domingo, 22 de julio de 2018

LAS RESISTENCIAS

Joaquín Córdova Rivas Los cambios generan resistencias, vencerlas tendrá que generar nuevos equilibrios, pero mientras, la incertidumbre de algunos quiere convertirse en el pánico de muchos. Eso pasa cuando nos creemos el discurso de que estamos donde estamos no por méritos propios, sino porque alguien nos hace el favor de ponernos allí. Y sí ocurre en algunos casos, pero son los menos, los de los que sin saber nada o poco se valen de sus “influencias” para ocupar un lugar que no les corresponde, para ganar un sueldo que no se merecen, para gozar de una vida que no les toca. Pero la mayoría no tiene porque sentirse así, romper con esa visión que subordina, que produce miedos sin sentido no es fácil, y sin embargo lo estamos haciendo. El tamaño real del miedo está en ese 1.8 por ciento de altos funcionarios de la burocracia federal que ganan más que el tope de ingresos que se propone. Está en ese pequeño, pero todavía poderoso grupo de empresarios, capos de la delincuencia, disque líderes sociales y religiosos que sienten en riesgo sus lujos y prebendas. Ese minúsculo porcentaje intentará crear el pánico e incrementar la resistencia a los cambios. Más de treinta millones de votos es un buen capital político para comenzar los cambios, aunque el lenguaje financiero simplifica en exceso lo que socialmente significa. Otra comparación que busca encontrarle sentido a los resultados del primero de julio, del exrector de la UNAM Juan Ramón de la Fuente es que “votar fue terapéutico” para muchos que nos sentimos agraviados por una casta política insensible, depredadora y muy corrupta, que atenta directamente contra nuestra seguridad individual y colectiva, que nos roba el presente y vuelve imposible un futuro digno. Las resistencias están en todas partes y se expresan crudamente en diferentes momentos, allí está el “partido oficial” que no acierta a hacer un buen diagnóstico porque se lastima a esa “mafia en el poder” que quiere seguir gobernando. Pero aprovechando la frase de Stendhal — «Jesús Reyes Heroles veía en el PRI un punto de apoyo para el Estado porque seguía prevaleciendo como una base real de poder. Lo que resiste apoya, solía decir (hace poco más de 180 años, Stendhal formuló la idea del siguiente modo: “On ne s’appuie que sur ce qui résiste” –Uno no se apoya sino sobre lo que resiste–). Arnaldo Córdova. El nuevo viejo PRI. http://www.jornada.com.mx/2013/03/10/opinion/012a1pol—, resignificada por el último ideólogo del PRI, nos convendría a todos, no solo a ellos, recordar algo del pasado reciente, de apenas el año de 1972 cuando todavía no se disfrazaban las cosas con el lenguaje intelectualoide y neoliberal: «Junto a los viejos cacicazgos hay un nuevo caciquismo: aquel en que se da perfectamente clara la simbiosis entre poder político y poder económico. Si, como antes dijimos, en todo cacicazgo hay algo de económico y algo de político, en el nuevo cacicazgo la simbiosis se ve claramente: dos poderes, el económico y el político alimentándose entre sí, apoyándose uno en el otro. Es la modernización y el perfeccionamiento del viejo cacicazgo. El primitivismo, lo rudimentario ya no se da en esta nueva forma política; ella no se funda en el aislamiento ni en la ajada libreta donde figuran los deudores; maneja el crédito en grande y discrimina, al otorgarlo, de acuerdo con propósitos políticos; emplea el dinero en publicidad, en buscar apoyos, comprar o seducir influencias, aprovechando y fomentando la corrupción; ofreciendo créditos baratos a líderes o funcionarios, a dirigentes o militantes, negándoselos a los adversarios y otorgándoselos a los que pueden conseguir votos. [...] Tenemos que luchar, y así lo estamos haciendo, simultáneamente contra el viejo y bronco cacicazgo tradicional y contra el nuevo cacicazgo, el de la mezcolanza poder político-poder económico, A los compañeros les decimos que tan malos como los presta-nombres de inversionistas extranjeros son los prestanombres políticos, los testaferros del cacique. Tan perjudicial como el cacique es el que se deja caciquear y al hacerlo rebaja la investidura que ostenta. [...] Es la hidra con las siete cabezas que renacen a medida que se cortan y en que es imposible cortar las siete de tajo. Por lo consiguiente, cuando exhortamos a luchar contra el caciquismo, exhortamos a una lucha permanente, a acabar con los cacicazgos y a evitar que vuelvan a surgir. Siendo una anomalía política, tiene la resistencia de los monstruos. [...] Reiteramos: no queremos luchar con el viento, con el aire; lo que resiste apoya. Requerimos una sana resistencia que nos apoye en el avance político de México.» Discurso pronunciado por el presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional, en el Teatro “Morelos” de la ciudad de Aguascalientes, el día 6 de diciembre de 1972. Jesús Reyes Heroles https://es.wikisource.org/wiki/Discurso_de_Jes%C3%BAs_Reyes_Heroles_ante_los_miembros_del_Partido_Revolucionario_Institucional En esas estamos, la urgencia por proponer los cambios es para ganarle espacio a las resistencias y a los que se dan por resentidos sin serlo. A instalar una “normalidad” donde se pierda el miedo a hacer las cosas de manera diferente, a no pelear por los privilegios ajenos sino por la defensa de los derechos propios y colectivos. A mirar al otro como aliado y no como falso enemigo. No va a ser fácil, porque esa “hidra de siete cabezas” como metafóricamente la llamaba ese dirigente nacional del PRI, quiere sobrevivir más que los dinosaurios.

