domingo, 20 de mayo de 2018

CONVOCATORIAS PERVERSAS

Joaquín Córdova Rivas En el vendaval de violencia que sacude al país y nos empantana en el horror cotidiano es difícil encontrar consuelo o algún asomo de solución. Seguramente el saqueo de dos supermercados en Chilapa Guerrero se perderá entre las notas de los medios que no atinan a jerarquizar la cotidiana inseguridad, pero se puede tomar como muestra de lo que no funciona en este país. ¿Qué hubiera pasado si a la convocatorio del crimen organizado al saqueo, la población no hubiera acudido? ¿Qué hubiera pasado si los liderazgos sociales, éticos, religiosos, políticos y hasta empresariales hubieran llamado a la no violencia, al respeto de una normalidad necesaria para convivir pacíficamente, y hubieran sido escuchados? Ninguna de esas cosas sucedió, pero sí el saqueo, sí se evidenció la falta de esos liderazgos, la carencia de una suma de voluntades que le quitara base social al crimen, que lo evidenciara frente al repudio popular, que lo desnudara ilegal, abusivo y detestable. Se supone que los partidos políticos suman voluntades, propuestas, planes, identifican el interés general y promueven la organización para lograrlo. Cada uno a su modo, cada uno con sus prioridades y ritmos, cada uno con sus siglas y colores, pero todos coincidiendo en atraer, por la buena, a los ciudadanos para construir modos de vida en equidad de oportunidades, en la diversidad, en el acuerdo pacífico. Pero la kakistocracia —partidocracia le llaman algunos— actual, con su cauda de corrupciones e impunidades, ha renunciado a esos fines y se ha vuelto cómplice, por omisión o comisión, de esa delincuencia que todo atrapa y descompone. También se supone que los líderes religiosos cumplen, en algo, con ese papel. Que son guía de personas que se identifican con preceptos que se supone ampliamente aceptados, que promueven un comportamiento apegado a los mismos. Debe ser frustrante encontrar que sus feligreses, al menor llamado a desoír sus prédicas, se comporten como una turba descontrolada que roba o destruye lo que encuentra a su paso. Del resto de los liderazgos mejor ni hablar, o no existen, o solo sirven para posar en las páginas de sociales presumiendo de la importancia social que se adjudican y no tienen. Por eso urge una transformación política y social, con líderes que concentren voluntades y acciones, que se sientan obligados a responderle a los ciudadanos que los apoyen, que tengan la base social suficiente para ir pacificando al país desapareciendo corrupciones e impunidades. Que establezcan reglas claras para que convenga más, a todos, portarse bien que portarse mal. No es un llamado al caudillismo, sí a la creación ciudadana de dirigentes que respondan a los intereses mayoritarios, que sean respetados porque tienen una base social que los impulsa y protege, pero que también exige rendición de cuentas y un comportamiento ético. ¿Qué o quién impide que se convoque a saquear domicilios particulares, oficinas públicas, centros comerciales, gasolineras, iglesias o lo que sea, y que nos convirtamos en parte de una multitud que no piensa ni mide consecuencias?, ¿dónde están las instituciones que cobijen a quienes presenten resistencia al crimen organizado? Parece que solo los presuntos convocados a delinquir podríamos hacerlo, ni la policía, ni el ejército, son ni serán suficientes. Solo el apego de todos, hasta de los que se asumen como poderosos económicamente, a reglas básicas de convivencia y a la organización ciudadana que las promueva y pueda hacerlas respetar, evitarán la barbarie colectiva. Ni modo. Las efemérides sufrieron el embate de los temas actuales y urgentes. Tocaba hablar de la mitad de los niños mexicanos que viven en la pobreza junto con sus familias, buen caldo de cultivo para esa incontrolada delincuencia. Tocaba escribir sobre la pérdida de derechos laborales, del raquítico poder adquisitivo del salario, del trabajo informal, del subempleo de las protegidas outsourcing, de las desigualdades sociales y de la destrucción de los mecanismos efectivos de reparto de la riqueza producida por todos y que se quedan en pocas manos. Tocaba hablar de los miles de jóvenes que no tienen acceso a la educación superior porque es época de exámenes de admisión en las universidades públicas y no hay lugares suficientes. Tocaba escribir sobre la cancelación de becas de CONACYT a los estudiantes de maestría y doctorado, que requieren dedicarse de tiempo completo a sacar sus posgrados, en algunas universidades públicas. De la falta de resultados de la evaluación docente del año pasado porque no hay dinero para completar el proceso, para pagarles a los evaluadores, para cumplir con los estímulos a los profesores que lograron mostrar un buen desempeño. Pero lo sucedido en Chilapa Guerrero había que escribirlo, porque se puede generalizar, porque muestra el filo de la navaja en que estamos sentados.

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