domingo, 19 de mayo de 2019

SOBRE RUINAS

Joaquín Córdova Rivas De diciembre a principios de mayo. No sienten lo duro sino lo tupido. Los que descalificaban las marchas salen a marchar. Los que pregonaban la resignación ante los resultados electorales ahora se rebelan contra ellos. Los que decían que todos los votos eran iguales ahora “descubren” votos sin cabeza o con medio cerebro. Los que defendían una igualdad que los protegía de la mayoría ahora la descalifican, porque una cosa es querer ser iguales y otra serlo. Los que se adaptaron al lenguaje políticamente correcto, ahora lo mal utilizan porque ni siquiera saben redactar una consigna que no resulte autodenigratoria. Los defensores de la decencia y la nacencia caen en el insulto, en la discriminación por cualquier motivo, en el desprecio por el otro al que pretenden inferior. Habrá que recordarles que los treinta millones de votos no fueron simple coincidencia, que no son fruto de la ignorancia, más bien al contrario, que revelan un sufrido aprendizaje generacional que no se desaparece de la noche a la mañana, que ha soportado toda clase de trampas, de subterfugios, de desplantes, de mentiras, de agresiones, de ignorancia intencional. Hay crónicas que intentaron captar la eclosión del primero de diciembre del 2018, de ese zócalo que se convirtió en espejo de esos millones de almas que eligieron la paciencia y la no violencia para expresar las décadas de frustración y enojo. Una de ellas pertenece a Fabrizio Mejía. Crónica de la victoria. Editorial Planeta Mexicana. Temas de Hoy. México 2018. «Sobre ruinas izamos el alma. Hay algo de final de partida, de esperanza trágica. No de optimismo, que es la boba creencia, de que todo será, porque sí, mejor. Ese vano optimismo fue del año 2000, cuando la llegada de Acción Nacional pareció, para algunos, el paso a una etapa sin PRI. No ocurrió así. Esta es una esperanza trágica, la de la última salida, la de que es posible que haya quedado algo después del naufragio y, con esas ruinas en los puños, empezar a reconstruir. La última salida fue protegida por cada uno de los treinta millones de votantes: no se permitieron repartir sus votos entre partidos, no quisieron arriesgarse a que les quisieran hacer fraude, hicieron una tregua con las críticas: —Hay que ver si lo dejan ganar y, luego, lo discutimos.» Administrar un país en ruinas no es nada fácil, más cuando los responsables no se hacen cargo de sus actos ni las consecuencias, y entonces quieren achacárselos a sus víctimas directas, para ellos —los llamados fifís o conservadores— los dejados tienen que seguir siéndolo, es el papel que se les asigna en la historia neoliberal; pueden ejercer sus “libertades” pero sin atentar contra el orden establecido desde las cúpulas político-religioso-empresariales, deben respetar la ley aunque esta solo beneficie a unos cuantos, no se vale que cuestionen la forma “natural” de ser y hacer las cosas. Si alguien se enriquece es por visionario y trabajador no porque trafique con influencias, se aproveche de corruptelas, expropie la riqueza producida por los otros. Si alguien se empobrece es por flojo, por ignorante, porque no sabe hacer nada productivo, por prieto y feo. Todo se disuelve en un individualismo que en el caso de la corrupción se organiza hasta en delincuencia normalizada o legalizada, mientras, los que sí trabajan pierden derechos colectivos ganados con sangre y sufrimiento. Pero esa es la historia que nos quieren vender, la que quieren escribir para que los otros la vivamos porque ni siquiera, para ellos, tenemos el derecho de escribir nuestra propia historia, intervenir en nuestro destino. Otra vez Fabricio Mejía: «Somos los que supimos desde niños que nos iría peor que a nuestros papás. Somos a quienes llaman “chairos”, “ajolotes”, “indignados”. Somos los que ya no decimos “Sonríe, vamos a ganar”, porque luego el Programa de Resultados nos derrotaba durante la madrugada. Somos a los que les decían en cada elección: “Acepten la derrota. En la democracia se gana por un voto”. Somos los que nos asombramos con el ascenso de Salinas, el de Fox y el de Calderón. Somos los que nunca entendimos por qué la gente no se indignó cuando Peña Nieto les quitó el petróleo y la educación pública. Somos los que descreímos como nadie. Somos tus vecinos que ponen a todo volumen a Carmen Aristegui para que se enteren. Somos el país que vive entre las fosas sin nombre y las Casas Blancas. Somos los que creemos en una Patria que son todos los demás. Somos a quienes el miedo les queda mucho más cerca que “Venezuela”. Somos los que nunca pensaremos como debemos pensar. Somos a los que, si vienes al Zócalo, verás.» Les duelen las acciones anticorrupción, les duele la austeridad que sienten como miseria propia y antes era pobreza ajena. No entienden que la riqueza generada por todos debe alcanzar para todos. No distinguen la legalidad conveniente y a modo de la ética o moralidad. «El problema es que la corrupción es sobre la ilegitimidad de alguien o de una acción. No sólo es si se puede legalmente hacer, sino si se debe hacer. Es un asunto de moralidad. Eso lo entendió Andrés Manuel y propuso otro ángulo, mucho más cercano a los ciudadanos, en el tema de la corrupción: no es sólo de leyes, fiscalías independientes, organismos de revisión, sino de integridad. Quien roba dinero público no lo hace por necesidad ni porque la ley que lo castiga no sea lo suficientemente dura y costosa. No importa si la riqueza de la corrupción es legal, es ilegítima.»

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