50 AÑOS

Joaquín Córdova Rivas Tuvieron que pasar 50 años. Algunos ya no lo contábamos, como toda utopía parecía inalcanzable, pero no lo era. Ni era utopía porque se logró y, por tanto, tampoco era imposible de lograr. Ya lo decían los viejos sabios como Eduardo Galeano: «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.» Y caminamos como esa generación que parecía no tenía de donde agarrarse, demasiado joven para el 68 mexicano, para los movimientos de masas de los ferrocarrileros, de los médicos, de los sin tierra. Demasiado ajenos e incrédulos de ese socialismo irreal que se derrumbaría en el 89 con el muro de Berlín. A veces demasiado pasmados para enfrentar ese neoliberalismo que declaraba unilateralmente el fin de las ideologías y de la historia y que se instalara en nuestro país, de la mano de los tecnócratas educados en las universidades anglosajonas, en un extraño amasiato con ese priismo que se presumía eterno y que gobernara más de 70 años de forma ininterrumpida. La sacudida estudiantil del 68, sofocada por los francotiradores, las tanquetas y bayonetas del 2 de octubre, quedó frustrada; le siguió una larga travesía por el desierto de la represión política ya visualizada por uno de los líderes magisteriales de la UNAM Heberto Castillo, quien urgiría en la formación de un partido político que diera cauce a las demandas de ese movimiento y las integrara con las sindicales, obreras y campesinas, que tampoco habían tenido buen fin por presentarse desarticuladas ante un gobierno y su partido que se veía monolítico y disciplinado hasta la ignominia. Algunos, en la desesperación y buscando una salida, optaron por la vía armada, no tardaron en aparecer grupos guerrilleros rurales y urbanos contra los cuales se libró una “guerra sucia” que implicó espionaje, radicalización inducida, desapariciones forzadas y asesinatos, en lugar de su detención legal y posterior enjuiciamiento. Un seguimiento pormenorizado se puede consultar en el libro: Las armas de la utopía. La tercera ola de los movimientos guerrilleros en México de Hugo Esteve Díaz. Pero no es difícil recordar a Genaro Vásquez, a Lucio Cabañas, a la Liga Comunista 23 de septiembre y otros Para colmo, el PRI mutó y produjo tres engendros más: el “nuevo PRI” con su corrupción desvergonzada y sus aventajados alumnos, el panismo fox-calderonista y el perredismo chucho-mancerista. Ni para donde hacerse. Aún así aparecieron destellos organizativos, antes del 68, sin registro legal, ya existía el Partido Comunista Mexicano que atrajera a intelectuales importantes, pintores, muralistas fotógrafos, teatreros, novelistas, científicos, quienes aparecieran después en diversos intentos sindicales y se encontraran en las cárceles clandestinas del régimen y otros en el exilio. Muchos de ellos ya no alcanzaron a vivir la euforia morenista. Como reacción a la escalada de violencia que se veía venir aparecieron el Partido Mexicano de los Trabajadores cuya inicial convocatoria fuera redactada por Carlos Fuentes y firmada por Heberto Castillo, Luis Villoro, Demetrio Vallejo y Octavio Paz; y un falso clon armado desde las cavernas de la secretaría de gobernación, el PST