sábado, 21 de noviembre de 2015

POR PURA HUMANIDAD

Parece concurso de muertos y de perversidades. No se origina en París, tampoco este mes de noviembre, pero los atentados terroristas recientes y la respuesta violenta y poco “quirúrgica” de los ejércitos francés y ruso contra enclaves sirios renueva la intolerancia, desnuda la falta de ética de una humanidad que apuesta por la devastación del planeta y la acumulación de riqueza en pocas manos cueste lo que cueste. Nuestro país es macabra muestra de que no todo pasa en el extranjero. Quizás tengan razón los que predicen que el próximo conflicto mundial armado tendrá como coartada la intolerancia religiosa, después de todo cualquiera que presuma tener línea directa con cualquier dios y recibir órdenes del mismo será repelente a cualquier tipo de argumentos, de sentimientos, de empatía, de humanidad. Paradójico que las principales religiones que separan y crean odios tengan, en sus propios textos sagrados, el mismo origen. Por lo pronto Wikipedia acierta en lo principal: “Abraham o Abrahán (en hebreo: אַבְרָהָם, Avraham; en árabe ابراهيم, Ibrāhīm) es, para la religión judía, cristiana e islámica, el primero de los patriarcas postdiluvianos del pueblo de Israel y del pueblo árabe. Su nombre significa 'padre de muchos pueblos' y, según el relato del Génesis, Dios se lo otorgó a un hombre llamado Abram, o Abrán, en el momento de establecer un convenio con él, que incluía su deseo de convertirlo en el origen de un pueblo del que sería su Dios y al que le daría la tierra de Canaán como posesión perpetua. Abraham fue el padre de Ismael e Isaac, considerándosele según la tradición bíblica ser el fundador del judaísmo. Jacob, hijo de Isaac y nieto de Abraham, tuvo doce hijos que fundaron las doce tribus de Israel. El pueblo judío se considera descendiente de Judá y Benjamín, ambos bisnietos de Abraham. De la línea de Judá descendieron los reyes David y Salomón. Judíos, cristianos y musulmanes perciben en Abraham al Padre de los Creyentes.” Increíble que estas tres religiones, con las muchas iglesias que las acompañan, teniendo el mismo origen, sean la principal fuente de conflictos violentos en este temprano y ya sufrido siglo XXI y que se declaren la guerra hasta la destrucción. Es una desgracia, pero en nuestra “civilización” occidental dios está asociado a la violencia, ni siquiera la bomba atómica escapa a sus preferencias: “En 1945, mientras este día nacía, murió Hiroshima. En el estreno mundial de la bomba atómica, la ciudad y su gente se hicieron carbón en un instante. Los pocos sobrevivientes deambulaban, mutilados, sonámbulos, entre las ruinas humeantes. Iban desnudos, y en sus cuerpos las quemaduras habían estampado las ropas que vestían cuando la explosión. En los restos de las paredes, el fogonazo de la bomba atómica había dejado impresas las sombras de lo que hubo: una mujer con los brazos alzados, un hombre, un caballo atado. Tres días después, el presidente Harry Truman habló por radio. Dijo: —Agradecemos a Dios que haya puesto la bomba atómica en nuestras manos, y no en manos de nuestros enemigos; y le rogamos que nos guíe en su uso de acuerdo con sus caminos y sus propósitos.” La bomba de dios. Los hijos de los días. Eduardo Galeano. Desconcierta que vivamos con la creencia de que dios inclina hasta la balanza en un partido de futbol, ambos equipos cantan sus himnos nacionales y encomiendan su puntería al supremo, pero esto sería lo de menos, lo de más ocurre cuando dos ejércitos enemigos tienen capellanes militares y encomiendan las muertes al mismo dios, y bendicen las armas, y salvan las almas de los propios, y maldicen las de los ajenos sin percatarse que son ellos mismos, divididos hasta el exterminio por la ambición de unos cuantos que se esconden lejos de los campos de batalla. Nuestra historia como especie parece basada en la sinrazón, en negar lo que nos hace humanos, en fallar en la dura pelea interior por, como dice Fernando Savater, ser cada vez menos bestias. Y sacralizamos nuestra bestialidad, y la camuflamos de tecnología, de defensa de una democracia mocha y convenenciera, de los valores que no alteran las desigualdades sino que las presentan como producto de la voluntad de un dios que se desentiende de sus creaciones, como cualquier padre irresponsable. Quizás una cosa sea dios y otra la idea de dios que nosotros construimos a nuestro capricho y conveniencia. No es cualquier cosa eso de hablar con quien no quiere oír, apelar a una espiritualidad que nos una con alguien que se siente divinamente superior y justifica su odio e intolerancia. Por algún lado tendríamos que recomenzar. Intentos existen, desde la experiencia propia, sin inmiscuir a los otros, reconociendo la influencia religiosa de cada quien y aceptando las diferentes caras de la culpa: “El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo; y yo temía y creía. Han pasado los años. Yo ya no temo ni creo. Y en todo caso, pienso, si merezco ser asado en la parrilla, a eterno fuego lento, que así sea. Así me salvaré del purgatorio, que estará lleno de horribles turistas de la clase media; y al fin y al cabo, se hará justicia. Sinceramente: merecer merezco. Nunca he matado a nadie, es verdad, pero ha sido por falta de coraje o de tiempo, y no por falta de ganas. No voy a misa los domingos, ni en fiestas de guardar. He codiciado a casi todas las mujeres de mis prójimos, salvo a las feas, y por lo tanto he violado, al menos en intención, la propiedad privada que Dios en persona sacralizó en las tablas de Moisés: No codiciarás a la mujer de tu prójimo, ni a su toro, ni a su asno… Y por si fuera poco, con premeditación y alevosía he cometido el acto del amor sin el noble propósito de reproducir la mano de obra. Yo bien sé que el pecado carnal está mal visto en el alto cielo; pero sospecho que Dios condena lo que ignora.” Teología I. El libro de los abrazos. Eduardo Galeano.

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