía pedir prestado a intereses bajos pero “variables”, se ocultó que la mayoría de ese dinero era de capital “golondrino”, es decir, especulativo y no productivo, y que cualquier día podía “migrar” a otras latitudes sin responsabilidad ni freno alguno. Algunos, al ver que el esfuerzo de toda una vida o que los pocos o regulares recursos familiares se evaporaban sin remedio, se suicidaron, otros cayeron en procesos depresivos de los que nunca salieron; otros, que ni siquiera habían nacido, heredaron una deuda que nunca pidieron y menos utilizaron para allegarse de algún bien, que se llama FOBAPROA, que sigue vigente y que fue el origen de nuestros poquitos multimillonarios y nuestros muchitos pobres.

¿Cómo nos convencieron de pagar algo que nunca pedimos? Con la misma mentira de siempre, hay que “rescatar” con dinero público a los ricos porque son los que producen riqueza que después será repartida, pero eso no es cierto, la repartición nunca llega y quienes, con su trabajo producen riqueza, son los trabajadores.

Los detalles técnicos y los “errores” que los de siempre supieron capitalizar, con la ignorancia de algunos cómplices chiquitos, se encuentran fácilmente usando cualquier buscador de internet, nada más teclear “error de diciembre”, “efecto tequila” —está la película en youtube con ese nombre— o “fobaproa”, lo malo es que no son igual de abundantes los testimonios de los directamente afectados, de los ciudadanos que lo perdieron todo, hasta el futuro.

Fue tan grave esa crisis que afectó al resto de los países de nuestro subcontinente, hasta Argentina sufrió el coletazo de los tecnócratas mexicanos educados en los E.E.U.U., me dicen que la película Plata Dulce —también en youtube— tiene que ver con el tema.

«El Tequilazo como también se le apodó, provocó que en México al devaluarse más del 50% el peso mexicano frente al dólar americano en menos de un mes, miles de acreedores de deuda de la banca comercial se declaran en quiebra y esto a su vez provocó una fuerte situación de cartera vencida en los bancos mexicanos lo que llevo a muchas entidades financieras a desaparecer o a ser polémicamente rescatadas con fondos públicos (fobraproa) y cientos de negocios familiares a desaparecer, así como a miles de familias a perder su patrimonio.» https://foreignpolicyesp.wordpress.com/2015/05/14/que-fue-el-efecto-tequila/

«El gobierno mexicano resolvía problemas financieros mediante el enojoso expediente de pasarle a la sociedad la cuenta de la crisis y de sus malos manejos iniciales. El de 1995 fue el año de la “Roqueseñal” en el que los legisladores del Partido Revolucionario Institucional elevaron el Impuesto al Valor Agregado del 10 al 15%, ante el enojo de la ciudadanía que, en ese entonces, les tenía todavía sin cuidado.» El error de diciembre y el libro verde. Agustín Cue Mancera. Revista Análisis de Coyuntura.

Yo sí me acuerdo de esa burbuja financiera que terminó en debacle económico, otra vez a cargo de los jodidos con sueños de grandeza, de esos que, desgraciadamente, nunca faltan y sirven de apoyo a intereses contrarios a los propios. Me acuerdo de amigos y conocidos que fueron convencidos por la mala prensa y los banqueros a comprar acciones de empresas de las que nunca habíamos escuchado, con la promesa, inflada por los medios, de fortunas instantáneas.

Me acuerdo de algunos que sacaron sus exiguos ahorros, que hipotecaron sus casas y convencieron a familiares para hacer lo mismo, que pidieron préstamos bancarios y en la misma ventanilla en que recibían el dinero, comprar acciones que, al día siguiente, no valían ni el papel en que estaban impresas. Otra vez los ricos vendiendo caro a los pobres para quedarse, impúdicamente, con lo poco —que para los jodidos era mucho, todo— que tenían. Me acuerdo de cuadros medios de industrias importantes que fueron groseramente despedidos sin justificación alguna y cuyas “indemnizaciones” fueron pagadas con acciones imposibles de vender al valor que fijaba la Bolsa mexicana o cualquiera del mundo. Puro papel pues.

Todavía más atrás, me acuerdo de esos aspirantes a clasemedieros que guardaban sus ahorros en cuentas bancarias en dólares y que el gobierno priista de la época convirtió en “mex-dólares”, que pagó cuando le dio la gana y al precio que quiso, no a su cotización oficial. Mientras dejaba que los grandes empresarios sacaran los suyos del país.

