viernes, 12 de septiembre de 2014

RANCHO CHICO, INFIERNO GRANDE

Los problemas se acumulan y no alcanzan los recursos y los discursos políticos para resolverlos, cuando eso pasa es que algo anda mal. No, no hay lugar “ideal” para la terminal del Tren de Alta Velocidad (TAV), si se quiere que cumpla con los objetivos sin encarecer el traslado a la misma, sin entorpecer el tráfico de por sí complicado, sin afectar significativamente a los posibles vecinos, sin incrementar innecesariamente el tiempo de los usuarios para llegar y partir de la misma algunos se tendrán que sacrificar. ¿Habría manera de evitar o mitigar lo anterior? Sí, si tuviéramos gobernantes con visión de futuro, no simples administradores de lo que va quedando de una ciudad que añora la tranquilidad perdida hace no mucho, que se asombra de la pérdida acelerada de la calidad de vida, excepto para los que se trasladan en helicópteros o con escoltas que les abren camino. Pasa con los insuficientes drenes para capturar el agua de lluvia que encuentra los cauces naturales invadidos por construcciones indebidamente autorizadas; pasa con el lamentable sistema de transporte público ―ese que pomposamente llaman Red Q― diseñado para exprimir y maltratar al usuario; pasa con la “modernización” de vialidades viejas que a las pocas semanas de reinauguradas muestran sus graves carencias o falta de planeación, diseño y derroche ―como los “distribuidores viales” de 400 millones de pesos o más―; pasa con el nudo vial que se forma casi cualquier día y a cualquier hora para atravesar los Arcos de norte a sur; pasa cuando se permite que sean las “destructoras” constructoras que rajan calles y avenidas a capricho y sin intervención alguna de ingeniería de tránsito, maximizando los problemas sin más pretexto que “puedo, lo hago y me vale” ―como en la tortuosa entrada y subida a Lomas del Marqués y El Campanario; pasa con los anillos viales construidos con curvas con peraltes insuficientes, sin puentes peatonales, con pendientes pronunciadas y de bajada, mal iluminadas y nunca vigiladas que además desembocan en otras ya saturadas ―el fray Junípero Serra es buen ejemplo―; pasa con la carencia de imaginación para prever el crecimiento de una ciudad sujeta a los caprichos de las fraccionadoras, en fin, pasa en cualquier parte de la ciudad y en el momento menos pensado. Y es que a la clase política queretana ya le quedó grande el estado y sus principales núcleos urbanos, porque los problemas se replican en San Juan del Río y hasta en Jalpan. Donde se aplique el mismo modelo de subdesarrollo el resultado es y será el mismo. Se puede presumir lo que de por sí da el contexto sociopolítico de la entidad. Estando en el centro del país las principales autopistas y vías del ferrocarril pasan por aquí, lo que lo hace ideal para el establecimiento de industrias que requieren traer sus insumos y distribuir sus productos, por lo menos por vías terrestres. Es de los estados geográficamente más pequeños ―ocupa el lugar 27 en extensión territorial―, con apenas 18 municipios que se pueden recorrer en poco tiempo, no se compara con los 570 que tiene Oaxaca, tampoco con los 247,460 kilómetros cuadrados de Chihuahua; en población ocupa el lugar 22 con menos de 2 millones de habitantes con la mitad en su capital estatal. No se trata de minimizar al estado, sí de ponerlo en su justa dimensión, ya que considerando los indicadores nacionales parece que crecemos y nos desarrollamos no por la gracia y el talento de la tradicional y cerrada clase política ― “gobierno familiar” se le ha llamado―, y sí por su manejable tamaño e importancia de su ubicación geográfica, sobre lo que no se tuvo ni tiene ninguna influencia. Hace algunos ayeres notamos que una entidad pujante como la queretana no podía seguirse gobernando “como ranchito”, que hacían falta propuestas novedosas que atacaran los problemas antes de que se fueran presentando, que previeran y fueran audaces, que aprovecharan los talentos locales aunque no tuvieran apellidos “ilustres” o fueran no nacidos aquí, porque la “nacencia” nadie la escoge, es uno más de los muchos accidentes que poco vale la pena querer controlar. Pero esa clase política se resiste a renovarse, a perder el control sobre lo que considera su exclusiva propiedad y ve a los demás como extraños que vale despreciar por su acento, por las placas de sus automóviles que invaden las antes pacíficas calles queretanas, que atiborran sus centros comerciales, que les regatean los lugares de estacionamiento en el primer cuadro de las ciudades, que no les creen a sus domesticados medios de comunicación, que traen “costumbres raras” como el querer determinar libremente con quién se casan, que evidencian la falta de planeación y la poca imaginación para construir un estado incluyente y con visión de futuro. Quiérase o no, esté legislado o no, ya estamos en pleno periodo preelectoral y los nombres que aparecen son los mismos de siempre, con las frases huecas de siempre, con el complejo de superioridad de siempre. Se necesitan propuestas de desarrollo bien fundamentadas, que metan en orden a los intereses enquistados que son tradicionalmente conservadores porque particularmente les conviene, que integren a todos los talentos vengan de donde vengan, que no sean “amablemente” discriminadores y excluyentes. Urge una renovación de la clase política estatal porque “el ranchito” ya les creció.