inicialmente PFCRN, escuela política de los chuchos perredistas —Jesús Ortega, Jesús Zambrano, Carlos Navarrete, y su maestro y mentor Rafael Aguilar Talamantes—. Cuesta trabajo seguirles la pista a esas demandas estudiantiles que posteriormente se ampliaran por el apoyo casi espontáneo de profesores universitarios, de obreros, de organizaciones vecinales urbanas y de intelectuales importantes. Algunos ven una derrota casi inmediata, porque le siguió la represión abierta, la consolidación del PRI y la aparición de los tecnócratas, de esa “primera generación de norteamericanos nacidos en México”, como metáfora amarga de la influencia que el neoliberalismo promovido por los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, tenían en nuestros funcionarios financieros educados en las universidades de nuestro vecino del norte. Vendrían las falsas alternancias, el miedo a romper o la complicidad con una corrupción e impunidad sistemáticas, con los falsos paradigmas de que es buena la concentración de la riqueza porque después, de manera “natural”, se filtraría al resto de la sociedad, cosa que nunca ocurre. La escalada del crimen organizado, el golpeteo permanente contra los derechos laborales, contra la propiedad colectiva de la tierra, contra el respeto a los recursos naturales, el despojo de bosques, de tierras consideradas sagradas por nuestros pueblos originarios, el desmantelamiento de las instituciones públicas que hacen realidad el derecho a la educación, a la salud, a la vivienda, al trabajo, a una vida y jubilación dignas. Todo iría desapareciendo en esa “no ideología” como se presentó el neoliberalismo rapaz y depredador. Pero vinieron las victorias casi milimétricas que fueron ganado las conciencias y cuestionando ese orden desigual e injusto: los movimientos feministas, por el reconocimiento a la diversidad, por lo derechos humanos que fueron escalando por “generaciones”, el zapatismo indígena del EZLN, finalmente se tuvo que reconocer que no todos cabíamos en los partidos tradicionales y se abrió, acotada, la posibilidad del registro a otras fuerzas políticas. Como consecuencia de esa pluralidad no reconocida aparece la corriente democrática del PRI y un candidato presidencial que perdiera en unas elecciones más que cuestionadas. La izquierda política tuvo que evolucionar, deshacerse de dogmas y avanzar teóricamente, su zigzagueante desarrollo, con retrocesos importantes, se vio en la convergencia que formara al Partido Mexicano Socialista primero, seguido por el Partido de la Revolución Democrática que cayera bajo el influjo de la partidocracia y la firma incongruente de un disque Pacto por México, hasta llegar al actual Movimiento de Regeneración Nacional que pudo concentrar el enojo, el hastío, la inconformidad con una casta política insensible que practica el despojo de todo lo que ambiciona sin límite alguno, y convertirla en un movimiento electoral pacífico fundado en la esperanza de que las cosas pueden y deben cambiar. Quizás el 68 mexicano y los movimientos sociales anteriores se hayan expresado de alguna manera 50 años después, ojalá esa energía contenida sirva para transformar este país.

