miércoles, 9 de septiembre de 2009

¡Es la economía estúpido!

La estrategia está muy cantada, se busca tener una buena dosis de resignación en cuanto se implemente, mientras, hay que distraer la atención y para lo mismo sirven secuestros de aviones por parte de cualquier loco, los romances y truenes de los futbolistas con estrellitas del firmamento artificial, hasta los resultados de la disque selección nacional, pero antes hay que darle vuelo a la memoria para descifrar lo que está por pasar.
En 1992 un al parecer imbatible George Bush padre, estaba por volver a ganar las elecciones presidenciales, su segundo periodo parecía inminente debido a sus éxitos en política exterior; pero los estrategas del posible perdedor, Bill Clinton, decidieron enfocarse más en lo que afectaba al bolsillo de los ciudadanos, y para que no se olvidara ese objetivo apuntaron en cada casa de campaña tres puntos específicos, uno de ellos rezaba así, ¡es la economía, estúpido! Con ese vuelco en la estrategia, Bill Clinton inició una presidencia marcada por consistentes incrementos en el poder de consumo de las familias estadunidenses, un saneamiento a fondo de las finanzas públicas dejando incluso un superávit no repetido hasta la fecha.
Esa frase se ha repetido en muchas ocasiones, mostrando que cuando a la población de cualquier país occidental se le golpea en su capacidad de consumo el costo político es demasiado grande, pero además, esa percepción de insatisfacción demuestra el fracaso de cualquier administración pública. Por eso, porque demuestra un fracaso, ningún gobierno de cualquier país medianamente democrático acepta fácilmente incrementar los impuestos al consumo. Pero a los que cobran como presidente y secretario de hacienda de este país eso no les importa, saben que dentro de tres años tendrán que formalizar la entrega del poder a otro partido, mientras, tienen que seguir protegiendo los intereses de quienes los pusieron en ese lugar que hoy ocupan.
Y es que los neoliberales nos han estado engañando diciéndonos que están a favor de las libertades mientras legislan en sentido contrario, pero cualquiera con dos dedos de frente sabe que la libertad de la que hablan es la de elegir entre diferentes objetos de consumo, es la libertad de comprar cosas, porque nos hacen creer que entre más cosas tengamos o entre más costosas sean, más felices seremos.
Pero esa es una promesa permanentemente incumplida, porque en cuanto compramos algo ya salió otra cosa supuestamente mejor y más cara, aunque no nos sirva más que para presumir. Pero como es una carrera sin sentido lo normal cambia de significado, ahora el que está endeudado, el que gasta más de lo que gana, el que no le alcanza para ahorrar, ese es el normal. Si usted hace lo contrario es una rareza en peligro de extinción. Obvio decir que esta forma de vida, siempre insatisfecha, no puede durar para siempre, y uno de los síntomas es la crisis mundial actual que tuvo que ser sorteada con fondos públicos, con bajas en los impuestos para que se reflejaran en incrementos en el consumo y así dar la percepción de una felicidad efímera.
Pero hay que seguir insistiendo en que esa forma de querer vivir afecta la forma de pensar de todos aunque no nos demos cuenta. Por ejemplo: como buena noticia se reporta que más de 500 parejas formalizarán su relación en una boda colectiva en este municipio de Querétaro, el compromiso de cultivar una relación basada en el afecto, que se acepta por consentimiento mutuo, con la esperanza de durar mucho tiempo, quizás para toda la vida, pronto se verá embestido por esa presunta libertad de elección y entonces, a las primeras dificultades o insatisfacciones surgirá la tentación de cambiar al viejo por uno nuevo, por uno más guapo, por uno más rico, aunque todo sea una ilusión y al rato incrementen los números de parejas divorciadas, de violencia intrafamiliar, de robo y tráfico de niños y niñas.
Todo se convierte en objeto de consumo inmediato para los demás y por eso no se respetan la privacidad de las personas, ni los ductos de PEMEX, ni los manglares, ni los terrenos propiedad de la Nación, ni la familia, ni la salud, ni los pobres, ni los migrantes, ni la vida, ni nada.
Un tejido social desgarrado y difícil de reparar en el largo plazo. Si a las dificultades le sumamos una limitación grave en la libertad de consumo pues todo truena, comenzando por la estructura familiar ya muy minada.
Dentro de poco en lugar de preguntarle a alguien quién eres, qué sabes, a qué te dedicas nos van a preguntar: hoy, ¿cuánto vales?

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