lunes, 3 de octubre de 2016

HACEN FALTA HOMBRES BUENOS

Joaquín Córdova Rivas Los derechos son de todos o no son de nadie. Como pocas veces en la historia de esta sufrida humanidad se han logrado reconocer derechos que antes no se tenían, lo que demuestra que las luchas sociales no han sido en vano. Pero siempre hay algunos que se creen superiores y con prerrogativas que los demás no deben tener, los privilegiados sienten que lo son cuando el resto queda marginado. ¿Cómo argumentar con quien renuncia a los argumentos? ¿Cómo razonar con quien renuncia a la razón? Entre más falsa es una verdad más inamovible se vuelve, porque depende de la fe ciega, de la abdicación del propio criterio, de la derrota de cualquier tipo de duda. Y si algo nos vuelve humanos es dudar. Hombres Buenos es una novela de Arturo Pérez Reverte, aunque esté plagada de datos históricos es un intento de acercarse para reflexionar, es la recreación de la aventura por conseguir los 28 volúmenes de una obra prohibida por la iglesia católica, aunque en el acta correspondiente se haya tenido que escribir: «Reunido en su sede de la Casa del Tesoro y obtenidos los necesarios permisos del Rey Nuestro Señor y de la Autoridad Eclesiástica, el Pleno de la Real Academia Española aprueba por mayoría designar entre los señores académicos a dos hombres buenos que, provistos de los correspondientes viáticos para transporte y subsistencia, viajen a París para adquirir la obra completa conocida como Enciclopédie, ou dictionnarie raisonné des sciences, des arts et des métiers, y la traigan a la Academia para que, en su biblioteca, quede en disposición de libre consulta y lectura para los miembros de número de esta institución.» En el relato queda claro que invocar el permiso de la “autoridad eclesiástica” es, en este caso, un forzado formulismo; en realidad fue de las pocas ocasiones en que el rey Carlos III pudo imponer su autoridad civil frente a otro poder, religioso, celoso de conservar sus cuantiosos privilegios. El silencio no es una opción, el creer que solo la comunidad LGBTI debe defender la vigencia del artículo cuarto de nuestra Constitución es una falsa salida. Los derechos adquieren plena vigencia cuando abarcan hasta a las minorías, y todos, sin excepción, formamos parte de alguna. «El desafío al Estado laico se agudiza. El alto clero sustenta que el matrimonio entre personas del mismo sexo contraviene al dogma. Las iglesias tienen derecho a definir sus propias verdades pero no a auspiciar de manera pública y sistemática prejuicios discriminatorios. Es del dominio público que la jerarquía eclesiástica católica ha promovido el rechazo social de los derechos humanos de la población LGBTI. Incitar a la discriminación no es ejercer el derecho de expresión ni el de libertad religiosa. En tiempos que ya parecían superados el alto clero repudió el ordenamiento constitucional mexicano. Las constituciones de 1857 y de 1917 fueron declaradas nulas por el papado. Ahora la jerarquía eclesiástica auspicia el desconocimiento de los derechos que la Constitución otorga en materia de libertad sexual y de no discriminación.» Diego Valadés, Estado Laico en peligro. Reforma 13 de septiembre del 2016. Según la polémica va decantándose, queda claro que la indiferencia no puede ser la respuesta al intento de una parte de la sociedad por negarle derechos a otra. Estamos viendo un debate envenenado, en lugar de convocar a la solidaridad para defender todos los derechos de todos, algunos quieren ejercer derechos negándoselos a los demás. Incluso Carlos Loret de Mola pone sobre la mesa el papel de la supuesta objetividad y equilibrio del periodismo en el tratamiento de este tema, en su columna de El Universal del 13 de septiembre del 2016 titulada “Lo que perturbó mi fin de semana”, con la llamada: “El que se está dando ahora no es un debate como cualquier otro. Estamos frente a la propuesta de retirar derechos a un sector específico de la población”, acierta, al igual que muchos otros, en que se trata de negar derechos que ya están reconocidos en la Constitución, que ya fueron revisados por la Suprema Corte de Justicia y que estamos, en realidad, frente a un intento embozado e hipócrita de políticos y empresarios, junto con los infaltables dirigentes religiosos, de impedir el avance en la garantía y disfrute de derechos humanos. Celebramos un proceso histórico independentista sin traer a la memoria la coyuntura que lo hizo posible. España estaba invadida por las tropas francesas de Napoleón III, su flota, otrora dominante en buena parte del mundo, señaladamente la actual América Latina, exceptuando Brasil y algunas islas, estaba destruida y el flujo de cuantiosos recursos provenientes de sus colonias estaba bloqueado. Aun así, el pueblo español insistía en resistir y seguir legislando, las llamadas Cortes de Cádiz avanzaban en la posibilidad de separar al Estado de la Iglesia, quitarle parte de sus innumerables privilegios, eso no convenía a la jerarquía eclesial colonial, acostumbrada a los abusos cotidianos sobre una población y territorios sometidos a una explotación brutal. Como sea, la resistencia ante movimientos emancipadores que se desarrollaron en el subcontinente de 1810 en adelante, no contó con la participación de una jerarquía que esperaba continuar ejerciendo un poder que presumían celestial, pero que en la realidad era inmisericordemente terrenal. «Las ideas y las prácticas diversas anteceden a las leyes que las reconocen. La diversificación social y moral se va internalizando paulatinamente en las conciencias de la ciudadanía. La diversidad que desata fobias en sectores que anhelan la uniformidad valorativa difícilmente puede ser desarraigada, a menos que se recurra a la violencia y la persecución sistemáticas. Incluso así, las conductas fieramente perseguidas permanecen y se reproducen, como ha quedado demostrado en regímenes totalitarios o controladores de las conductas públicas y privadas de sus ciudadanos. Para ser acompañados en su operación de apedreamiento simbólico, la élite clerical católica, y temporales compañeros de ruta, construyen cuidadosamente una imagen monstruosa de sus enemigos. Los presentan como depredadores de familias unidas y felices, causantes de la debacle moral y ruina del país. Así acallan su conciencia, que ha permanecido muda ante los abusos continuos consumados en terrenos de la institución eclesiástica que pretende ser juez de todos y juzgada por nadie.» La piedra y la mano. Carlos Martínez García. La Jornada 14 de septiembre del 2016. En fin, hacen falta “hombres buenos” para encarrilar la discusión, no podemos quedarnos callados frente a quienes enarbolan la intolerancia para retroceder en derechos humanos que no son concesiones graciosas de unos cuantos “poderosos piadosos”, sino verdaderas conquistas sociales que han costado vidas y atrocidades cotidianas. Es por todos, hasta por los que insisten en negar a los demás.

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