SOLITARIOS
Joaquín
Córdova Rivas
Están
por todos lados, quizás somos parte de ellos. No, no es una película
catastrófica de terror, no son los zombis casi indestructibles que nos quieren
devorar, tampoco los extraterrestres que nos dominan y nos hacen trabajar para
ellos hasta agotar los recursos del planeta. Son los solitarios, los que
creyendo hacer uso de una libertad ilimitada cayeron en la esclavitud personal,
en el individualismo que, supuestamente, les permitiría hacerse de los satisfactores
necesarios y hasta superfluos para mantener a flote y disfrutar de su familia.
Son
los chavos que no le ven caso a estudiar la secundaria o la prepa, menos una
carrera, que a pesar de estar hiperconectados se sienten y están solos porque
en sus casas, en sus desintegradas familias nadie los extraña o siquiera nota
su presencia, son los que viven procesos de separación de sus padres, la
violencia y el abuso intrafamiliar, las adicciones como simple escape de
situaciones inentendibles e insufribles, son quienes padecen los cambios de
domicilio o el abandono familiar como una manera de que los adultos que los
rodean no encaren los problemas de desempleo, de inseguridad, de falta de
oportunidades, de discriminación con cualquier pretexto, de salarios miserables.
Son,
somos, los profesionistas que aprovechamos la coyuntura del auge de las
carreras técnicas, los que atrajeron las empresas trasnacionales hace más de 20
años y que ahora comienzan a abandonar porque en un mercado de trabajo
neoliberal ya estamos viejos y cobramos mucho, con el riesgo de seguir
desarrollando enfermedades crónicas propias de la competencia descarnada y
deshumanizada de este tipo de empleos, además, el dios neoliberal no lo quiera,
cercanos a una jubilación que ninguna empresa quiere pagar. De nada valieron los
periodos vacacionales que se sacrificaron para quedar bien con los jefes, los
fines de semana mochos porque nuestra presencia era requerida en una de las
muchas urgencias laborales reales o ficticias. De esos trabajos en que se sabe
la hora de entrada, pero no la de salida, y, aun así, trabajando en casa, en la
oficina foránea, en el restaurante con la computadora y el celular como presencias
imprescindibles, para estar disponibles en cualquier momento y lugar.
Somos
los que, de la noche a la mañana nos descubrimos despojados de cualquier certeza
laboral, los liquidados por cualquier bicoca por ser personal de “confianza”,
los que tenemos que prescindir de las cuentas de gastos, del auto de la
empresa, de los bonos casi millonarios, de los seguros de gastos médicos
mayores. Y nos descubrimos indefensos, sin ahorros porque el futuro parecía
estar asegurado, sin automóvil propio porque no era necesario, sin seguro
social, sin acceso a los diferentes mecanismos de protección social porque
éramos los privilegiados. Y, al final, sin familia, porque dedicamos tanto
tiempo y esfuerzo al trabajo, a la empresa, que descuidamos lo que más
queríamos cuidar.
Todos
tenemos en común la soledad de sentirnos fracasados, no alcanzamos a ver que si
es una situación generalizada, que si hay muchos en nuestro mismo caso entonces
es un fallo del sistema, de ese sistema que quiere que nos culpemos y que en el
colmo de la desesperación atentemos contra nuestra vida antes de pretender
organizarnos y construir demandas colectivas.
Contra
lo que se piensa, el 75 por ciento de los suicidios se producen en países de
bajos o medianos ingresos, aunque la manipulación informativa nos quiere hacer
creer que es en los países con mayor protección social —que porque se aburren,
que porque ya no hay porqué luchar, que porque ya lo tienen todo—. Según la
Organización Mundial de la Salud cada 40 segundos una persona muere por la
falta de voluntad para vivir —suicidio—, más de 800 mil personas se suicidan
cada año en este sufrido mundo, y es la segunda causa de defunción entre la
población de 15 a 29 años. Hasta en este Querétaro conventual nos enteramos de
los intentos fallidos o exitosos por quitarse la vida.
¿Cómo
llegamos a eso? El filósofo Byung-Chul-Han cree que el sistema capitalista
actual nos ha hecho creer que somos libres para desplegar todos nuestros conocimientos,
esfuerzos y aptitudes para beneficio individual, que depender de un puesto en
una empresa es una mera formalidad porque nos sentimos indispensables, porque
trabajamos más de lo que nos piden, porque sacrificamos hasta lo que más
queremos en aras de ganar una competencia que carece de sentido. Nos construimos
como esclavos de nosotros mismos. No necesitamos que nos presionen, que nos
expriman, que nos exploten, nosotros lo hacemos voluntariamente y sin medida.
«El
sujeto del rendimiento, que se pretende libre, es en realidad un esclavo, es un
esclavo absoluto, en la medida en que sin amo alguno se explota a sí
mismo de forma voluntaria. No tiene frente a sí un amo que lo obligue a
trabajar. El sujeto del rendimiento absolutiza la mera vida y trabaja.»
Hasta
que nos cae la guillotina del desempleo inesperado no caemos en cuenta de que
somos prescindibles, que nuestros afanes no importaron al momento de hacer las
cuentas para que alguien se ahorre una lana a futuro, que las empresas y los
empresarios de alto nivel se deshumanizan y se esconden detrás de las cifras,
de las estadísticas de rendimiento, sus empleados se vuelven invisibles e
inservibles según se van haciendo viejos. Hasta que les pasa a ellos.
Nos
creemos solos y que merecemos morir tempranamente y en soledad, sin percatarnos
que somos víctimas de circunstancias que rebasan lo personal, que todavía
podemos construir comunidad, que podemos vivir disfrutando sin sentirnos
culpables de que nuestros esfuerzos parezcan inútiles, que no es en vano
seguirnos preparando para aprovechar las oportunidades, que hasta para ser
feliz hay que aprender a serlo, porque, regresando con la Psicopolítica de Byung-Chul-Han:
«...
ser libre significa estar entre amigos. “Libertad” y “amigo”
tienen en al indoeuropeo la misma raíz. La libertad es, fundamentalmente, una
palabra relacional. Uno se siente libre solo en una relación lograda, en
una coexistencia satisfactoria. El aislamiento total al que nos conduce el
régimen liberal no nos hace realmente libres.»
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