En cada “crisis”, que ya es permanente, los ricos son “rescatados” por los jodidos, ahora no quieren ser la excepción, pero están enojados, porque no han logrado que se les considere para ser, otra vez, rescatados a costa de los impuestos y de la riqueza generada por el trabajador y el ciudadano. Nos quieren convencer de que defendamos sus intereses, sus fortunas, como si fueran nuestras.

Pero, yo sí me acuerdo.

martes, 7 de abril de 2020

VIVIR EN LA CUEVA


VIVIR EN LA CUEVA
Joaquín Córdova Rivas

Ante el peligro regresamos a la cueva. No es que nos asusten igual que antes terremotos, huracanes, meteoritos, inundaciones, erupciones y plagas, tenemos la ventaja de haber avanzado algo en el conocimiento de lo que somos y lo que nos rodea. Ahora nos aterra lo que no vemos a simple vista pero que sabemos que están allí y no son fantasmas, sino los poco conocidos microorganismos. No dejamos de aprender y de asombrarnos. Por eso, ante la falsedad de que la tecnología y la ciencia nos darán todas las respuestas, se alzan las incertidumbres de la filosofía: entre más conocemos más ignoramos.

Tampoco es cualquier cueva, bueno, para algunos si, a veces hasta peor cuando todo se reduce a un cuarto de tembeleques pedazos de madera y láminas de cartón enchapopotado en el cauce de un drenaje a cielo abierto, o a la orilla de un barranco, o en un áspero terreno en espera de que alguien se lo adjudique y termine destruyendo lo poco que se tiene.

Mejor pensemos al menos en una vivienda de interés social con aspiraciones clasemedieras, una casa de tabique, con agua corriente, drenaje, baño mínimamente equipado, energía eléctrica y una o varias pantallas, que, como modernas ventanas, nos dejan ver lo lejano ignorando lo que tenemos más cerca. Esa cueva moderna quizás está conectada a un servidor de internet para escapar de la esclavitud de la televisión abierta y sus insoportables programas.

En esa cueva neoplatónica, las sombras de esa falsa realidad que se proyecta en las paredes es la de los noticieros y las redes sociales, esos fallidos oráculos que han desgastado y abusado tanto del tema de la pandemia, tratada como show de terror y escándalo mediático, que cuando necesitamos tomar decisiones colectivas basadas en información verás y bien organizada ya no creemos en nada.

A pesar de que sabemos, o deberíamos saberlo, que el virus que ahora nos aflige infectará a la mayor parte de la humanidad —algunos cálculos andan por el 70 por ciento— por la facilidad de propagación en este mundo hiperconectado y por la ausencia de una vacuna que tardará meses en producirse ya que requiere de largo tiempo de pruebas para que no resulte peor el remedio que la enfermedad, recordar el caso de la Talidomida, o el más cercano de la Ranitidina, no viene mal—, de lo que se trata es que nos infecte en etapas distribuidas a lo largo del mayor tiempo posible, porque de trancazo no hay cómo auxiliar a los más vulnerables y la mortalidad se eleva dolorosamente.

Mejor regresemos a lo principal de este texto. ¿Cómo le hacemos para construir una cotidianidad, una convivencia familiar o de pareja, que transite por la negociación pacífica dentro de nuestras modernas cuevas? Y no se trata solo de combatir el aburrimiento, porque en un país tan desigual como el nuestro esas desigualdades se cuelan por las puertas y ventanas reales y virtuales. No es necesario imaginar una familia promedio en la cual ninguno de sus integrantes está en algún sector prioritario laboral, y que ahora, sin preparación previa, tienen que trabajar “desde casa”, o en el peor de los casos se han quedado sin trabajo o sin ingresos seguros por un tiempo indeterminado, lo que aumenta los niveles de enojo y frustración más allá de lo “normal”, que además tienen que compartir casi 24/7 los mismos espacios que, según pasan los días, se sienten más pequeños.

Los feminicidios no van a parar, hay hasta el temor de que se incrementen, o que algunos hogares eleven la temperatura de su propio infierno. Esa “convivencia” forzosa entre abusadores y abusados puede precipitar tragedias que pueden tener efectos más duraderos que la pandemia.

Pero también puede suceder —eso esperamos— lo contrario. Que la empatía sirva para limar asperezas, para construir nuevos equilibrios que funcionen para todos los integrantes de quienes comparten el mismo espacio, que se construyan nuevos modelos de convivencia basados en una comunicación más afectiva, colaborativa, menos egoísta y salvaje. Que esta crisis nos sirva para resolver las otras crisis, esas que nos han dicho que no tienen solución o que cambiar es peor que quedarnos como estamos.