LA RUPTURA

Joaquín Córdova Rivas El componente principal que desestabiliza a este país no es el enojo —que lo hay y mucho—, sino el agravio. Como señalan los economistas serios, esos que todavía se dan el lujo de ver las cifras desde la perspectiva de las mayorías y no desde las del empresariado avaricioso o del funcionario de escritorio de la secretaría de hacienda, si el crecimiento del PIB en los últimos años —que ya acumulan la decena— es de un promedio de 2.2 por ciento, el del salario en general ha sido del 1.2, y el del mínimo, ese que dicen que nadie gana, aunque ese “nadie” sean casi 8 millones de mexicanos, apenas incrementa 0.3 por ciento. La ruptura es evidente y cerrar los ojos no la desaparece. No hay comunicación entre los ciudadanos y la casta política, no hay una representatividad real de los gobernantes, se sienten completamente ajenos a su electorado, no hay legitimidad en sus cuestionados pactos y reformas. La distancia entre unos y otros es cada vez mayor. Lo anterior se muestra con toda su crudeza en el agravio diario a los miles o tal vez millones de ciudadanos que viven en zonas “controladas” por alguna banda o cártel de crimen organizado, con sus múltiples tentáculos que abarcan casi cualquier actividad económica. La agresión continua contra los derechos laborales mientras se protegen y crecen los privilegios de los poderosos de siempre. La ofensa de saber, directa o indirectamente, de las múltiples corrupciones que impactan directamente en nuestra calidad y expectativa de vida. Del conocimiento de las impunidades descaradas seguidas de la fabricación de culpables, de ciudadanos comunes y corrientes que estuvieron en el lugar y momento inadecuado para convertirse, de la noche a la mañana y por obra de la “magia judicial” en peligrosos delincuentes responsables de crímenes que a ninguna autoridad le importa esclarecer. El ultraje permanente de la inseguridad, de los feminicidios, de los asesinatos de periodistas y candidatos, de los crímenes de odio contra quienes se salen del molde de una “normalidad” impuesta por quienes aspiran a controlarlo todo: la apariencia, el comportamiento, la forma de pensar, la forma de vivir y de amar, porque le temen a la diversidad en cualquiera de sus manifestaciones. Quizás sea que somos muy aguantadores o que preferimos esperar las coyunturas legales, pacíficas, legítimas para expresar nuestra inconformidad, pero ya tardamos demasiado porque los daños pueden volverse irreparables en un plazo razonable. Como sea, soportamos hasta el proceso electoral, si este también se cierra la paciencia puede que no tenga un plazo más, que la desesperación elija manifestarse de otras formas y en otros ámbitos. Vale la pena aclarar que este texto, por necesidades de edición e impresión, se escribe días antes del primero de julio, antes de esa jornada electoral que se adivina tensa porque los poderes fácticos insisten en crearse una realidad alterna, ajena y lejana a la cotidianidad de la mayoría que buscará escapar al ilusorio paraíso de un país descontrolado, injusto, inequitativo, violento en muchas ciudades y regiones. Esos poderes que solo respetan el voto y la voluntad de la mayoría cuando les conviene, cuando la crean a su imagen y semejanza. Coincidentemente celebramos el número mil de este semanario, en el intento de dar cuenta de esas exigencias ciudadanas, de contribuir a explicar desde puntos de vista alternos lo que nos sucede, lo que sentimos, lo que pensamos. Se trata de contribuir a las necesidades de una ciudadanía ávida de opiniones sustentadas en teorías e investigaciones recientes, agarradas hasta con las uñas de las pocas certezas que nos quedan. En esas estamos, entre el agravio propio y el miedo inyectado por las cúpulas de todo tipo, entre la indignación que nos tiene que mover y el miedo que paraliza, entre la necesidad urgente de cambio y el miedo a perder lo que ya perdimos, entre arriesgarnos a pelear por buscar algo diferente y el miedo a perder los privilegios que no tenemos —que nunca hemos tenido— porque otros se los quedaron. Ojalá que el proceso electoral sea esa vía de expresión y de esperanza, de cambio paulatino pero seguro, del escape de la violencia que nos atrapa y no nos deja vivir en paz. Mientras, seguimos arando, cada quien en su parcela, cada quien con su dignidad como fuerza para seguir a donde se pueda.

