lunes, 20 de marzo de 2017

AHORITITA

Joaquín Córdova Rivas En teoría todo funciona bien bonito, cada pieza encaja en su lugar y enciende al primer intento. Nada de que falta un resorte o se perdió una goma, tampoco sobran como insinuando que algo quedó mal armado. Suena bien, no vibra en exceso y tampoco se calienta. El lubricante es adecuado e impide el desgaste excesivo. La maquinaria fascina con su precisión aunque no sepamos para qué sirve. Así está nuestro sistema electoral, parece que funciona, pero no tenemos la certeza de si hace lo que debe de hacer o solo es otro aparatote más que nos distrae mientras que el real opera sin que la ciudadanía lo controle. Hace muchos años, tantos que no encuentro el archivo, me aventé la osadía de proponer la posibilidad de romper el monopolio de los partidos políticos sobre la representación política ciudadana, en específico, que pudieran existir los candidatos independientes, que haciendo realidad el principio de que cualquiera que cumpliera con requisitos mínimos —mayoría de edad, modo honesto de vivir, una plataforma electoral—, pudiera registrarse sin la necesidad de que la cúpula de algún partido tuviera que hacer el obligado trámite, con todos los impedimentos internos que eso implicaba. Se trataba de romper, aunque fuera en teoría, con el círculo perverso de la partidocracia. La propuesta no fue bien recibida, el primer obstáculo fueron los supuestos “consejeros ciudadanos” del IEQ, algunos de los cuales rechazaron desde el principio su hipotética representatividad, asumiéndose como escuderos de los partidos políticos que los habían propuesto, aunque no tuvieran esa intención. Trepados en el dogma de que nada debe atentar contra el sistema de partidos políticos, se olvidaron que en otros países, quizás más democráticos o con mayor experiencia en el tema, un ciudadano, por su propio derecho, tiene la facultad de registrarse como candidato al puesto que le parezca más adecuado a sus alcances, y después, los partidos políticos los respaldan y toman como propios. Obvio decir, que quienes ya registrados no conseguían apoyo alguno cancelaban su registro, o se atenían a la reglamentación respectiva posterior a ese momento, o de plano se exponían a la vergüenza de no recibir la votación que su ego esperaba. Pero los partidos no tienen la facultad exclusiva para registrar candidatos, lo que los podía volver más sensibles al sentir popular a la hora de apoyar a alguien, vamos, no tenían el poder de veto que los partidos políticos mexicanos tienen en los hechos y que los ha convertido en cúpulas insensibles, convenencieras y corruptas. ¿A qué viene este rollo? A que el ambiente electoral para el 2018 se está calentando desde ahorita. Por una parte, los precandidatos presidenciales están construyendo su propia narrativa para ganar la simpatía de los votantes potenciales. López Obrador y MORENA con su “triunfo inevitable” dado el desprestigio del resto de los partidos políticos atascados en sus corruptelas, los panistas jugando a las vencidas internas —“nos extrañan como a los Obama”—, los tricolores que titubean con sus propuestas —“¿ustedes qué hubieran hecho?”— dado el miserable porcentaje de aceptación que arrastran, los neozapatistas y sus ambigüedades con su probable candidata indígena y, por último —hasta el momento— esa coalición de intelectuales y ONG’s —autollamados iniciativa AHORA—, que decidieron presentar como propuesta ciudadana a Emilio Álvarez Icaza, exdirector de CENCOS, expresidente de la Comisión de Derechos Humanos del D.F., exsecretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y otras cosas más que lo han mantenido con cierta presencia pública, y que busca capitalizar los reacomodos convenencieros de políticos tradicionales que están adoptando otras fuerzas políticas, como MORENA, con el desprestigio y desconfianza que eso implica. Pareciera un encuentro de lucha libre entre pragmáticos —los rudos—, contra los que enarbolan los principios y la práctica de la anticorrupción y la anti impunidad—los técnicos—. Con un réferi que busca el protagonismo y no propiciar un combate equitativo, y un público que prefiere ver sangre y volar butacas, que las exquisiteces de las llaves paralizadoras o los buenos relevos. Por lo pronto AHORA, que algunos identifican con la versión 2.0 de Alianza Cívica, tiene cobija que jalar por la dilatada campaña electoral que oficialmente no inicia, pero ya está aquí. El discurso anticorrupción y por una ética política totalmente ausente en la actualidad será su mayor activo, aunque, como ya sabemos, los intelectuales no pesan en las definiciones electorales en este país de iletrados. Quizás sea hora de ir tomando alguna definición, como dice Sergio Aguayo —diario Reforma del primero de marzo de este año—: “Colaboraré, por tanto, desde la independencia y presidiré el Comité de Ética Pública y Anticorrupción de Ahora que tendrá una integración y una vida autónoma. La tarea de este Comité será frenar el acceso y evitar la permanencia de los corruptos y garantizar que el movimiento se apegue a los principios de transparencia y rendición de cuentas […] En el México acosado por la violencia, la corrupción, la desigualdad y el gobierno de Trump es saludable el regreso de los cívicos como una organización nacional sustentada en luchas locales. Podría ser un espacio atractivo para quienes no encuentran cabida en las opciones existentes y desean zarandear una alternancia que no está funcionando. El paso está dado; que la historia ponga a cada cual en el lugar que le corresponda.”

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