Mientras, habrá que construirse otros espacios de encuentro sin caer en la tentación de la pura virtualidad, nuestra sociabilidad es la que nos ha convertido en lo que somos, el encontrarnos frente a frente, el tocarnos, abrazarnos, mostrar amor requiere del contacto. Hay abundantes evidencias al respecto, no por nada el peor castigo es el aislamiento.

Regresamos a nuestras cuevas buscando algo de seguridad, tratando de no contagiarnos o de que exista alguien que nos cuide si somos víctimas de esta nueva calamidad. Pero, mientras eso pasa, hay que vivir, tolerar, respetar y aprender de los otros.

SABIDURÍA PARA PERVIVIR


SABIDURÍA PARA PERVIVIR
Joaquín Córdova Rivas

Una crisis dentro de la crisis. Los científicos sociales, conocedores de que deben opinar sobre lo que saben y han estudiado, no de lo que está fuera de su área de conocimiento como muchos otros que se volvieron expertos instantáneos en todo lo habido y por haber, parecen coincidir en algunos puntos, en otros de plano se contradicen, pero de eso se trata, de comparar y no cerrarse.

El sociólogo y doctor en Derecho, además de otros cargos académicos en universidades de Portugal y E.E.U.U., Boaventura de Sousa Santos lanza la primera provocación y cuestiona si en verdad estamos en una crisis planetaria o lo del Covid-19 es una manifestación más de una crisis permanente no resuelta.

«La pandemia actual no es una situación de crisis claramente opuesta a una situación de normalidad. Desde la década de 1980 (a medida que el neoliberalismo se fue imponiendo como la versión dominante del capitalismo y este se fue sometiendo cada vez más y más a la lógica del sector financiero), el mundo ha vivido en un estado permanente de crisis. Una situación doblemente anómala. Por un lado, la idea de crisis permanente es un oxímoron, ya que, en el sentido etimológico, la crisis es por naturaleza excepcional y pasajera y constituye una oportunidad para superarla y dar lugar a un estado de cosas mejor. Por otro lado, cuando la crisis es transitoria, debe ser explicada por los factores que la provocan. Sin embargo, cuando se vuelve permanente, la crisis se convierte en la causa que explica todo lo demás. Por ejemplo, la crisis financiera permanente se utiliza para explicar los recortes en las políticas sociales (salud, educación, bienestar social) o el deterioro de las condiciones salariales. Se impide, así, preguntar por las verdaderas causas de la crisis. El objetivo de la crisis permanente es que esta no se resuelva.» https://mamvas.blogspot.com/2020/03/coronavirus-todo-lo-solido-se-desvanece.html


En otros escritos, el estudioso, promovente de la decolonialización del saber, ha mantenido la idea de que la forma actual de hacer ciencia ya dio lo que podía dar, que la excesiva especialización científica, uno de los pilares de ese eurocentrismo que enseñamos en muestras escuelas a costa de otras formas de conocimiento y de relación con la naturaleza de la que formamos parte, provoca que no entendamos los problemas y que cualquiera imponga sus intereses y nos exija defenderlos como si fueran propios. Un ejemplo, parece haber coincidencia en que nuestros sistemas de salud no están preparados para emergencias como la actual debido a los recortes brutales, producto de un proceso de privatización que benefició a los grandes conglomerados privados a costa de la salud de las mayorías. Al menos eso señala el español Vicenç Navarro, quien examina a fondo el sistema de salud de su país, uno de los más golpeados por la pandemia:

«La expansión del neoliberalismo ha contribuido a que, desde los años ochenta, el mundo haya visto nada menos que cuatro grandes epidemias (ébola, SARS, MERS y ahora el COVID-19), siendo la aplicación de sus políticas (esto es, la desregulación de los mercados y su mundialización, así como las políticas de austeridad social) uno de los factores que más han contribuido a la expansión de tales enfermedades a los dos lados del Atlántico Norte (lo cual explica que adquirieran gran visibilidad mediática, pues ha habido también otras epidemias que, al no afectar a estos países y haberse limitado y contenido en los países subdesarrollados o en otros continentes, apenas han sido noticia). […] La otra intervención, perjudicial también para el bienestar de las clases populares, ha sido la reducción de servicios fundamentales para garantizar el bienestar de la población como los servicios sanitarios y los de salud pública, así como los servicios del cuarto pilar del bienestar como escuelas de infancia y servicios a las personas dependientes como los ancianos, que son imprescindibles para aminorar el enorme impacto negativo de la epidemia en la calidad de vida de las poblaciones.»

