Joaquín
Córdova Rivas
Buda
casi se muere de inanición buscando el origen del sufrimiento para saber cómo
evitarlo, otras filosofías orientales predican el gozo y el disfrute como una
forma de vivir mejor la vida, no solo de sobrevivirla, pero nosotros no, como
dignos hijos de la cultura occidental y cristiana creemos, equivocadamente, que
sufrir es un mérito que no hay que evitar, sino que hay que buscar
afanosamente.
Es
más, cuando nos divertimos, cuando alguna actividad solitaria o colectiva nos
causa agrado o placer nos sentimos culpables, porque casi todo es pecado, y si
no, debería serlo.
Desde
el Génesis, ese mito que buscaba explicar el origen del universo, del mundo,
del día y la noche, de las especies animales y del hombre –y de la mujer como
subordinada de este–, el dolor y el sufrimiento son la solución de un dios
celoso de su creación, y se la aplica a la pretensión de querer saber más de lo
que supuestamente debiera:
Capítulo
1. «15. Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para
que lo labrara y lo guardase.
16.
Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer;
17.
mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de
él comieres, ciertamente morirás.
(Capítulo
3). 16. A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus
preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él
se enseñoreará de ti.
17.
Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del
árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu
causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida.
18.
Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo.
19.
Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque
de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.» https://www.bibliatodo.com/la-biblia/Reina-valera-1960/genesis
Bonito
dilema, querer saber más está penado y el sufrimiento se incorpora como parte
importante –por decreto divino– de toda la especie por la curiosidad de una
pareja que representa a todos por los siglos de los siglos.
Ese
sufrir ha permeado todos nuestros afanes, hasta el aprendizaje debe sufrirse
para ser de excelencia, solo los masoquistas prevalecen, ese parecer ser el
mensaje de un sistema educativo para justificar las desigualdades sociales que
normaliza y legitima; un buen profesor es el sádico que hace sufrir a sus
alumnos, el que inspira terror con su sola presencia, el que tiene altos
índices de reprobación; los otros son “barcos”, blandengues, consentidores,
poco capaces o ineficientes.
Pero
la sufridera no está solo en el sinsentido de una supuesta exigencia académica,
sino también en el trato déspota, prepotente, antipedagógico, porque muchas
veces lo que se logra es que los estudiantes abominen los saberes y prácticas
que les apasionaban, para lo que creían tener habilidades y aptitudes, se trata
de “reventar” al más pintado ridiculizándolo, usando el sarcasmo para herirlo
hasta que no pueda más.
Un
buen teórico, un magnífico científico, un profesional destacado no siempre es
un buen profesor, y entonces hay que esconder la falta de vocación o la ignorancia
pedagógica con el maltrato cotidiano, con la falta de congruencia, que para eso
es el poder, y aunque sea chiquito es muy bonito.
La
experiencia y la teoría apuntan en sentido contrario. ¿De qué sirve tener
graduados en disciplinas o instituciones de alta exigencia –tomada como
sufrimiento–, si van a replicar los modos de sus profesores en su actividad
profesional? ¿De qué nos sirven científicos sin ética, más que dispuestos a
usar sus conocimientos en contra de sus semejantes? Porque el ejemplo de
aquellos que creemos dignos de ser admirados pesa más que cualquier plan de
estudios.
Como
decíamos, ya hay evidencia “científica” de que los aprendizajes que más valen
la pena se logran si se relacionan con sentimientos agradables, esos que provocan
emociones que empujan a hacer las cosas. Sí se aprende sufriendo, se aprende a odiar,
a temer, a pasmarse ante las dificultades o a tomar decisiones precipitadas que
salven el momento; de allí a creer que el fin justifica los medios hay un suspiro
doloroso, y entonces se vale hacer trampa para pasar una materia, copiar en el
examen, tratar de robárselo o amenazar a alguien más listo para que se deje
copiar o pase las respuestas, a drogarse para mantenerse despierto disque
estudiando, o caer en la desesperación y abandonar... hasta la vida.
Eso
no se vale, hay que cambiar la forma de ver el aprendizaje como parte del
sufrir; si algo nos apasiona, nos conmueve, lo disfrutamos, aprenderlo debe ser
agradable, potenciador de nuestras aptitudes y actitudes. Saber que el
conocimiento se logra colectivamente y debe ser para el beneficio de todos nos
vuelve empáticos y solidarios, tolerantes con los demás porque nos sabemos
diferentes, y no esas competencias —de competir, no de competente—
individualistas donde alguien sobresale por encima y a costa de todos los demás.
Y la docencia debe estar en sintonía con ello.
Dejemos
de sufrir y mejor disfrutemos.
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