lunes, 25 de junio de 2018

999

999 Joaquín Córdova Rivas Malvado, perverso, salvaje, inhumano, los epítetos se acumulan en contra de una persona, el detestable señor Trump; pero nos estamos haciendo guajes, no queremos entender que no es él, es el sistema económico y social neoliberal el que está mostrando, ya sin ropajes piadosos que lo cubran, sus efectos esperados en el largo plazo. No es casual que las víctimas directas sean niños migrantes o hijos de indocumentados, con repercusiones directas en familias extensas como las latinas, por que ellos, junto con los pobres, los mal llamados marginados, los indígenas o pertenecientes a cualquier etnia, los jóvenes depauperados, muchas mujeres, constituyen los “desechables” de esta sociedad. “En el nuevo mundo de los consumidores, la producción masiva no requiere ya mano de obra masiva. Por eso los pobres, que alguna vez cumplieron el papel de «ejército de reserva de mano de obra», pasan a ser ahora «consumidores expulsados del mercado». Esto los despoja de cualquier función útil (real o potencial) con profundas consecuencias para su ubicación en la sociedad y sus posibilidades de mejorar en ella.” Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Zygmunt Bauman. Los niños, hijos de migrantes e indocumentados, no producen ni consumen. Sus padres seguramente tampoco, de otra forma no estarían tratando de alcanzar ese “american dream” que nos han vendido por medio de las películas de Hollywood y de sus medios de comunicación. Al no producir ni consumir se convierten en una carga, en algo que hay que ocultar, encerrar, desaparecer, evitar. Recordemos que en otro alarde verbal, el señor Trump interpeló al primer ministro de Japón, en la reunión del G7 diciéndole, sobre el tema de los migrantes en Europa y su país: "Shinzo, tú no tienes ese problema, pero yo te puedo enviar 25 millones de mexicanos y estarás fuera del cargo muy pronto", como si los mexicanos fuéramos simple mercancía dispuesta a ser trasladada donde se le pega la gana, aunque la intención clara fue mandar el mensaje de: no se metan conmigo porque estos malos consumidores, bad hombres, pueden estar en sus fronteras antes de lo que se imaginan. Por eso es importante la defensa de los derechos humanos, es la última trinchera contra los abusos de este neoliberalismo devastador, sin ética ni misericordia. Démonos el lujo de cambiar de tema. Constancia, persistencia, terquedad, eso y más se requiere para permanecer en un mundo que cambia a una velocidad vertiginosa, donde el “antes” parece sacado de un texto de antropología no porque “sea” viejo, sino porque “parece” viejo. Venimos de una época donde las certezas duraban años, donde la realidad y el tiempo eran construcciones sociales “sólidas”, ajenas a la incertidumbre actual, contrarias a ese estado “líquido” que disuelve al amor, a esta modernidad, a la vida, al miedo, al tiempo. Prevalecer como texto escrito en papel a lo largo de 999 ediciones no cualquiera lo presume, aunque ya se tenga también versión electrónica. Y es que leer es toda una aventura sensorial que no se limita a lo que dice la Real Academia de la Lengua (RAE): «Pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados», tiene que ver también con el olor del papel y la tinta, con la aspereza en el tacto, con el juego de luces, sombras y colores del diseño, con la posición y disposición del cuerpo, con abstraerse del entorno que algunos juzgarían poco propicio para la concentración. El reto parece que no cambia, pero se percibe con mayor grado de dificultad ante la proliferación de redes sociales que convierten a cualquiera en experto en todos los temas. Y es que esa ilusión da el poder de la interacción con otros, que asumimos iguales a uno mismo cuando no lo son. Algunos, pocos, serán verdaderos expertos en el tema que les apasiona; otros, muchos, creerán que la simple posibilidad de opinar se convierte en obligación y confundirán el parloteo con sabiduría. Publicar semanalmente y no con otra periodicidad tiene sus ventajas y problemas. No se tiene la inmediatez de la prensa diaria y se pelea contra ese “tiempo líquido” que todo puede volver obsoleto en apenas instantes. En contraste, da espacio para reflexionar, comparar, contrastar, encontrar un enfoque que difiera en algo de los ya presentados, hacer el intento de lograr el objetivo que me marcaran cuando comencé a colaborar en este Magazine: que los lectores sepan que detrás de cualquier hecho convertido en noticia hay mucho más de lo que se ve a simple vista, que lo trivial puede no serlo y merecer mayor análisis y reflexión, que lo noticiosamente destacado puede no ser tan importante como aparenta. Huir de la fugacidad y del lugar común pudiera ser la síntesis. O como escribiera el sociólogo Zygmunt Bauman: «Cuando una cantidad cada vez más grande de información se distribuye a una velocidad cada vez más alta, la creación de secuencias narrativas, ordenadas y progresivas, se hace paulatinamente más dificultosa. La fragmentación amenaza con devenir hegemónica. Y esto tiene consecuencias en el modo en que nos relacionamos con el conocimiento, con el trabajo y con el estilo de vida en un sentido amplio.» http://www.lavanguardia.com/cultura/20170110/413219646963/zygmunt-bauman-frases-celebres-pensamiento.html Todo con respeto hacia un lector que imaginamos, y seguramente lo es, interesado e inteligente. Que no desprecia un medio porque sea accesible y de distribución gratuita, que sabe que el precio al público no es garantía de calidad. En fin, comencemos a festejar el número mil, que no es cualquier cosa.

