AÑO
UNO
Joaquín
Córdova Rivas
Los
retos han sido muchos. El contexto político no auguraba nada bueno, demasiados
compromisos amarrados con las cúpulas de los partidos tradicionales que
implicaban vergonzantes apoyos mutuos. Para algunos poderosos era impensable
perder la titularidad del gobierno federal y se embarcaron em proyectos transexenales
con todas las ventajas habidas y malhabidas. Se acostumbraron a lo fácil sin
detenerse a considerar a los que acabarían pagando sus excesos. Ahora algunos
estorban lo más que pueden.
El
primer reto se supera, llegar al primer informe de gobierno era igual de
azaroso que ganar y se reconociera el triunfo, pero es que el límite no
aguantaba una estirada más sin que se desfondara el país. Había que entregar
resultados lo más pronto posible, algunos simbólicos y otros encaminados a
concretarse. Estirar la mano en plan conciliador y después cerrar el puño si no
había respuesta o esta era abiertamente retadora, impertinente, cínica.
Hubo
que corregir, algunas propuestas se quedaron sin asidero en la realidad, no
había y todavía está en construcción una fuerza policial federal confiable ante
la corrupción generalizada en los estados y municipios. Hubo que negociar y
presionar con titulares de instituciones que se resisten a perder sus
privilegios y actuar por consigna. Hubo que comenzar a romper inercias que se
adquieren fácilmente y se desarraigan en lapsos desesperadamente largos.
La
protección o complicidad de algunos grupos del crimen organizado con instancias
federales quedó mocha, en el aire, sin acuerdos que se cumplieran y se desató
la violencia. Es su forma de presionar para seguir operando con impunidad y
ganancia máxima, pero hasta en eso hay cambios propios de la dinámica
delictiva. Los estupefacientes que antes eran demandados son sustituidos por
otros más baratos y letales, para colmo fuera del control productivo y
distributivo de los grupos tradicionales. Sus bases sociales pierden la
cohesión de la complicidad piramidal cuando se plantea la posibilidad de
reintegración o la consideración de atenuantes por coerción o violencia para
realizar trabajo en contra de la voluntad de los agraviados. No todos son
iguales ni merecen ser castigados igual.
Antes
se destapaban casos de corrupción y no pasaba nada. ¿Desde cuando sabíamos de
los fraudes comprando chatarra a empresas privadas como si fueran instalaciones
operativas y en buenas condiciones? O de los manejos sospechosos en entidades
financieras que de un día para otro cambiaban de cooperativas a tener dueños
privados. O del huachicoleo y las redes de gasolineras que se beneficiaban del
mismo o de los litros de muchos mililitros menos. Sabíamos del manejo faccioso del
dinero público para pagar comentaristas noticiosos, para maquillar una realidad
que a nivel de calle muestra su rostro más perverso, para normalizar la
impunidad —es un robo pero es legal, es un abuso pero es legal—, los continuos
llamados a respetar un estado de derecho que no podía estar más chueco, como si
las leyes y reglamentos no estuvieran diseñados para “legalizar” y atenuar los
delitos graves y castigar, hasta la fabricación de culpables, los delitos
comunes. Se trataba de crear un ambiente de terror para inhibir las protestas,
para evitar las denuncias, para que el ciudadano se conformara con que no le
pasara algo peor.
La
revictimización se puso en boga. Las mujeres se descubrieron culpables de
ejercer las libertades que los machos tienen aseguradas: te pasó eso por andar
fuera de tu casa a altas horas de la noche, por no andar acompañada de hombre
que te cuide, por vestir provocadoramente, por descuidada, por no pedir ayuda
aunque tuvieras un cuchillo en la garganta o el cañón de una pistola en la nuca,
por andar tomando, por confiada. Si fuiste víctima de un robo: es que andabas exhibiendo
tus pobrezas, es que te descuidaste, es que antes no te pasó algo peor. A veces
hasta te piden agradecer que quien te robó el radio del auto, o la batería, o
sacara lo poco de valor que llevabas fuera alguien “con experiencia”, que no
dañó más de lo necesario, que no destrozó el tablero, que no rompió más de un
cristal de la ventana más chiquita.
Y
los abusos fueron instalándose en la cotidianidad aprovechando el creciente e
intencional vacío de autoridad, nos molestamos y atacamos a nosotros mismos en
lugar de cuestionar y organizarnos para acabar con los abusos que sí nos
afectan a todos. Como que las venganzas chiquitas eran suficientes para
reforzar una autoestima y seguridad muy disminuidas por las corruptelas impunes
de los “peces gordos”, tan gordos que podían romper la red de cualquier intento
por atraparlos, y hasta lo presumían en las redes sociales.
Año
uno que no corresponde estrictamente con los 365 días de ejercicio del poder,
año mocho al que le faltan 3 meses, pero al menos se perfilan cambios que
pueden ser convenientes y duraderos, que ya se necesitaban. Estamos en el
pantanoso pasado que se niega a desaparecer y lo nuevo que tarda en
consolidarse. Ni siquiera las formas tradicionales, propias de este capitalismo
devastador son aptas para medir los cambios en la dinámica social y económica
cotidiana. El contexto planetario tampoco es halagüeño, ya no se puede “crecer”
como antes a riesgo de acelerar la espiral apocalíptica, como nunca sentimos
que si no desaceleramos nuestro consumo nos acabamos lo poco que queda para
sobrevivir como especie, tendremos que irnos acostumbrando a disfrutar de la
vida en una equidad moderada, sin los excesos propios de una especie
irresponsable, buscar en la ética el uso responsable de la tecnología, mirar a
los otros y mirarnos en ellos sin permitir abusos como los que estábamos y
seguimos padeciendo. Año uno del resto de nuestras vidas.
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