lunes, 10 de mayo de 2010

¡MADRES!

El tema se impone y la reflexión también, pero que sea una reflexión adecuada a los tiempos que vivimos, porque ya no celebramos el modelo de maternidad que inculcara el cine mexicano en su etapa dorada, de esa madre abnegada, prácticamente inútil, completamente dependiente del macho y víctima de hijos calaveras e hijas que terminaban, o empezaban, siendo atraídas por novios cincuentones más interesados en la fortuna familiar que en el amor. Ese modelo perfectamente actuado por la inolvidable Sara García, la madre que todo lo sufre y todo lo perdona, que ignora a los hijos fieles a la familia y se empeña en salvar o “recuperar” a los desagradecidos con el consiguiente despedazamiento del núcleo familiar que sólo en las películas tiene un final que supuestamente debe ser feliz, pero que en la realidad resulta en una desgracia tras otra; y es que la maternidad se vivía como una obligación, no como una opción, como comenzó a ocurrir hace 50 años con el descubrimiento de la píldora anticonceptiva.
No hay una persona igual a otra ni una madre igual a otra, pero sí existen modelos de lo que algunos pretenden que sea la maternidad, habrá que preguntarse si ese sacrificio generacional de millones de mujeres que vieron coartado su desarrollo educativo y profesional, porque su misión era quedarse en casa haciéndola de enfermera, cocinera, niñera, lavadora, planchadora y ese largo etcétera que cansa con solo hacer el recuento de esos trabajos, no considerados como tales y por tanto no recompensados, valió la pena.
Pero que reproducían, las mismas mujeres en su papel de madres, esas formas de pensar y actuar machistas, ese ponerse al cuello la soga de la servidumbre eterna. Esa “educación sentimental” que dijeran algunos autores, basada en el chantaje (si me sube la presión es por las preocupaciones que me das), en la culpa (aunque seas muy malo yo te tengo que querer porque soy tu madre), porque a principios del siglo XX el psicoanálisis descubre que hay madres castrantes desde el punto de vista emocional, destructoras de la autoestima, con evidentes favoritismos hacia unos de sus hijos y repulsión mal disfrazada hacia otros. Si Agustín Yañez hablaba del “pueblo chico” que en realidad era un “infierno grande”, habría que dejar de ser tan complacientes y cuestionar también esas maternidades que se imponen desde las ideologías, de las maternidades que requieren los sistemas económicos depredadores y productores de desigualdad.
Con todo y los activos movimientos feministas de la década de los 70 del siglo pasado, no se habla de una maternidad activa o participativa, se habla de hombres que comparten algunas tareas domésticas, porque quieren, porque son consientes, tan sigue sin ser un comportamiento ampliamente aceptado que se les tacha de mandilones o que lo tienen que hacer porque la esposa o concubina es la que tiene un trabajo e ingreso fijos y tiene que “sacrificarse” trabajando, mientras él se queda a cargo de las tareas domésticas y se gana, injustamente, el título de mantenido.
¿Qué maternidad estaremos viviendo? Las cifras de embarazos en menores de edad son alarmantes no sólo por su número, sino porque no están preparadas para ser madres, ni biológica, ni emocionalmente. Son apenas niñas que sin salir plenamente de su infancia ya están haciendo niños, como respuesta a familias con modelos paternales y maternales que les niegan un desarrollo pleno y equilibrado.
Y eso que no estamos considerando a las niñas y adolescentes que tienen que ejercer la maternidad sin ser madres, porque se ocupan de sus hermanos mayores y menores, porque se les dejó la pesada e injusta responsabilidad de la atención, educación, alimentación y sobrevivencia de familias mochas y en situaciones de precariedad, al grado de que tienen que posponer, a veces por toda la vida, su propio desarrollo en etapas de la vida que no se pueden dar el lujo de vivir.
Como sea, el ser madre no es una relación unidireccional, alrededor hay muchas personas con lazos sanguíneos que resentirán cualquier favoritismo, cualquier mala decisión, cualquier desprecio o maltrato. De allí las cifras de maltrato intrafamiliar, de violencia en el noviazgo, de mujeres que viven su feminidad y maternidad como una predestinación biológica contra la que no hay nada qué hacer.
¿Qué pasa con esas mujeres que no tuvieron la oportunidad de ser madres? Las que por las circunstancias emocionales, biológicas o cualquier otra no pudieron serlo, o las que haciendo uso de una opción de proyecto de vida renunciaron a serlo pero sin perder, en ninguno de esos casos, la capacidad de volcar su afectividad en los demás. Esas mujeres que no pueden o no quieren ser madres no por eso dejan de ser miembros activos, pensantes y necesarios de una sociedad, no por eso son menos mujeres.
En fin, hay países que cuidan a toda su población, incluidas las mujeres gestantes, que garantizan una atención adecuada, que les dan hasta más de un año con goce de sueldo para que se ocupen de sus hijos en esa etapa importante de la vida, en otros no, en otros la precariedad convierte la maternidad en situación de alto riesgo y hay quien muere dando la vida.
¿De qué maternidad estamos hablando y a qué intereses está sirviendo?

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