viernes, 8 de abril de 2011

VIVIR

La violencia recrudece, parece no tener fin y sigue afectando a las partes más vulnerables de una sociedad mayormente impasible, indiferente, abúlica; seguimos pensando que mientras no nos afecte directamente todo se vale, o al menos no hay motivo para movilizarse, qué tal que nos hacemos notar y entonces sí nos pasa lo que no queremos que nos pase. La solidaridad es la primera víctima del temor, este sí inmoviliza rápidamente, para ejercer la otra hay que tener algo más que atole en las venas.

Le toca movilizarse al ciudadano indefenso, al que no tiene más defensa que su actuar cotidiano; los otros afectados, los dueños de comercios incendiados o dañados, cuentan con seguros que reducirán significativamente sus pérdidas.

La situación es a tal punto desastrosa que para “resguardar” física y psicológicamente a nuestros niños y jóvenes se llega a propuestas que parecen lógicas pero son injustas, inefectivas, pero que resultan convincentes porque argumentan la protección sin caer en la cuenta de que victimizan a quienes pretenden dejar exentos de peligro.

Vamos por partes. A la mala calidad educativa se quiere responder con la solución mágica de más horas de clase, como si dejar que los escolapios sufran durante más tiempo con un pésimo profesor con el que no aprenden nada tres horas fuera a resolverse con cero aprendizaje por dos horas más. Miento, sí aprenden algo, aprenden a odiar las matemáticas, la literatura, la química, la ecología, la ética, la biología y cuanta materia se les presente como forzada, simplemente obligatoria, sin relación con su vida cotidiana, desvinculada de un país que se desmorona y una familia que no acierta más que a cometer errores. A la mala influencia de los medios de comunicación, a la manipulación informativa, a la desigualdad galopante, a la violencia que los amenaza en la familia, en el noviazgo, en las calles y plazas públicas, ahora hay que “mantenerlos seguros” dentro de una institución que no está preparada para eso. Como si las escuelas fueran islas seguras en un mar embravecido y lleno de tiburones. Nada más falso.

Miércoles 6 de abril del 2011, las 10:30 horas, página electrónica de El Universal: “Estudiantes de la secundaria número 34 reclamaban que se respeten los horarios de estudio para que no se modifique el ingreso y la salida del plantel. […] Durante la manifestación bloquearon carril lateral de calzada de Tlalpan, en la colonia Miravalle. […] Alumnos portaban cartulinas y hojas con los siguientes mensajes: "Mi mamá sí me quiere. No a las 06:00", "Tengo vida social", "Tengo vida familiar". […] El plantel tiene horario de 07:00 a 16.00 horas, pero se ampliaría dos horas más, de modo que los alumnos saldrían a las 18:00 horas.

Diferente si se practicara una política de “puertas abiertas” de todas las escuelas, que estuvieran preparadas para recibir a cualquier persona de la colonia o comunidad que quisiera aprovechar su infraestructura material y sus recursos humanos. Algunos muy valiosos. No hay que olvidar que en muchos lugares los únicos espacios deportivos, la única biblioteca, las todavía inaccesibles computadoras y el acceso a internet; la posibilidad de disfrutar de un concierto, de ver una exposición de fotografía, de pintura, de escultura; de gozar de una buena película, de asistir a una conferencia con tema importante para la comunidad; de capacitarse para aprovechar los recursos naturales, para ahorrar energía, para aprender a educar a niños y jóvenes, para evitar la discriminación, para promover la tolerancia, el respeto a la diversidad, para construir una cultura democrática, están en la escuela.

Aprovechar los miles de espacios educativos para reconstruir un tejido social desgarrado es una cosa, castigar a niños y jóvenes con más horas obligatorias dentro de ellas porque los adultos hemos fracasado en garantizar un ambiente social propicio para su desarrollo integral y su aprendizaje es otra cosa. Mientras, necesitamos movilizarnos para lograr que las cosas buenas pasen, sacudirnos la modorra, abolir la indiferencia, en resumen: vivir.