El mismo Navarro cita otros estudios hechos a la velocidad en que se propaga la pandemia: «En el artículo “We need strong public health care to contain the global corona pandemic”, escrito por Wim De Ceukelaire y Chiara Bodini, se señala que la privatización de los servicios que ha tenido lugar en muchos países europeos, como en Italia, junto con los recortes del gasto público sanitario, han dificultado la pronta resolución de la pandemia, convirtiéndose el caso italiano en el mejor ejemplo europeo de colapso del sistema sanitario. Los autores señalan en este aspecto que en “Italia, el país hasta ahora más afectado en Europa, la regionalización de la atención sanitaria –como parte de una política mucho más amplia de desmantelamiento y privatización progresivos del Servicio Nacional de Salud– ha retrasado significativamente la adopción de medidas coherentes para contener la enfermedad y reforzar el sistema sanitario. En la medida en que sus sistemas sanitarios no han sido capaces de coordinar las respuestas colectivas adecuadas, no debe sorprendernos que las medidas tomadas por los Gobiernos europeos se centren en las responsabilidades individuales de la gente. El distanciamiento social se ha transformado en la pieza principal de sus planes de mitigación del COVID-19".» https://mamvas.blogspot.com/2020/03/las-consecuencias-del-neoliberalismo-en.html

El filósofo de origen sudcoreano y radicado en Alemania, Byun Chul-Han, señala aspectos de la pandemia que se nos están quedando fuera del panorama:

«El coronavirus está poniendo a prueba nuestro sistema. Al parecer Asia tiene mejor controlada la pandemia que Europa. En Hong Kong, Taiwán y Singapur hay muy pocos infectados. En Taiwán se registran 108 casos y en Hong Kong 193. En Alemania, por el contrario, tras un período de tiempo mucho más breve hay ya 15.320 casos confirmados, y en España 19.980 (datos del 20 de marzo). También Corea del Sur ha superado ya la peor fase, lo mismo que Japón. Incluso China, el país de origen de la pandemia, la tiene ya bastante controlada. Pero ni en Taiwán ni en Corea se ha decretado la prohibición de salir de casa ni se han cerrado las tiendas y los restaurantes. Entre tanto ha comenzado un éxodo de asiáticos que salen de Europa. Chinos y coreanos quieren regresar a sus países, porque ahí se sienten más seguros. Los precios de los vuelos se han multiplicado. Ya apenas se pueden conseguir billetes de vuelo para China o Corea. […] En comparación con Europa, ¿qué ventajas ofrece el sistema de Asia que resulten eficientes para combatir la pandemia? Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También confían más en el Estado. Y no solo en China, sino también en Corea o en Japón la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa. Sobre todo, para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial enorme para defenderse de la pandemia. Se podría decir que en Asia las epidemias no las combaten solo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en macrodatos. Un cambio de paradigma del que Europa todavía no se ha enterado. Los apologetas de la vigilancia digital proclamarían que el big data salva vidas humanas. […] En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una técnica muy eficiente de reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en el rostro. No es posible escapar de la cámara de vigilancia. Estas cámaras dotadas de inteligencia artificial pueden observar y evaluar a todo ciudadano en los espacios públicos, en las tiendas, en las calles, en las estaciones y en los aeropuertos.
Toda la infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz para contener la epidemia. Cuando alguien sale de la estación de Pekín es captado automáticamente por una cámara que mide su temperatura corporal. Si la temperatura es preocupante todas las personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles. No en vano el sistema sabe quién iba sentado dónde en el tren. […] En Taiwán el Estado envía simultáneamente a todos los ciudadanos un SMS para localizar a las personas que han tenido contacto con infectados o para informar acerca de los lugares y edificios donde ha habido personas contagiadas. Ya en una fase muy temprana, Taiwán empleó una conexión de diversos datos para localizar a posibles infectados en función de los viajes que hubieran hecho. Quien se aproxima en Corea a un edificio en el que ha estado un infectado recibe a través de la 
“Corona-app” una señal de alarma. Todos los lugares donde ha habido infectados están registrados en la aplicación. No se tiene muy en cuenta la protección de datos ni la esfera privada. En todos los edificios de Corea hay instaladas cámaras de vigilancia en cada piso, en cada oficina o en cada tienda. Es prácticamente imposible moverse en espacios públicos sin ser filmado por una cámara de vídeo. Con los datos del teléfono móvil y del material filmado por vídeo se puede crear el perfil de movimiento completo de un infectado. Se publican los movimientos de todos los infectados.» https://mamvas.blogspot.com/2020/03/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de.html

