sábado, 17 de febrero de 2018

CON LA PENA

Joaquín Córdova Rivas Las reglas están amañadas, lo legal está hecho a la medida, se trata de obstaculizar, por todos los medios, un cambio de régimen político. Las cúpulas de los partidos políticos hicieron su tarea: legislar y operar para seguir al frente del negocio, de esa inmensa estructura que soporta, con los impuestos que pagamos los que no podemos evadirlos, el gasto público, que ahora se desdobla para servir a los intereses de los multimillonarios que no dudan en despojar a quien se deja —y por lo visto, nos dejamos casi todos—. Al físico Albert Einstein se le acredita haber dicho lo siguiente: «Una locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener resultados diferentes. Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo». La lógica parece irrebatible, es una tontería esperar algo diferente de repetir siempre lo mismo, un cambio en el resultado requiere de un cambio en la acción para lograrlo. La lección parece haber calado hondo en estas precampañas políticas, principalmente del lado del precandidato puntero que parece enfilarse a su tercera candidatura presidencial. Andrés Manuel López Obrador aprendió que, con las reglas actuales de la pseudodemocracia mexicana, va a volver a perder —en los resultados oficiales, que son los que cuentan—, si sigue confiando en la veleidosa voluntad de unos electores que tienen la solidez ideológica de una gelatina. Con la pena, pero me ha tocado ver a líderes de la llamada “izquierda social” —de vendedores ambulantes, fraccionamientos irregulares y demás—, comprar candidaturas plurinominales a cambio de prometer miles de votos y representantes para vigilar las casillas electorales, logrado su objetivo, tomar los listados electorales que se proporcionan a los partidos para escoger, al azar, nombres y folios de credenciales de elector para registrarlos como esos representantes que prometieron y que saben nunca se presentarán. Con los votos de sus representados sucede lo mismo, primero justifican el “corporativismo de izquierda” para, a continuación, orientar el voto de sus agremiados hacia un partido diferente, con el que también negociaron prebendas a futuro, pero que creen que ganará. Por eso, la derecha piadosa no duda en extenderles, públicamente, reconocimientos a su presunta honestidad y congruencia. Además, esa disque izquierda enquistada en algunos movimientos sociales no ha crecido y en cuanto a teoría, ideas y prácticas se ha quedado en las cavernas. En lugar de apoyar y hacer crecer formas diferentes de organización y de pensar su relación con los demás, se apropia de movimientos que han surgido a pesar de ella, como el de esas llamadas epistemologías del sur, esos movimientos indígenas-campesinos que encabezan la lucha frontal contra este neoliberalismo depredador, que lo exhibe cotidianamente a un costo muy elevado en líderes asesinados o encarcelados. Allí está el caso de la precandidata independiente Marichuy, que la ayuda que le han dado ni siquiera alcanza para lograr las firmas necesarias para su registro, de ese tamaño electoral son. Con la pena, pero me ha tocado ver a representantes de la comunidad LGBTTTI transando con la derecha política que, saben, es su principal enemigo moral e ideológico, a cambio de apoyos individuales, aunque sus colectivos sean derrotados en las agendas legislativas locales. En otros países del mundo el respeto a los derechos humanos y a la diversidad sexual es asumido por casi todos — porque son derechos de todos—, muchas veces por convicción y, en otras, por conveniencia, porque se organizan en colectivos que se asumen como parte de una comunidad con los mismos intereses, y se encargan de hacer valer ese 10-20 por ciento de la votación que puede decidir el resultado de una elección cerrada. Pero aquí no, por lo menos hasta ahora su voto y representación política es tan escaso y disperso que pocos los toman en serio, electoralmente hablando. En un país donde no se lee y menos se escribe, los intelectuales tampoco tienen influencia en los resultados electorales. Por muy sesudos que sean sus análisis, por muy escandalosa que sea su denuncia por la carencia de congruencia filosófica e ideológica de partidos y candidatos, no orientan el voto ni de su familia. Por eso no hay que tomárselos tan en serio, menos si son de los que se venden por una beca, una asesoría, una embajada o lo que sea. Resulta increíble que en un país con más de 30 mil desaparecidos en el sexenio, con más de 300 mil desplazados por la inseguridad, con miles de víctimas de secuestros exprés, con otro tanto de feminicidios, con los pésimos resultados de una “reforma educativa” que despedazó los derechos laborales del magisterio, con cientos de miles de jóvenes adictos a todo tipo de droga, con los miles de millones de pesos que se han robado sin que sea delito grave, con sus descarados conflictos de interés con empresarios favorecidos, todavía esté en duda si la casta política mantendrá el poder para seguirnos explotando otros seis años. Por eso, utilizar las trampas del mismo sistema político en su contra, quizás sea la única forma de arrebatarles el poder, de quitarles la impunidad, de impedirles seguir robando y ser cómplices de la delincuencia organizada. Quizás contribuir a sus contradicciones internas y propiciar su derrumbe sea “eso diferente” que provoque que, por fin, se gane una elección presidencial que se ha perdido —en la legalidad tramposa— en las dos ocasiones anteriores. Con la pena, pero habrá que utilizar a los ángeles caídos para ganarle al mismo demonio, porque ya vimos que los ángeles puros atraen muchas bendiciones, pero muy pocos votos.

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