sábado, 5 de junio de 2010

LAS REACCIONES

LAS REACCIONES
Joaquín Córdova Rivas

La “desaparición” de Diego Fernández de Cevallos, la falta de información oficial verás y el “retiro” de las instancias legales de investigación han dejado varias pistas para que el imaginario colectivo las recorra prácticamente sin restricciones.
A la “valentía” de señor feudal que permitía circular por las vías públicas sin escoltas se opone la percepción de que se le protegía estrechamente vía satélite, que de allí las tijeras manchadas de sangre con su tipo específico, que se supone fueron usadas para quitar el chip localizador subcutáneo, acción que volvió simple escenografía los vuelos de los aviones equipados con radar especializado ¿en qué? A la reacción inmediata de las procuradurías, del ejército y del gabinete federal que convirtieron en un hervidero de policías el municipio de Pedro Escobedo esperando conseguir un resultado rápido, le siguió el retiro vergonzoso que, sin decirlo, admite que la primera estrategia resultó fallida y que corregirla implicaba irse hasta el otro extremo. Después… el sospechosismo al buscarle una relación con otros casos simultáneos, como la liberación de la exesposa del Chapo Guzmán y la otra “desaparición”, la de “el Coronel”, supuesto lugarteniente del mismo personaje que se reportó detenido un día y al siguiente nadie sabía de él. Pero todo es especulación.
Lo que más ha polarizado la opinión de los columnistas y articulistas de los medios de comunicación ha sido la reacción de los ciudadanos expresada a través de los comentarios a las pocas notas informativas y por el uso de las redes sociales en internet. Por ejemplo Lydia Cacho señala en su columna de El Universal: “Está claro que hay casos que por sus características son más mediáticos que otros y que las reacciones sociales ante la desaparición del abogado revelan la pluralidad de sentimientos de la sociedad; algunos por burdos o soeces que nos parezcan muestran la radiografía emocional de un país que, por un lado demuestra su hartazgo ante la violencia extrema y por otro una ira largamente contenida producto de los abusos de poder, las inequidades, la pobreza, el racismo y el rampante descaro de la oligarquía a la que el desaparecido pertenece”. Sara Sefchovich, después de que algunos de sus colegas compartiera con ella algunos de esos comentarios refrenda su postura: “Me encontré con que la mayor parte de quienes mandan sus comentarios para que se suban a la página, no dicen nada que merezca la pena leerse y en cambio suman la prepotencia y grosería a la ignorancia y la mala ortografía. Decidí entonces no leerlos más. Y lo he venido cumpliendo desde hace buen rato”. Pero cerrar los ojos, los oídos y el resto de los sentidos quizás sirva para seguir escribiendo “inteligentemente” desde el gabinete, pero se ignora a parte significativa de ese lector real que no tiene la misma educación, la misma humanidad y consideración que el escribiente, que seguramente sufre desde hace años las consecuencias de un sistema político cínico que ahora quiere imponer sus héroes, sus ejemplos, hacer sus propias beatificaciones.
Desde otra perspectiva, desde la que impone el desarrollo tecnológico y los cambios en los medios de comunicación, Jesus Silva-Herzog Márquez explica y se lamenta: “El intelectual nace de un público que lee. Necesitó del instrumento de la imprenta para formar una comunidad de lectores a la que se le puede exigir atención. El intelectual del que habla Bourdieu en su ensayo contra la televisión es capaz de definir el tema del que habla, el tono en el que escribe, la extensión de su alegato. Pero cuando es capturado en la pecera mediática, el pensador se convierte en otro profesional del entretenimiento. La televisión, decía Bourdieu, no puede ser transporte del pensamiento. Al delimitar el tema, al demandar concisión y velocidad, al empuñar constantemente la amenaza del reloj, la televisión impone superficialidad”.
Casi lo mismo podemos decir del lector que busca expresarse, Twitter apenas admite 140 espacios para escribir algo, además hay que esperar un tiempo entre un textito y otro. Los espacios en las páginas electrónicas de los diarios que todavía permiten el acceso libremente tampoco son ilimitados, apenas somos lectores y algunos ya quieren que seamos escritores, sin tomar en cuenta que la escritura requiere de un esfuerzo mayor, de una habilidad que hay que desarrollar con la práctica continua, que la ortografía se logra con la lectura de buenos textos. Si los lectores y escritores nos ignoramos mutuamente nos volveremos esquizofrénicos, porque a final de cuentas somos los mismos.
En fin, sea cualquiera el resultado del “caso Diego” no podemos ignorar las reacciones, descalificar a los hartos, molestos, enojados, groseros, insensibles o como se quiera llamarles impide comprender la reacción de esa parte de la ciudadanía que al menos encontró la forma de expresarse. Podemos tomar como conclusión provisional la misma que Lydia Cacho: “Las reacciones, algunas compasivas, otras crueles o cínicas, ante la desaparición de Diego nos recuerdan todas las complejidades de una sociedad que batalla por reconstruirse en un contexto en que las reglas no se respetan y las leyes no se cumplen. En la que el esfuerzo individual por hacer lo que es ético pierde importancia ante la facilidad de incurrir en cotidianos actos de corrupción. Leyendo a quienes celebran la desaparición del político, imagino que será su manera de corroborar que nadie está a salvo en México, ni ellos ni nos. Vaya triste consuelo”.

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