domingo, 30 de junio de 2019

HERENCIA MALDITA

Joaquín Córdova Rivas Torreonistán, Zacazetas, Mataulipas, nuestra geografía nacional convertida en un matadero. Los mismos que ahora falsamente se escandalizan de la escalada de violencia cotidiana, moderaban su reacción y hasta normalizaban el baño de sangre. Si alguien se convertía en víctima inocente había que señalar la sombra de la duda: por algo le pasó, seguramente andaba en malos pasos, era de un cartel rival, la influencia de las malas compañías y una larga jaculatoria de condenas mediáticas anticipadas; lo peor: eran los efectos colaterales de la guerra contra el narco y la delincuencia organizada. Pero como señalan los cronistas, a veces involuntarios, de esta matanza interna, una guerra se bate contra un enemigo bien identificado, con objetivos claros que al no poder alcanzar se rinde y acaba el conflicto. Aquí no es el caso porque el “enemigo” está mezclado con la población común y corriente, es algún vecino, habita nuestros barrios, sus hijos acuden a nuestras escuelas, toman nuestras calles y plazas para hacer sus negocios, no tiene una cabeza, sino que es una hidra múltiple y con capacidad de regenerarse mientras existan las condiciones que lo hagan posible. Y esas condiciones son muchas y siguen presentes porque están arraigadas en lo más íntimo de nuestro tejido social: la desesperanza, la desigualdad, la pobreza generacional, la violencia que se aparece como única respuesta posible a la desesperación, la falta de oportunidades educativas, un aparato institucional protector que se convierte en ruinas y se ahoga en la corrupción dejando millones en el desamparo. Al narco y a la delincuencia no se les gana poniendo a la población en el fuego cruzado de los cuernos de chivo en manos de buenos que trabajan para los malos y de malos que trabajan para los que, supuestamente, los combaten. Allí están las evidencias de gobernadores que venden la plaza a un grupo delincuencial y presidentes municipales que la venden a otro. O en el colmo del cinismo, el cobro de piso a más de dos grupos antagónicos de los mismos territorios, de las mismas impunidades, de los mismos “negocios” —secuestro, trata de personas, extorsiones, desapariciones forzadas—. Hay cientos de miles de mexicanos atrapados en la telaraña de la complicidad forzada, a esos hay que ofrecerles una salida real, no es posible que sean obligados a delinquir para convertirse en esclavos, en carne de cañón sin forma de reintegrarse socialmente porque hasta “la ley” los persigue, los castiga o les dispara a matar. Atacar las causas será dilatado y hasta desesperante, los resultados serán a largo plazo para que arraiguen y no haya retrocesos, para convencer que las buenas intenciones no son un engaño, que la reconciliación es necesaria, aunque muy dolorosa. El gobierno federal actual argumenta que los sistemas de apoyo —las becas escolares, a la población de la tercera edad, a los desempleados ya educados o capacitados que aspiran a una plaza laboral— atacan la grave vulnerabilidad económica de la mayoría de la población que ya está en la pobreza o a punto de caer en ella. Pero el empoderamiento que da el tener una fuente de ingreso, aunque sea para los gastos mínimos, es frecuentemente contrarrestada por el glamur del lujo desmedido, de mujeres hechas a la medida por la cirugía estética, por el poder que dan las armas y la pertenencia a un grupo que inspira miedo, con que los medios de comunicación envuelven a las actividades delincuenciales y las convierten en inspiración y aspiración de miles de niños y jóvenes que no ven otra alternativa a una vida de pobreza. En este país, durante muchos años, ser corrupto ha sido sinónimo de inteligencia, de arrojo, de ambición; el honesto, el que trabaja y paga impuestos, el solidario con los demás es visto como el tonto del sistema, como el resignado, el que no tiene más aspiración que ser parte de una masa a la que cualquiera puede explotar, exprimir, volver invisible a conveniencia. Pero esos invisibles, al menos treinta millones, aparecieron en el último proceso electoral y pueden provocar un cambio cultural mayor.

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