sábado, 16 de junio de 2018

EL PROGRESO INMÓVIL

EL PROGRESO INMÓVIL Joaquín Córdova Rivas Lo que se interpretó como un simple ajuste de cuentas resultó ser algo más profundo. Lo vivimos como la cotidianidad cambiante en el valor de nuestra moneda, en el costo de llenar el tanque de gasolina de nuestros transportes, en la inflación incontenible e indetectable para los funcionarios pasmados de las áreas económicas del gobierno; en la vaguedad de los discursos de los candidatos presidenciales, que cuando caen en las escasas precisiones provocan más incredulidad que confianza; en la incertidumbre del único mecanismo “modernizador” que pergeñaron nuestros limitados neoliberales. El “eterno” Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con el que hipotecamos nuestro futuro y nos separamos del resto de los países de nuestra América Latina, creyéndonos los tocados por los dioses capitalistas, se viene abajo estrepitosamente, resultó que tenía fecha de caducidad. Caímos en la trampa de los expertos y sus falsas creencias. La salida de la Gran Bretaña del mercado común europeo nos la pintaron como la venganza, poco racional, de la generación “vieja”, que vio disminuido su poder adquisitivo y su calidad de vida de forma consistente en las últimas décadas, a cambio del supuesto futuro promisorio que tendría la generación “joven” después de ese “ajuste necesario, aunque doloroso”. Es decir, los viejos no entendieron que su sacrificio económico era necesario para una bonanza que nunca terminó de llegar. Bueno, pues ahora vamos descubriendo que ese “capricho generacional” no era tal, sino el síntoma alarmante de que el modelo neoliberal promovido e impuesto por la dupla Gran Bretaña-Estados Unidos de América terminaba por desfondarse. La victoria de Donald Trump, su llegada a la presidencia de su país y el riesgo actual de su reelección tampoco fue la sorpresa que muchos insistieron en pregonar. Los herederos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher se niegan a aceptar que su “fin de la historia” no era más que el pretexto para someter a las economías periféricas a sus caprichos y devastación. Tampoco reconocerían que los tratados de un supuesto libre comercio, que beneficiaba a los poderosos globales, estaban fundamentados en mentiras que terminarían por desvelarse con el tiempo y con las brutales desigualdades sociales que produjo. «¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?» Es la pregunta que responde uno de los pensadores más lúcidos de la modernidad. Zygmunt Bauman le arranca, uno por uno, los ropajes “benéficos” de que se disfraza el modelo económico actual y deja al descubierto sus perversos resultados: «La “mano invisible del mercado”, ilusoriamente reputada por actuar en favor del bienestar universal (la mano que la política estatal de desregulación pretende liberar de las cadenas legales que habían sido diseñadas para limitar su libertad de movimientos) puede que sea invisible, pero no hay dudas sobre a quién pertenece esa mano y quién dirige sus movimientos. La desregulación de los bancos y de sus movimientos de capital permite a los ricos moverse libremente, buscar y encontrar los mejores terrenos para obtener los mayores beneficios, lo que les hará más ricos; mientras que la desregulación de los mercados de trabajo hace que los pobres no se puedan beneficiar de las mejoras, y mucho menos parar o atenuar los desplazamientos de los propietarios del capital (rebautizados como “inversores” en la jerga de las bolsas de valores), y por tanto estarán condenados a empobrecerse. Además de que ha empeorado su nivel de renta y sus oportunidades de obtener un empleo y un salario suficiente para vivir, dependen ahora de las veleidades de los movimientos del capital en busca de beneficios, so capa de la competitividad, que les hace crónicamente precarios y les provoca un grave malestar espiritual, una preocupación constante y una infelicidad crónica, unas lacras que no desaparecerán y no dejarán de atormentarles incluso en los (breves períodos) de relativa bonanza.» https://drive.google.com/file/d/0B9h7aliyWcfjMlNvR3g1VWV6ck0/view Cualquiera con dos dedos de frente sabe que el papel de México en ese TLCAN era el de suministrar mano de obra barata y dócil para las maquiladoras que producirían los bienes de los consumidores canadienses y norteamericanos, ansiosos por gastarse lo que sus dolarizados ingresos exigían, antes de que los inundaran los productos asiáticos o europeos. México además proveería de petróleo barato y a una distancia cercana a las refinerías del norte, y de otros recursos naturales —oro, plata, productos agrícolas— a precios de regalo. Todo para que el consumidor de esos “socios” incrementara, artificialmente, su nivel de vida y gozar de una “felicidad” basada en tener muchas cosas aunque no fueran necesarias, y reemplazarlas continuamente por otras “nuevas”. Pero esa ilusión se terminó. Las medidas “proteccionistas” que limitan aún más ese supuesto “libre mercado” son simple reflejo de la crisis interna del modelo económico que se enseña en las aulas de las universidades anglosajonas y que nosotros nos empeñamos en creer y copiar a pie juntillas, suponiendo que eso nos hace “modernos”, que el “progreso” siempre es hacia arriba y adelante, como lo pregonara el presidencialismo del post 68 y que no hay vuelta atrás porque eso sería antihistórico, impensable, poco moderno. El problema es que mientras el modelo está en franca decadencia, aquí profundizamos sus perversiones con las reformas estructurales recetadas desde organismos internacionales y tropicalizadas por instituciones como el ITAM, de donde egresan nuestros trasnochados neoliberales. No se trata de meter la reversa cuando el auto está lanzado a toda velocidad hacia adelante, el problema es que no nos queremos dar cuenta que hace mucho nos robaron las ruedas y estamos hacinados en un chasis viejo trepado en tabiques, que está inmóvil desde hace al menos dos décadas y que está sufriendo de su desmantelamiento, que se le arrancan las piezas para venderlas en un mercado negro que no tiene ética y sí mucha corrupción. De eso se trata este proceso electoral, de darnos cuenta que no es nuestra velocidad la que nos despeina, sino que es el viento de los cambios que amenaza con arrastrarnos, otra vez, al fondo del callejón.

