viernes, 22 de septiembre de 2017

LA MANCHA Y LA PUREZA

Joaquín Córdova Rivas Estamos obsesionados con el orden, con inculcar una disciplina que forje al carácter, con educar para imponer principios y virtudes que niegan parte de nuestra naturaleza, con encontrar lo simple en medio del caos que nos rodea. Pero la realidad parece que no es así, que no se domestica a nuestro deseos y afanes de sobrevivencia, que la complejidad está por encima de nuestro entendimiento, que lo simple es una ilusión pasajera. Diferenciar el bien del mal puede que no sea tan fácil como parece, aunque llevemos milenios intentándolo; desde diferentes aproximaciones tratamos de convencernos de que lo que es, y lo que debe ser, puede ser separado sin trauma alguno. Pero no todo es como queremos hacerlo parecer. En una provocadora reseña de Fernando García Ramírez se focaliza el origen del problema: «Desde su panóptico, Hans Magnus Enzensberger observa todo. Se pregunta por las cosas de las que no solemos ocuparnos. Entre ellas, la mancha. “¿Por qué los filósofos han omitido el problema de la mancha?” Basta con que dejemos algo a la intemperie para que se manche. Salimos de casa limpios por la mañana y por la tarde regresamos cubiertos de manchas. Salimos de la juventud impoluta al mundo, y la vejez nos va imponiendo manchas en el rostro y en las manos. ¿De dónde salieron? La realidad ensucia. El tiempo mancha. Hacemos todo lo posible para quitárnoslas, pero es inútil. Gastamos mucho dinero y esfuerzo en tratar de borrar las manchas de la ropa, en limpiar el cuerpo con jabones y afeites; en trapear el piso y fregar los trastos, en lavar el carro y barrer las calles. Todo esto es muy extraño porque en la naturaleza no existe la pureza. “La normalidad –señala Enzensberger– significa mezcla, desorden, desbarajuste, polución, cohabitación, metabolismo, mixtura.” Y sin embargo, en vano limpiamos, tallamos, pulimos sin cesar: puntual, la mancha reaparece siempre. En el mundo se emplean al año veintidós millones de toneladas de detergentes. Nuestro afán permanente de limpieza ensucia el mundo. Esas toneladas de limpiadores terminan en el mar. No nos importa. No nos damos cuenta, como apuntó Philip Roth en su novela, de que la mancha es humana. Como Lady Macbeth, nos lavamos interminablemente las manos porque no soportamos las manchas de sangre, en nuestro caso, de los animales que nos comemos, de la grasa con la que los freímos, de la mierda que nos limpiamos.» Fernando García Ramírez 16 Julio 2017 http://www.letraslibres.com/mexico/revista/la-dificultad-explicar-lo-normal Paro hay de manchas a manchas. Exhibimos la corrupción y a los corruptos, cuando se descuidan y se quedan sin parte de la protección que los multiplica, creemos que eso será suficiente como represalia y castigo, desnudamos esa mancha que afea su humanidad y la sometemos al escarnio público, pero si el filósofo alemán tiene razón, quizás nos identifiquemos con el corrupto, secretamente lo justifiquemos —“está mal pero yo habría hecho lo mismo”, “el que esté libre de corrupción que tire el primer fajo de billetes”—, y en el extremo, hasta lleguemos a envidiarlo. «Lavamos y limpiamos porque, como ningún otro ser en el planeta, aspiramos a la pureza. A vivir sin mácula. Para eso sirve la religión, para lavar el pecado a través de la confesión, comunión, expiación, sacrificio. Para eso sirven las leyes: para mostrarnos qué mancha y qué no. El problema con la obsesión de limpieza, más allá de la contaminación que genera, se da cuando “trasciende el ámbito privado y se convierte en la idea fija de un colectivo”. El afán de limpieza colectiva señala y condena al que le parece sucio, manchado, oscuro, pecador, de sangre impura. “Es en la limpieza de justificaciones éticas o ideológicas donde el lavado obsesivo muda en genocidio”, sentencia y advierte el pensador alemán.» Claro que no hablamos de esas manchas que discriminan al que nos parece extraño a nosotros, por el miedo de reconocernos en él. Hablamos de los malos, los que atentan contra un orden que suponemos sirve para reforzar nuestra pacífica y equitativa convivencia. Sabemos que, si alguien abusa de un poder que no le es propio, atenta de alguna manera contra todos. Ese que se mancha voluntariamente, que se mete en el fangal moral o ético puede salpicarnos a todos, más si nos percatamos que los límites de la pocilga no están tan definidos como creemos. Con todas nuestras dudas, con las manchas que aparecen sin cesar ni dar tregua a nuestros afanes de pureza, sin negar lo que somos y aspirando a lo que podemos ser, vale la pena señalar y castigar a los que ensucian esta humanidad eternamente incompleta. «El mundo es una mancha, sí. El caos siempre vence, las dudas son interminables, los sistemas complejos son imprevisibles, los engranajes nunca son perfectos porque los perturba la gente, ningún pueblo es el elegido de Dios, los ideales de la Ilustración han perdido su razón de ser. Todo esto es cierto, pero estamos aquí y hay que disfrutarlo. “La verdad debe ser buscada por todos”, dice Enzensberger.»

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