sábado, 4 de mayo de 2019

PRENSA FIFÍ

Joaquín Córdova Rivas Siguen siendo hegemónicos, monopólicos, pontificadores porque no hay más verdad que la suya, siguen hablando en coro queriendo hacernos creer que son muchos, que son hasta mayoría, que representan los intereses de todos ocultando que solo defienden los propios. Hablan de conciliar en aras a un objetivo con mayúsculas: trabajar por el desarrollo de México, cuando durante décadas ocultaron la corrupción y la impunidad de los más poderosos, pero exhibieron y se horrorizaron con la conducta “impropia” de los más débiles. Podríamos recuperar toda la teoría que sobre ideología existe, abundante y esclarecedora; también de su relación con los medios de comunicación a raíz de la aparición de estos. Ya en su conferencia mañanera, que está haciendo naufragar a los noticieros de radio y televisión tradicionales y privados, el presidente de la república recordó el papel que jugaron en el asesinato de Madero y su hermano, pero bien pudo irse unos cuantos años más allá, cuando Porfirio Díaz y sus fifís —llamados “científicos” porque ocultaban sus tendencias ideológicas con cifras y análisis que deberían ser incontrovertibles, a la moda de los actuales “técnicos” neoliberales que cambiaron todo para beneficiarse en exclusiva, ahora convertidos en conservadores para que nada cambie y conserven sus beneficios— “descubrió” que podía maicear o chayotear a los propietarios de los periódicos de la época para que publicaran sus logros y acallaran los efectos sociales de los mismos. De forma por demás precaria, por la persecución gubernamental, también existió la prensa revolucionaria, valiente, denunciante, promovente de una visión de país radicalmente diferente. Un sistema corrupto requiere que sus diferentes partes operen en sincronía para prevalecer por muchos años e impedir disensos, los medios de comunicación masiva, privatizados, sirvieron a sus fines: ocultaron cuanto y cuando pudieron, distrajeron banalizando lo que se lograba filtrar —las redes sociales y su multiplicidad de voces lograron, en algo, romper con el monopolio informativo e ideológico— o convirtieron en espectáculo cualquier bobada. Impidieron, amedrentaron, desprestigiaron el desarrollo del periodismo crítico y de investigación, convirtieron la profesión en simple talacha de actos oficiales o reproducción de boletines oficiales que anunciaban grandes programas que apenas sobrevivían a su inauguración, precarizaron el trabajo de reporteros y periodistas que veían, impotentes, cómo la realidad se iba por el drenaje de la censura. Puede que exista o veamos como natural esa tensión entre ofrecer información verificada, de importancia social, jerarquizada, organizada de manera que le sirva a la audiencia para formarse una opinión y criterio sustentados en hechos, que le sea útil para tomar decisiones importantes en el corto y largo plazo, y la tentación de que el medio o sus dueños se conviertan en noticia imponiendo descaradamente sus intereses comerciales o políticos disfrazándolos de bien común o alardeando de unas buenas intenciones de las que carecen. Nos llenamos de empresarios o políticos dueños de medios de comunicación masiva, sin formación alguna en las ciencias de la comunicación, que imponen su línea editorial sin más sustento que sus caprichos o intereses personales, sin importar el derecho de su público a tener acceso a información lo más objetiva posible. Así como dicen que se hacía en la Operación Berlín tan señalada recientemente, donde ciertos intelectuales orgánicos de ese conservadurismo, llamado fifí, ordenaban maquilar notas que parecieran periodísticas torciendo las interpretaciones de algunos hechos o de plano prescindiendo de los mismos: las “fake news” que popularizara nuestro anaranjado vecino del norte. Si la transformación de la vida pública del país va en serio y tiene tiempo para cuajar, la labor reporteril cotidiana, el periodismo de investigación, la multiplicidad de puntos de vista producto de ver los mismos hechos desde diferentes ópticas, se prestigiarán y volverán indispensables, tendrán un desarrollo como no hemos visto en las últimas décadas, quizás desde la revolución, que tendrá que incluir certeza laboral, respeto profesional, ingresos dignos y actualización permanente. Y vaya que hace falta.

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