sábado, 2 de junio de 2018

LA VENGANZA DE LO REAL

Joaquín Córdova Rivas Esta vez me fusilo como título de este texto, la frase del especialista griego Yannis Stavrakakis, experto en el estudio de la política moderna y la democracia, por que creo refleja el ánimo que prevalece en el proceso electoral presidencial actual en nuestro país. Pero vamos por partes. Las campañas electorales no escapan al intento de interpretarlas de manera diferente a lo tradicional, y así comenzamos a intentarlo desde la semana pasada. Todos sabíamos que la desesperación lleva al uso indiscriminado de “campañas negativas”, al ataca, miente y difama que en lo que se aclara, si hay tiempo, algo quedará; y ese algo es quitarle simpatías al adversario que va arriba en las preferencias del voto, aunque no signifique, en automático, que quien hace uso de ese recurso coseche lo que el otro perdió. Es como la estrategia kamikaze —que significa “viento divino” en japonés, y que según la RAE es: «En la Segunda Guerra Mundial, piloto suicida japonés que tripulaba un avión con explosivos con el que se lanzaba contra un objetivo»— destruir al otro, pero sin percatarse que se destruye uno mismo. Tal parece que esa característica que le achacábamos a la comprobada ignorancia presidencial es generalizada en nuestra casta política y empresarial: no entienden que no entienden. Siguen empeñados en ver el mundo con la mirada nostálgica y anclada en el pasado que le achacan al candidato puntero, siguen creyendo en esa democracia comprada, que aguanta cualquier nivel de corrupción y hasta pretenden utilizarla como recurso electoral. Ya lo veíamos en un texto anterior publicado en este semanario —Magazine de Querétaro, Los principios van primero—, los debates, los ataques, las descalificaciones no han logrado mover significativamente los resultados de las encuestas sobre preferencia electoral, y es que la democracia necesita de aspectos desdeñados por nuestros avariciosos gobernantes, por eso resulta fallida la “estrategia Alazraki” y el intento de acabar montado en la estructura de un partido desprestigiado que no alcanza ni para provocar alguna esperanza en sus afiliados y simpatizantes. Hay estudios sobre lo que estamos viendo y viviendo, no con dedicatoria expresa a nuestra coyuntura nacional, pero sí en cuanto a los tiempos que estamos transitando, por ejemplo, Lauren Berlant, citada por Leonor Arfuch se refiere a: «Crueloptimism (2011), un libro y un concepto que expresa cabalmente la encrucijada en la que se encuentra la afectividad en el contexto actual. En él la autora analiza la crisis del neoliberalismo, sobre todo en Europa y los Estados Unidos y el fracaso de las fantasías de movilidad social asociadas al estado liberal. El oxímoron intenta dar cuenta de la dinámica relacional en la cual los individuos crean ciertos lazos, en términos de un cumulo de promesas hacia objetos de deseo que sostienen la fantasía de una buena vida aunque esas ataduras sean en verdad una amenaza para el florecimiento personal y la realización de esas promesas. Y no son los objetos en sí mismos los “crueles” sino las relaciones –de doble restricción- que suelen establecerse con ellos. Tampoco el “optimismo” se refiere a la emoción en si misma sino a la estructura afectiva de apego que la gente establece, pese a la inadecuación a sus fantasías, para sobrevivir en un permanente estado de crisis. Se juega aquí, en el plano político, una pedagogía de las emociones, donde la compasión –por ejemplo- aparece como uno de los recursos del conservadurismo: la compasión ante injusticias y violencias del mundo, que exime de una participación verdadera y reactiva. Aunque, podríamos agregar, esta emoción este mediada, según se trate de vidas que merecen “ser lloradas” –al decir de Judith Butler (2007)- o pertenezcan al distante universo de los que “no son como nosotros”.» Ese optimismo cruel que exigen, porque no convencen, los candidatos de “más de lo mismo”. Pero hagamos una conclusión provisional, tratando de explicar lo que le falta a nuestra democracia para salir del pasmo en que se encuentra, en ese estado casi permanente de desilusión que puede eternizarse si no se entiende que las elecciones ya no están para fraudes o maniqueísmos, es de Yannis Stavrakakis, con quien comenzamos el texto: «Desde esta perspectiva, si la democracia adquiere relevancia a largo plazo, deberá además ganar las mentes y los corazones de las personas, deberá operar a un nivel visceral. Pero con un requerimiento significativo. La democracia necesita esta dimensión, pero puede solamente florecer si sus efectos colaterales son chequeados. En efecto, su relación con el goce precisa ser de un tipo diferente: necesita movilizar la pasión y el afecto. Por otro lado, pero también, de otro modo, moderar su intensidad y sublimar su potencial agresivo. Esto es lo que Chantal Mouffe describe como el pasaje desde un “siempre presente” antagonismo crudo, a un agonismo democrático. Este es el desafío cotidiano de una cultura democrática vibrante.» Mezza, Giuliana; Ruiz del Ferrier, María Cristina. 2017. Entrevista a Yannis Stavrakakis (entrevistas). Revista Estado y Políticas Públicas, 5 (9): 223-232. Buenos Aires: FLACSO. Sede Académica Argentina.

