viernes, 24 de febrero de 2012

INSEGURIDAD PARALIZANTE


“La capacidad de aprender es un arma poderosa, quizás la más poderosa del arsenal humano; sin embargo, eso vale solamente para un entorno predecible, en el que, como regla general, siempre o casi siempre se premian ciertas conductas y se castigan otras. La capacidad humana de aprender, memorizar y adoptar como hábito un tipo de conducta que en el pasado demostró ser exitosa (es decir, que resultó gratificante) puede ser sin embargo suicida si las relaciones entre los actos y sus consecuencias son aleatorias y efímeras y cambian sin previo aviso”. Zygmunt Bauman La Sociedad Sitiada.

La incertidumbre es la principal enemiga de una sociedad que quiere desarrollarse, porque afecta todo, hasta al aprendizaje. La gran tragedia de nuestro sistema educativo es que nuestros niños y jóvenes están renunciando a su capacidad de aprender, de leer, de interpretar y disfrutar del mundo que les tocó vivir. Los problemas que causan la deserción y reprobación no pueden reducirse a ser tratados con el simple asistencialismo en el que estamos metidos. Las miles y miles de becas para que a nuestra juventud le alcance el dinero para transportarse a las escuelas, para conseguir el uniforme que no es obligatorio pero sin el cual no los dejan entrar a su centro de estudios, para comprar libros de texto “opcionales” pero sin los cuales no pueden mantenerse al paso de sus compañeros, para no estar más horas con el estómago vacío, para no ser una carga más para sus familias que difícilmente soportan la presión para no desarticularse más de lo que ya están, no serán motivación suficiente para cumplir con el papel que históricamente se les encomienda, desarrollar las aptitudes y actitudes para saber lo básico del conocimiento que hemos acumulado como especie y contribuir para desarrollar conocimientos nuevos, con ética y responsabilidad para con los demás y el planeta que nos hospeda temporalmente.

Tampoco serán muy eficientes los cursos y talleres de regularización, más horas de clase, el incremento en las tareas e investigaciones, el uso de poca o mucha tecnología, sin un motivo cierto para esforzarse, para pasar horas y días poniendo atención, adquiriendo hábitos de estudio, levantándose temprano año tras año, aguantando presiones, regaños, frustraciones; claro, sin eliminar la convivencia gratificante y los buenos ratos junto a los demás.

Esa visión amplia que revela el papel de este sistema económico disfrazado de un liberalismo al extremo, no la tienen nuestros reformadores del sistema educativo, tampoco los gobernantes que confían ciegamente en falacias como el mercado libre y que este se equilibra solo, eliminando las desigualdades sociales. Lo que hemos estado viendo desde el inicio del desmantelamiento del “Estado de bienestar”, es que las certezas se desvanecen: “Cuando la confianza no tiene un terreno firme para echar raíces, el coraje necesario para correr riesgos, asumir responsabilidades y contraer compromisos a largo plazo, se desvanece” (Z. Bauman).

Parece paradójico pero no lo es, pero los países en donde las reformas neoliberales han encontrado más resistencias es donde la crisis económica actual global menos ha podido golpear. Esa “parálisis legislativa”, esa falta de acuerdos en nuestros congresos de América Latina para implementar, de una vez por todas, los cambios que exigen los grandes capitales para venir a exprimirnos al límite, han sido el mejor escudo para no caer en los problemas que tienen actualmente sociedades como la griega, la española, la italiana, la portuguesa y las que se acumulen en la semana. La resistencia ha estado disfrazada de una aparente improductividad según los medios de comunicación más poderosos, según las empresas que quieren manga ancha para despedir trabajadores sin alegato ni indemnización, para contratar temporalmente y sin responsabilidades, sin prestaciones que mermen sus ya considerables ganancias.

Por eso hay que cuestionar y resistir los embates reformistas que tan de moda están, esos que buscan convertir todo en un negocio, hasta los servicios sociales más elementales que han sido criminalmente descuidados para argumentar su obsolescencia, para que nos cansemos de su intencionada ineficiencia, para que nos resignemos a su privatización y hasta la pidamos ―por ejemplo “si el IMSS no te da la medicina, que te la pague”―.

Mientras todo se está reflejando en conflictos continuos, otra vez Bauman: “Los hogares familiares se vuelven campos de batalla sustitutos para el juego de la autodeterminación que ha sido desalojado de la escena pública… Lo mismo ocurre con los lugares de trabajo, que fácilmente dejan de ser refugios para la solidaridad y la cooperación, y se convierten en un ámbito de competencia salvaje en la que cada uno se las arregla como puede”. Qué decir de las escuelas, que proclamando lo contrario perpetúan las desigualdades sociales y con el enfoque por “competencias” desechan el conocimiento que no tiene una utilidad inmediata, y lo útil es lo que produce ganancias para los mismos de siempre.

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