sábado, 23 de noviembre de 2019

SOLITARIOS


SOLITARIOS
Joaquín Córdova Rivas

Están por todos lados, quizás somos parte de ellos. No, no es una película catastrófica de terror, no son los zombis casi indestructibles que nos quieren devorar, tampoco los extraterrestres que nos dominan y nos hacen trabajar para ellos hasta agotar los recursos del planeta. Son los solitarios, los que creyendo hacer uso de una libertad ilimitada cayeron en la esclavitud personal, en el individualismo que, supuestamente, les permitiría hacerse de los satisfactores necesarios y hasta superfluos para mantener a flote y disfrutar de su familia.

Son los chavos que no le ven caso a estudiar la secundaria o la prepa, menos una carrera, que a pesar de estar hiperconectados se sienten y están solos porque en sus casas, en sus desintegradas familias nadie los extraña o siquiera nota su presencia, son los que viven procesos de separación de sus padres, la violencia y el abuso intrafamiliar, las adicciones como simple escape de situaciones inentendibles e insufribles, son quienes padecen los cambios de domicilio o el abandono familiar como una manera de que los adultos que los rodean no encaren los problemas de desempleo, de inseguridad, de falta de oportunidades, de discriminación con cualquier pretexto, de salarios miserables.

Son, somos, los profesionistas que aprovechamos la coyuntura del auge de las carreras técnicas, los que atrajeron las empresas trasnacionales hace más de 20 años y que ahora comienzan a abandonar porque en un mercado de trabajo neoliberal ya estamos viejos y cobramos mucho, con el riesgo de seguir desarrollando enfermedades crónicas propias de la competencia descarnada y deshumanizada de este tipo de empleos, además, el dios neoliberal no lo quiera, cercanos a una jubilación que ninguna empresa quiere pagar. De nada valieron los periodos vacacionales que se sacrificaron para quedar bien con los jefes, los fines de semana mochos porque nuestra presencia era requerida en una de las muchas urgencias laborales reales o ficticias. De esos trabajos en que se sabe la hora de entrada, pero no la de salida, y, aun así, trabajando en casa, en la oficina foránea, en el restaurante con la computadora y el celular como presencias imprescindibles, para estar disponibles en cualquier momento y lugar.

Somos los que, de la noche a la mañana nos descubrimos despojados de cualquier certeza laboral, los liquidados por cualquier bicoca por ser personal de “confianza”, los que tenemos que prescindir de las cuentas de gastos, del auto de la empresa, de los bonos casi millonarios, de los seguros de gastos médicos mayores. Y nos descubrimos indefensos, sin ahorros porque el futuro parecía estar asegurado, sin automóvil propio porque no era necesario, sin seguro social, sin acceso a los diferentes mecanismos de protección social porque éramos los privilegiados. Y, al final, sin familia, porque dedicamos tanto tiempo y esfuerzo al trabajo, a la empresa, que descuidamos lo que más queríamos cuidar.

Todos tenemos en común la soledad de sentirnos fracasados, no alcanzamos a ver que si es una situación generalizada, que si hay muchos en nuestro mismo caso entonces es un fallo del sistema, de ese sistema que quiere que nos culpemos y que en el colmo de la desesperación atentemos contra nuestra vida antes de pretender organizarnos y construir demandas colectivas.

Contra lo que se piensa, el 75 por ciento de los suicidios se producen en países de bajos o medianos ingresos, aunque la manipulación informativa nos quiere hacer creer que es en los países con mayor protección social —que porque se aburren, que porque ya no hay porqué luchar, que porque ya lo tienen todo—. Según la Organización Mundial de la Salud cada 40 segundos una persona muere por la falta de voluntad para vivir —suicidio—, más de 800 mil personas se suicidan cada año en este sufrido mundo, y es la segunda causa de defunción entre la población de 15 a 29 años. Hasta en este Querétaro conventual nos enteramos de los intentos fallidos o exitosos por quitarse la vida.

¿Cómo llegamos a eso? El filósofo Byung-Chul-Han cree que el sistema capitalista actual nos ha hecho creer que somos libres para desplegar todos nuestros conocimientos, esfuerzos y aptitudes para beneficio individual, que depender de un puesto en una empresa es una mera formalidad porque nos sentimos indispensables, porque trabajamos más de lo que nos piden, porque sacrificamos hasta lo que más queremos en aras de ganar una competencia que carece de sentido. Nos construimos como esclavos de nosotros mismos. No necesitamos que nos presionen, que nos expriman, que nos exploten, nosotros lo hacemos voluntariamente y sin medida.

«El sujeto del rendimiento, que se pretende libre, es en realidad un esclavo, es un esclavo absoluto, en la medida en que sin amo alguno se explota a sí mismo de forma voluntaria. No tiene frente a sí un amo que lo obligue a trabajar. El sujeto del rendimiento absolutiza la mera vida y trabaja

Hasta que nos cae la guillotina del desempleo inesperado no caemos en cuenta de que somos prescindibles, que nuestros afanes no importaron al momento de hacer las cuentas para que alguien se ahorre una lana a futuro, que las empresas y los empresarios de alto nivel se deshumanizan y se esconden detrás de las cifras, de las estadísticas de rendimiento, sus empleados se vuelven invisibles e inservibles según se van haciendo viejos. Hasta que les pasa a ellos.

Nos creemos solos y que merecemos morir tempranamente y en soledad, sin percatarnos que somos víctimas de circunstancias que rebasan lo personal, que todavía podemos construir comunidad, que podemos vivir disfrutando sin sentirnos culpables de que nuestros esfuerzos parezcan inútiles, que no es en vano seguirnos preparando para aprovechar las oportunidades, que hasta para ser feliz hay que aprender a serlo, porque, regresando con la Psicopolítica de Byung-Chul-Han:

«... ser libre significa estar entre amigos. “Libertad” y “amigo” tienen en al indoeuropeo la misma raíz. La libertad es, fundamentalmente, una palabra relacional. Uno se siente libre solo en una relación lograda, en una coexistencia satisfactoria. El aislamiento total al que nos conduce el régimen liberal no nos hace realmente libres.»

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