viernes, 25 de mayo de 2018

LOS PRINCIPIOS VAN PRIMERO

Joaquín Córdova Rivas Resulta evidente, es hasta una tontería decirlo, pero es que lo pasamos por alto. En los dos debates presidenciales nos hemos quejado de que no hay propuestas específicas para resolver problemas puntuales. Las organizaciones no gubernamentales (ONGs) dedicadas a la protección del medio ambiente no encuentran nada concreto para evitar la privatización del agua, las preocupadas por los derechos humanos no hayan compromisos específicos para disminuir la discriminación o los feminicidios, las que procuran la protección de la infancia, las que luchan contra la corrupción, las que piden mayor transparencia, las que abogan por los derechos de la diversidad sexual, las que exigen una educación integral e inclusiva, y el largo etcétera que nos faltaría por señalar. Todos señalando los grandes huecos en los discursos de los candidatos. Regresemos al inicio: es que los principios van primero. Cualquier propuesta que se haga, hasta la más pequeña en término de detalle, si no está contextualizada adecuadamente termina por no servir. ¿De qué sirve cambiar a todos los agentes ubicados en las aduanas si la corrupción sigue tan campante? ¿De qué sirve mocharles la mano a los ladrones si cualquiera puede ser acusado falsamente de serlo? ¿De qué sirve proponer incrementar los albergues para migrantes si no se respetan los derechos humanos? ¿Para qué “ajustar” la reforma educativa si desde el principio se desdeñó y atacó a los profesores? ¿Para qué proponer construirle el muro fronterizo a Trump, a cambio de respetar a los dreamers, si son cosas que ideológicamente se excluyen mutuamente? Por eso la terquedad de defender lo que va primero: freno a la corrupción, honestidad, autoridad moral, poner el ejemplo, normalidad mínima respetada por todos sin excepciones, respeto a la legalidad, justicia, ética y los que Usted, amable lector y además elector, juzgue conveniente. Finalmente ¿un buen presidente tiene que ser un buen polemista, con límites de tiempo, y saltando bruscamente de un tema a otro porque así lo especifica un formato? Condición, además, que seguramente nunca enfrentará en la vida real presidencial. Pues no, por eso ninguno de los aspirantes se vio bien, aunque alguno, inexplicablemente, se declare ganador. La anécdota la conté hace años pero la metáfora sigue siendo aplicable: hay personas que reaccionan como si fueran jugadores de tenis de mesa, de reacciones rápidas, casi instintivas, que se mueven por toda su área de juego, que sean buenos o no es otra cosa; hay otros que semejan jugadores de ajedrez, en lo que piensan parecen en pausa, no se mueven, se tardan en responder las jugadas, está definido como un deporte mental, por tanto los movimientos físicos son lo menos importante. En cualquiera de los dos casos, para saber quién juega mejor es necesario conocer las reglas y el sistema de “puntuación”, aunque en el segundo caso —el ajedrez—, lo que cuenta es la posición y movimiento de las piezas, no necesariamente cuáles “valen” más. Por eso los debates no fueron debates, tampoco lo podían ser porque se olvida que estamos en la política-espectáculo, un efecto generalizado del modelo norteamericano de presentar cualquier cosa a través de los medios de comunicación masiva, señaladamente la televisión. No importan las ideas, ni las propuestas mochas, ni las mentiras cínicas, importa sí, la provocación afectiva, el que me identifiquen positivamente y sospechen negativamente de los demás, por eso se pega más el “abrazos, no balazos”, que las propuestas técnicas que pocos entienden y todos olvidan; por eso contó más el esconder la cartera que la intención de encarar, saliéndose de cuadro, para intentar descolocar al adversario. Por eso, los mal llamados debates no tienen efecto en las preferencias electorales. Lo mejor del caso es que existe investigación sobre lo anterior, no es una simple ocurrencia, por ejemplo, Leonor Arfuch llama “giro afectivo” al efecto provocado o buscado por la televisión como espectáculo, por encima de lo informativo, de lo cultural, de lo educativo, y eso ha provocado una avalancha de estudios para conocer los afectos y las emociones. «El afecto como común a lo humano y lo no humano -otros animales- pre-subjetivo, visceral, corpóreo, el afecto como fuerzas e intensidades que influyen en nuestros pensamientos y juicios pero separados de ellos. Afecto como diferente de la cognición –que solo sobrevendría después, en un escaso margen temporal- y que se expresa por ejemplo, según el clásico paradigma de Tomkins-Ekman- en 6 o 9 afectos básicos y biológicos: interés-excitación; disfrute-alegría; sorpresa-susto; disgusto- angustia; indignación-ira; miedo-terror; vergüenza-humillación; repugnancia-repulsión -el segundo término evoca el grado mayor de intensidad.» Leonor Arfuch. El “giro afectivo”. Emociones, subjetividad y política. Universidad de Lille 3. 15 de septiembre de 2015. A los “asesores” y a los candidatos, les convendría darle una revisadita al tema, para que se expliquen por qué sus estrategias no atinan y por qué la manipulación de resultados y la compra de votos pueden no ser tan efectivas o creíbles esta vez. Arfuch cita otra investigación de la inglesa Sarah Ahmed llamada The cultural politics of emotion (2004). «En su perspectiva, las emociones no son estados psicológicos sino practicas sociales y culturales, no suponen una autoexpresión que se vuelca hacia afuera (in/out) sino más bien se asumen desde el cuerpo social (outside/in), en tanto son las que brindan cohesión al mismo. Esenciales para el aparato psíquico y social, ligadas a objetos no siempre conscientes, son inseparables de las sensaciones corporales y suponen tanto ligazón como movimiento, un aspecto importante en términos de estructura social. Mas que interrogarse sobre “qué son” las emociones la pregunta es “qué hacen” y el terreno para el análisis es, en este caso, las figuras del habla o del discurso que condensan la emocionalidad de los textos.» Nada más y nada menos, por eso los principios van primero, están conectados con los afectos.