Por un lado, la implementación de políticas privatizadoras que debilitan los sistemas de protección social, por el otro la vigilancia extrema aprovechando los avances tecnológicos y la desaparición de buena parte de la vida privada de cualquier persona. Se antoja poner a trabajar la imaginación para orientar la tecnología en la prevención sin perder libertades tan trabajosamente ganadas, cambiar el modelo económico por disfuncional, corruptor e injusto. Hay otras amenazas, seguramente otras pandemias harán su aparición, ni modo, no somos los únicos habitantes del planeta ni los reyes de la creación.

CUARENTENA ÉTICA


CUARENTENA ÉTICA
Joaquín Córdova Rivas

Tanta corrupción e impunidad infectaron hasta a nuestros opinólogos. De plano se nota que la ética no se desarrolló en un contexto que favorecía el simple pragmatismo, la transa como sinónimo de influencia pública y la ignorancia como máscara de una sabiduría que se quedaba escondida detrás de los panfletos o los boletines oficiales.

Nuestros opinólogos están enseñando el cobre cuando se les atraviesan temas que requieren un tantito de conocimiento social o técnico. No es lo mismo dejarse ganar por la antipatía ideológica o la consigna política que compartir información relevante que le sirva a cualquier ciudadano para tomar decisiones importantes para su vida personal y familiar, ya no se diga en las que tienen que ver con su compromiso o solidaridad social.

Si no sabes mejor pregunta a los que sí saben. Pero si en el remolino informativo los ignorantes se citan entre ellos creyendo que la repetición de falsedades, imprecisiones e intencionales mentiras las justifican, las convierten en verdades que un instante después se derrumban, pues estamos fritos.

Así está pasando con la crisis actual del Covid-19, repentinamente nos vimos rodeados —como célula indefensa ante un ataque de coronavirus— de opiniones sin sustento alguno, incluso minimizando o queriéndole dar lecciones a los que han dedicado su vida al estudio de este tipo de microorganismos, a su forma de propagación, a su mortalidad y a la aplicación de medidas de contención que tienen que ser oportunas y calculadas, no a lo tarugo y de cualquier manera. Vivimos en un mundo tan interconectado que tomar medidas unilaterales, inoportunas y desmedidas afecta a propios y extraños, además de que no resuelve el problema y provoca pánico en lugar de conocimiento.

No tiene nada de malo reconocer que hay temas que nos rebasan, que requerimos ayuda experta para saber y entender, que no se vale dejarse arrastrar por los que creen que la libertad de expresión es la obligación de decir cualquier tontería y exigir que los demás se la crean, porque si no lo hacen están atentando contra nuestra “libertad” o no nos están respetando. Ya lo advertía el semiólogo Umberto Eco:

«Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles.»

Si la sociedad está dispuesta a seguir una cuarentena social para intentar detener la propagación de una enfermedad que se ensañará con los más vulnerables, como casi siempre, los opinólogos irresponsables o que se manejan con su propia agenda convenenciera debieran asumir una cuarentena donde la ética esté por encima de sus intereses particulares. Quizás sea mucho pedir y difícilmente lo harán porque creen que su “prestigio” aguanta cualquier cosa, que tienen una gran cantidad de creyentes y replicadores que, a veces sin saber por qué, se identifican con sus intereses. La única forma en que el ciudadano común y corriente pudiera defenderse de las notas falsas a las que nuestros opinólogos son adictos —fake news—, y a sus juicios condenatorios basados en lo que mal informaron, es con la comparación con fuentes de información confiables, con la diversidad de opiniones, con el ejercicio de un criterio que también se forma y está en desarrollo continuo. Hay que estar seguros que no tenemos un gemelo que sea igualito a lo que queremos, que piense lo mismo, que reaccione como nosotros quisiéramos, pero que también tenemos la opción de dejar de prestar atención y darle credibilidad a necedades.

Parte de la transformación de este país tendrá que pasar por la aparición de fuentes y de formas diferentes de comunicar, confiables, reflexivas y que den tiempo a que los expertos intervengan, que siquiera en temas como este del Convid-19 demuestren que pasaron por la escuela y se les quedó algo, porque los actuales demuestran una ignorancia enciclopédica que confunden con sabiduría.